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Berlín y París alertan del riesgo de las respuestas nacionalistas ante la crisis

Los dos líderes se dirigen a la Eurocámara de forma conjunta como Kohl y Mitterrand en 1989

Claudi Pérez
Jean-Claude Juncker (izda), saluda a Merkel y Hollande en el pleno del Parlamento Europeo en Estrasburgo (Francia), el 7 de octubre del 2015.
Jean-Claude Juncker (izda), saluda a Merkel y Hollande en el pleno del Parlamento Europeo en Estrasburgo (Francia), el 7 de octubre del 2015.PATRICK SEEGER (EFE)

Un cuarto de siglo después de la caída del Muro, Europa se enfrenta a la crisis de refugiados con el riesgo de sucumbir a un peligroso repliegue nacionalista. La canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, François Hollande, han comparecido este miércoles ante la Eurocámara con un mensaje de unidad y de alerta ante los reflejos nacionalistas que reaparecen aquí y allá. "El nacionalismo es la guerra", dijo el mandatario galo. "No necesitamos menos Europa, sino más Europa. Europa debe reafirmarse o de lo contrario veremos el final de Europa. El retorno a las fronteras nacionales, sin unidad para combatir la crisis, sería el fin de Europa". La canciller Merkel le secundó: "Necesitamos más Europa, no menos: todos los países deben responsabilizarse de la llegada de los refugiados sin caer en el nacionalismo".

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"Una Alemania libre y unida en una Europa libre y unida". En Estrasburgo resonaba el eco imponente de los discursos de Helmut Kohl y François Mitterrand tras la caída del Muro, hace ya 25 años. Eran otros tiempos. Hace un cuarto de siglo, en 1989, la historia se aceleró: la caída del Muro supuso el fin del mundo hibernado de la Guerra Fría y una nueva y prometedora etapa para Europa. Dos décadas y media después, Merkel y Hollande intentan hacer también un llamamiento a la unidad en medio de la crisis de refugiados, una muesca más para la sucesión casi eterna de crisis que se superponen como las capas de una cebolla desde hace casi 10 años.

Esa unidad no termina de aparecer. Hungría acaba de levantar un muro —envenenado trasunto de aquel que saltó en pedazos hace 25 años— en su frontera con Serbia. Algún país ha llegado a decir que solo acepta refugiados cristianos. En Bruselas, en fin, ha habido enormes problemas para encontrar soluciones de emergencia y varios países se desentienden o prefieren quedarse al margen del reparto de refugiados que propone la Comisión Europea.

Quizá tampoco sean estos los tiempos más adecuados para los grandes discursos: el euro se aferra hoy a una narrativa de supervivencia; ha dejado atrás los años de éxito. Durante la crisis financiera, los grandes bancos se replegaron en sus países: se produjo una renacionalización de los sistemas bancarios, patrocinada —por cierto— por la negativa en redondo de Merkel a compartir los costes de la crisis (inmortalizada con aquel "chacun sa merde", o cada uno lo suyo, de Merkel).

Tanto la canciller como Hollande avisan ahora del peligro de ese tipo de respuestas en el caso de la gestión de la crisis de refugiados. Pero ni Merkel ni el presidente francés ofrecieron soluciones radicalmente nuevas: Berlín apuntó la necesidad de una auténtica política europea de asilo, y reivindicó las soluciones "en origen", en los países de los que salen los refugiados; París recordó que a menudo solo Francia es capaz de intervenir militarmente para evitar situaciones potencialmente explosivas, y reclamó una política exterior más decidida. Eso fue todo.

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Aun así, los discursos tuvieron algún que otro destello. "El soberanismo es la guerra", subrayó Hollande parafraseando a Mitterrand, "no hay nada más en vano que encerrarse en uno mismo; eso supondría el declive de Europa", vaticinó. "Hemos aprendido las lecciones de la historia", terció Merkel. "Toda la UE debe responsabilizarse de los refugiados, sensibilizar a la opinión pública y encontrar una respuesta conjunta que combine solidaridad y responsabilidad", subrayó.

Merkel es firme candidata al Nobel de la Paz por abrir los brazos a los refugiados en una de las fases más agudas de la crisis; días después, sin embargo, suspendió la libre circulación de personas en la frontera entre Alemania y Austria. Varios eurodiputados le afearon a Merkel ese viraje. Al cabo, también en Alemania han reaparecido ciertos reflejos nacionalistas, que se visualizan en las encuestas con una recuperación del populista Alternativa para Alemania. Quizá por eso Merkel tiró por elevacións. "Hay 60 millones de refugiados en el mundo; muchos miran a Europa. Hay que encontrar la forma de responder a ese desafío conjuntamente", apuntó la canciller ante los aplausos generales de la Eurocámara.

Con alguna que otra excepción: Marine Le Pen se declaró "la anti-Merkel" y le criticó con dureza su "propaganda" a favor "de abrir las fronteras, para después cerrarlas". Merkel no entró al trapo. Hollande sí: "Quienes no estén convencidos, que salgan de Europa, que salgan del euro, que salgan de Schengen y que salgan incluso de la democracia, si es que eso es posible", respondió en un arrebato que recibió la mayor salva de aplausos de la tarde. Un poco de picante, pero nada que ver con la épica de aquel Kohl-Mitterrand de hace 25 años, eso no. Son otros tiempos.

Cuando Mitterrand alertaba: "El nacionalismo es la guerra"

Luca Costantini

Era el 17 de enero de 1995, cuando el entonces presidente de la República Francesa, el socialista François Mitterrand, hizo su último discurso frente a la Eurocámara. Un año antes de morir, Mitterrand alertó sobre el peligro del resurgir del nacionalismo en Europa: "Señores y señoras, ustedes son los guardianes de nuestra paz, de nuestra seguridad y de su porvenir", dijo el francés, refiriéndose a los parlamentarios europeos, a los que instó a recordar que "El nacionalismo es la guerra".

En su intervención, Mitterrand recordó el cautiverio en Alemania durante la Segunda Guerra mundial. Solo así, afirmó, pudo entender cómo de injustificados y falsos eran los perjuicios que su generación había ido incorporando a lo largo de décadas de nacionalismos: “Conocí a los alemanes y luego me pasé algún tiempo en Baden-Württemberg, en la cárcel, y las personas que estaban allí, los alemanes con los que hablé, me di cuenta de que amaban Francia más de lo que nosotros amábamos Alemania".

“Los azares de la vida hicieron que yo naciera durante la primera Guerra mundial y que combatiera en la segunda. Me pasé mi infancia con familias que lloraban sus muertos y guardaban rencor y odio contra el enemigo", explicó a los europarlamentarios, pidiéndoles que transmitieran la “enseñanza recibida de los padres, que han padecido el sufrimiento y han conocido la pena, el dolor de la separación, la presencia de la muerte, únicamente por la enemistad de los hombres de Europa entre sí”. Para evitar que la guerra se repite en Europa "hay que vencer los prejuicios de la propia historia", concluyó.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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