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MIEDO A LA LIBERTAD
Columna
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Todos contra China

Los países de habla hispana involucrados en el TTP sólo lograrán incrementar su dependencia de las grandes potencias

El campo de batalla del orden mundial en el que vivimos es el comercio. Y en el Acuerdo de Asociación del Pacífico —conocido por sus siglas en inglés, TPP— lo más importante no son las salvaguardas comerciales o arancelarias. Lo más significativo es el establecimiento de cláusulas que protegen la propiedad intelectual y la expansión de las nuevas industrias frente a China, en el sentido de que todo lo que existe en el mercado se puede tomar por las buenas o por las malas.

Como Estados Unidos que, después de cargar con casi 60.000 muertos y 300.000 heridos, invertir más del 9% de su PIB y enviar más de 2,5 millones de soldados a Vietnam, sólo consiguió la paz —con ventaja— a través de un tratado comercial. Hoy, la realidad impuesta por la revolución de las comunicaciones, la vulneración de los valores, la ausencia de secretos y la dificultad para proteger la seguridad de cualquier Estado hacen que los instrumentos para relacionarnos sean los mismos ante un entorno completamente cambiante.

El TPP, que se ha ido articulando desde que Barack Obama decidió que había pasado el momento de Oriente Próximo y que las guerras del siglo XXI se librarían en Asia, supone el inicio de un camino que exige una recomposición profunda. Necesitamos dejar el Atlántico y el Mediterráneo como los mares de nuestros encuentros y desencuentros, de nuestra vida y muerte, y recuperar el Pacífico.

Y ahora China, cuya fuerza ya no consiste en trabajar para satisfacer los caprichos de Occidente y en plena construcción de su mercado interno, está reafirmando su expansionismo regional. Por lo tanto, necesitamos revivir Japón. El TPP resulta tan caduco para los sindicatos estadounidenses como para los grupos empresariales que hablan español. ¿Tendrán posibilidades de que les vaya mejor? En abstracto, sí. Pero, en concreto, son muchos los que pelean por el mismo pedazo del pastel.

El TPP resulta tan caduco para los sindicatos estadounidenses como para los grupos empresariales que hablan español

El TPP formado por 12 países, con un mercado de 800 millones de personas, que une el 40% de la economía mundial, que tendrá una influencia sobre un tercio del comercio internacional y sobre el 30% de las exportaciones, tiene dos lecturas. La macro, que es la pelea entre China y el resto de los países. Y la micro, que consiste en identificar cuáles serán los verdaderos beneficios que México, Chile y Perú, los únicos firmantes por ahora de América Latina, darán a los suyos al suscribir este tratado. La pregunta es muy clara: ¿qué puertas abrirá y qué puertas cerrará el TPP?

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Hay figuras crecientes como la luna y un solo astro que es el sol de nuestra economía y de nuestro futuro que se construye por el balance entre China y todos los demás. Sin embargo, aún no se ha perfilado claramente un contrapeso capaz de competir económicamente con los chinos, ya que ni los muy recuperados y salvajes Estados Unidos de América lo han logrado por completo.

China sólo puede ser fragmentada y reconducida en un juego de poderes desde el interior de Asia. En ese sentido, los países de habla hispana involucrados en el acuerdo sólo lograrán, en el fondo, incrementar su dependencia de las dos grandes potencias. Aunque tal y como están las cosas, lo único sensato era terminar este acuerdo. A fin de cuentas, los que de verdad deciden el juego no tienen la necesidad de cuadrar el balance interno del resto.

El TPP es mucho más que el mayor acuerdo comercial alcanzado hasta ahora. Representa una fotografía del enorme problema que hoy tiene el mundo. No hay ningún secreto que no esté al alcance de un click. Cuando conozcamos la letra pequeña del acuerdo, nos daremos cuenta que siempre mata a los civiles y a los imperios. Y la letra pequeña del TPP trae consigo víctimas colaterales.

En medio de todo eso, es positivo que América Latina forme parte de este movimiento, ya que sus costas están bañadas por el Pacífico, pero lo importante es que cada uno de esos Gobiernos tendrá oportunidades que dependerán de las condiciones de su participación en el pacto.

Al final, por mucha tecnología e interconexión que exista, lo más importante —como dicen los premios Nobel de Economía, Joseph Stiglitz y Paul Krugman— aún somos los seres humanos.

Porque la guerra de las galaxias que hay en nuestro planeta seguramente conseguirá un balance. Y los humanos que lo habitamos no sólo hemos impulsado una oportunidad comercial, sino que hemos fortalecido un aspecto más del implacable control que se ejerce sobre nuestras vidas.

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