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Canadá examina este lunes en las urnas la 'revolución Harper'

El conservador lucha por su supervivencia política frente a su rival liberal Justin Trudeau

Marc Bassets
El primer ministro canadiense, Stephen Harper, en un mitin de campaña
El primer ministro canadiense, Stephen Harper, en un mitin de campañaMARK BLINCH (REUTERS)

El conservador Stephen Harper, el primer ministro del G-7 más longevo en el cargo después de Angela Merkel, lucha por la supervivencia política en las elecciones de este lunes en Canadá. Con los sondeos en contra, Harper, de 56 años, se ciñe a un mensaje: en tiempos de incertidumbre económica, los experimentos de su principal rival, el liberal Justin Trudeau, pueden ser fatales. En la década de Harper, el centro de gravedad del país se ha desplazado al Oeste, la política se ha polarizado y la diplomacia canadiense se ha vuelto más agresiva.

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Unos 26 millones de canadienses pueden ejercer su derecho a voto en unas de las elecciones generales más reñidas de los últimos años. Se eligen a 338 diputados y se espera una alta participación teniendo en cuenta que más de tres millones de personas votaron por anticipado. Las últimas encuestas señalan que los liberales podrían volver al poder diez años después de ser derrotados por los conservadores, aunque no obtendrían la mayoría absoluta.

Un croata, dos iraníes y una canadiense se encuentran en una cafetería polaca en las afueras de Toronto. Parece un mal chiste, pero no lo es. Esto es Canadá, un país de 36 millones de habitantes que recibe a unos 240.000 inmigrantes al año. “Harper gobierna basándose en el miedo”, dice Soheila Rostami, que llegó de Irán a Canadá hace 17 años. “Lo que me preocupa es que esté destruyendo la esencia de Canadá”, agrega Anton Rosanda, que escapó de Yugoslavia en los años cincuenta.

Los contertulios hablan del estilo de mando de Harper, de las sombras que pesan sobre algunos colaboradores, de los mensajes que, en campaña, se han visto como intentos de atizar la hostilidad hacia los inmigrantes.

Quizá discusiones como esta sean el lujo de sociedades de alto bienestar como Canadá, la Escandinavia americana, un país con muchas de las virtudes de EE UU pero sin las desigualdades y la violencia. Aunque estos días se lean afirmaciones semejantes en la prensa británica y estadounidense, la democracia canadiense no está amenazada.

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La personalidad de Stephen Harper se refleja en el gobierno. Es una personalidad cerrada, secretista, en cierta manera desconfiada”, dice el periodista John Ibbitson, biógrafo de Harper. “Pero sugerir que Canadá se desliza hacia un estatus cuasi democrático, es ridículo”.

Las reacciones a Harper se explican por la transformación de estos años. El boom del petróleo —ahora en duda por la bajada de los precios— alteró los equilibrios: el Oeste supera en población a la provincia francófona de Quebec y a las provincias del Atlántico. Aunque creció en Ontario, la provincia de Toronto, a los 19 años Harper emigró a Alberta, en el Oeste, para trabajar en el sector petrolero, y ascendió políticamente en el Reform Party, que nació como partido regionalista occidental.

Élites hostiles

Las élites de Montreal y Toronto, artífices de un país compactado por un difuso consenso socialdemócrata, quedaron desconcertadas por el ascenso de un político neoliberal en la economía y con acentos neoconservadores en el exterior. Harper es más amigo de Benjamín Netanyahu y más crítico con Vladímir Putin que Barack Obama. Las relaciones entre Harper, probablemente el más estadounidense de los primeros ministros canadienses, y Obama, el más canadiense de los presidentes estadounidenses, son frías.

Gane quien gane hoy, difícilmente habrá marcha atrás completa en la transformación. El país es otro. “Los cambios que ha traído la inmigración y el ascenso del Canadá occidental no pueden deshacerse”, dice Ibbitson.

Durante la campaña, la petición, por parte de Harper, de prohibir el niqab —el velo que cubre el rostro de algunas mujeres musulmanas— en ceremonias de jura de la ciudadanía encendió el debate sobre la integración de los musulmanes.

El sábado, en uno de los últimos mítines, en Toronto, Harper no habló del niqab. Solo de impuestos.

En el público se sentaba Rob Ford, el exalcalde de Toronto que alcanzó la celebridad internacional al difundirse imágenes de él consumiendo crack. No es una compañía cómoda para Harper, que exhibe una retórica de ley y orden, pero Ford arrastra votos en los disputados barrios residenciales de Toronto, clave en estas elecciones.

De los 338 escaños de la Cámara de los Comunes, 121 se encuentran en Ontario. Aquí pueden decirse las elecciones legislativas. De la nueva Cámara de los Comunes saldrá el primer ministro.

“El lunes decidiréis si queréis impuestos más altos con los liberales o más bajos con los conservadores”, dijo Harper ante miles de personas en Etobicoke, un barrio de Toronto. Junto al Oeste, los barrios residenciales de Ontario han sido un vívero de votos para el primer ministro conservador.

Con mensajes como este, Harper también se ha convertido en una rareza: un líder conservador con una sólida base de inmigrantes.

“Los impuestos más bajos”, dice Sarbjit Johal, un indio propietario de un comercio, “son buenos para los empresarios y para crear empleo”. Votará a Harper.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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