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La ‘trudeaumanía’ resurge en Canadá

Trudeau, hijo del primer ministro que transformó el país, lucha por derrotar a Harper

El candidato del Partido Liberal, Justin Trudeau, en campaña
El candidato del Partido Liberal, Justin Trudeau, en campañaCHRIS WATTIE (REUTERS)

Canadá, una monarquía constitucional con Isabel II como jefa de Estado, es un país sin dinastías políticas. Los canadienses no tienen Kennedys, Bushes, ni Clintons, como los vecinos republicanos al sur del paralelo 49.

Pronto esto puede cambiar. Justin Trudeau, candidato del Partido Liberal, de centroizquierda, en las elecciones generales del lunes, es hijo de Pierre Elliott Trudeau, primer ministro, con una breve interrupción, entre 1968 y 1984, y refundador del Canadá moderno, el que asumió el federalismo, el bilingüismo y el multiculturalismo como señas de identidad. Justin, un aficionado al boxeo considerado durante tiempo como un peso pluma de la política, quiere desbancar al primer ministro conservador Stephen Harper, que en los casi diez años que lleva en el cargo ha intentado desmantelar parte del legado de Pierre Elliott.

“¡Trudeau, Trudeau, Trudeau!”. Parece una escena sacada de la trudeaumanía, la ola de fervor, en los años sesenta, por Pierre Elliott Trudeau, el jurista quebequés que irrumpió como una corriente de aire fresco en la política canadiense y la transformó para siempre.

El destinatario de los vítores no es Pierre Elliott, que murió hace 15 años. Es su hijo Justin, nacido en 1971. El grito es la banda sonora del último esfuerzo de campaña del líder liberal. Lo gritan los sijs de Brampton, al oeste de Toronto, el viernes al mediodía, mientras el candidato se da un baño de masas en un restaurante indio.

“Necesitamos un cambio”, dice en la entrada Jaswand Singh Johal, un sij de 73 años. Llegó hace tres, no es ciudadano ni puede votar, pero aclama orgulloso a su líder: Trudeau.

“¡Trudeau, Trudeau, Trudeau!”, corean por la tarde los hindúes en el templo Sanatan Mandir de Markham, en el este de la megápolis canadiense, una olla de culturas, etnias y religiones. Este es el método canadiense: integración sí, pero sin renunciar a la identidad de origen. Fonseca, Sahota, Singh, Alleslev, Menegakis, Jiang: los nombres de los candidatos en los carteles reflejan el carácter del país.

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El Kennedy canadiense

A Trudeau padre le llamaban el Kennedy canadiense. Se dejaba ver con John Lennon y Yoko Ono. Su esposa, y madre de Justin, Margaret, 30 años más joven, era una estrella de la noche neoyorquina de los setenta. Como a los Kennedy, les golpeó la tragedia al perder un hijo, Michel, en una avalancha mientras esquiaba. Trudeau era un político polarizador. Asociado a las elites del Este —Toronto; Ottawa, la capital; y su ciudad natal, Montreal—, en el Oeste recelaban de él. Y se enfrentó a los soberanistas quebequeses con un federalismo agresivo, que entendía como el mejor instrumento para mantener Canadá unido.

“Pierre Trudeau era un orador muy bueno, era muy popular, teníamos la trudeaumanía. Pero no se sentía a gusto entre la multitud”, dice, descalzo en el templo hindú Sanatan Mandir, el veterano político John McCallum, diputado liberal por Markham y exministro de Defensa. “Justin Trudeau es lo contrario. Le encanta mezclarse con la multitud. Es extrovertido”.

El carisma de Pierre podía confundirse con arrogancia. “Confiaba en su propio punto de vista”, dice McCallum. “Justin Trudeau probablemente sea más humilde intelectualmente”. Más humilde y, para sus rivales, verde para gobernar. Seguirlo en campaña, por residencias de ancianos, templos hindúes, restaurantes indios o cafeterías centroeuropeas, es ver a un hombre que roza el poder, a punto de regresar al 24 de Sussex Drive, en la capital, Ottawa, la casa donde se crió. Un viejo apellido en la patria de los Fonseca, Sahota, Singh, Alleslev, Menegakis, Jiang. Los sondeos vaticinan que ganará.

En octubre de 2000, el día del funeral de Pierre Elliott Trudeau, tras un discurso de Justin, entonces un profesor de francés sin ambiciones políticas aparentes, uno de los invitados, amigo de la familia, le dijo a la madre: “Es un hombre, Margaret, es un hombre”. El amigo de la familia era Fidel Castro. El joven maestro puede ser el próximo primer ministro de Canadá.

Las elecciones que pueden poner fin a una era

Canadá —el país más extenso después de Rusia, pero con menos habitantes que España: 36 millones— celebra elecciones legislativas el 19 de octubre. La Cámara de los Comunes que salga elegida designará al primer ministro.

La novedad de estos comicios es doble. Primero, porque pueden poner fin a la era Harper, el conservador que ha transformado Canadá en un país más centrado en su parte occidental y Asia, más dependiente del petróleo y más desacomplejado en el exterior. La segunda novedad es que uno de los aspirantes, el liberal Justin Trudeau, es hijo de otro primer ministro, Pierre Elliott Trudeau.

Trudeau ha dedicado buena parte de la campaña a demostrar que está listo para gobernar. En el tramo final afronta el escándalo de un colaborador suyo que asesoraba a la empresa que quiere construir el controvertido oleoducto de Canadá al golfo de México.

En las elecciones de 2011, el candidato liberal fue Michael Ignatieff, un intelectual brillante que nunca se sintió a gusto en el teatro electoral. Lo contó en su libro Fuego y cenizas. Con Ignatieff, el descalabro de los liberales, partido natural de gobierno durante décadas, fue monumental. Quedaron terceros, por detrás del Partido Conservador y del socialdemócrata NPD, cuyo candidato ahora es Thomas Mulcair, un anglófono de la provincia francófona de Quebec.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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