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La lucha contra el cambio climático se vuelca en la tierra

Tras años olvidado, el combate contra la degradación de las tierras de cultivo se convierte en clave de la cumbre de París

Un muelle en el lago Folsom, afectado por la sequía en California, en septiembre.
Un muelle en el lago Folsom, afectado por la sequía en California, en septiembre.MARK RALSTON (AFP)

La lucha contra el cambio climático se asocia con la reducción de emisiones y sus efectos con la desertificación, uno de los muchos desastres naturales relacionados con la subida de la temperatura terrestre. Sin embargo, por primera vez, en un acuerdo destinado a marcar los pasos que deben seguirse para controlar el cambio climático, el deterioro el suelo tendrá una importancia de la que hasta ahora carecía. El combate contra la degradación del campo será así una de las claves de la próxima cumbre de diciembre en París, que reunirá a la comunidad internacional en busca de un pacto para tratar de frenar el aumento de la temperatura terrestre antes de que sea demasiado tarde. Este es uno de los temas que han centrado la 12º sesión plenaria de la Convención de Naciones Unidas para Luchar contra la Desertificación (UNCCD), que se celebra esta semana en Ankara.

En total, un cuarto de las emisiones de efecto invernadero están relacionadas con el manejo del suelo, la desertificación empeora el problema pero, por otro lado, las zonas verdes, no sólo los bosques sino también los cultivos, tienen una capacidad enorme para absorber el CO2. Como asegura un documento de la UNCCD, "existe un creciente reconocimiento de que sólo utilizando el potencial de los ecosistemas terrestres podrá alcanzarse el objetivo de limitar el calentamiento a 2 grados". "Enfrentarse al problema de la degradación de los suelos fértiles es la pieza que falta para alcanzar los objetivos de emisiones. Sin tener en cuenta la necesidad de luchar contra la degradación de la tierra no podrá llegarse a un protocolo sobre cambio climático que tenga garantizado su éxito".

Han pasado casi 20 años desde la firma del protocolo de Kioto y la situación no ha hecho más que deteriorarse, con crecientes muestras de que el problema va ir a peor y de que, si no se toman las medidas adecuadas, la temperatura terrestre puede subir al final de este siglo entre 3,7 y 4,8 grados según datos del Grupo Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) de la ONU. Por otro lado, la degradación del suelo, si continúa a este ritmo, puede poner en duda la capacidad para que la humanidad siga haciendo algo que comenzó con la revolución neolítica: alimentarse a sí misma a través de la agricultura. Estos dos problemas son, en realidad, el mismo.

La posición de UNCCD, que espera que diferentes países defiendan en París, es que resulta imposible enfocar el problema del calentamiento global "sin que la tierra tenga un papel importante" y que no se puede luchar de forma separada contra la desertificación y el cambio climático, ya que son "dos caras de la misma moneda". Según cálculos de Naciones Unidas, con la rehabilitación de 12 millones de hectáreas anualmente durante un periodo de 15 años se podría alcanzar una reducción equivalente a la mitad de las propuestas de los diferentes países. "Es una moneda que tienen los Estados, pero muchas veces ni siquiera la utilizan", explicaba un experto de Naciones Unidas con experiencia en negociaciones climáticas. No se trata sólo de bosques, que hasta ahora habían centrado las discusiones, sino sobre todo de tierras de cultivo.

En la cumbre de Río, en 1992, se crearon tres convenciones de la ONU: contra el cambio climático, contra la desertificación y en defensa de la biodiversidad. Aunque siempre ha estado clara la profunda relación entre cambio climático y degradación del suelo, el protocolo de Kioto, firmado en 1997, insistió mucho más en la reducción de emisiones y en la eficiencia energética. "¿Han tenido en cuenta nuestras políticas la estrecha relación entre clima y tierra? La respuesta es que no", señala el documento del UNCCD. "Hasta ahora, las políticas sobre cambio climático han fracasado en la utilización de la tierra para mitigar el problema. Esto tiene que cambiar", prosigue el texto. Como dijo la delegada de EE UU en uno de los debates, "la lucha contra el deterioro del suelo es la clave para que puedan cumplirse también las otras dos convenciones".

Seguridad alimentaria

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Los países más pobres son los más afectados por la desertificación –aunque no los únicos, como se puede comprobar en el sur de España y en otros lugares del Mediterráneo– y en París su oferta de mitigación de los gases de efecto invernadero pasa necesariamente por la recuperación y mantenimiento de tierras. Por otro lado, el efecto que este esfuerzo puede tener sobre su seguridad alimentaria es gigantesco. Como explica un experto de la ONU, "sobre el terreno no existe diferencia entre la búsqueda de una mayor productividad de la tierra para hacer frente a la escasez alimentaria y la lucha contra el cambio climático". Sin embargo, como señalaron los representantes de Estados como Haití, Burkina Faso, Nepal o Gambia en un debate el martes en el que participaron 50 países, el problema de la financiación de estos programas está lejos de estar resuelto. Y el dinero es sólo uno de los muchos problemas.

La secretaria de Estado francesa encargada del Desarrollo, Annick Girardin, destacó en el debate que "la evolución del clima pone en peligro la seguridad alimentaria" y que es imprescindible trazar pasarelas entre las dos convenciones, de cambio climático y el combate contra el deterioro de los suelos. "Frenar la destrucción de las tierras degradadas es una forma de captar el CO2. Puede ser un regalo de África a todo el planeta". Sin embargo, uno de los ejemplos que puso demuestra hasta qué punto la situación es compleja y el protocolo de París, si finalmente se alcanza, será sólo un principio: el 50% del territorio africano no está cubierto por información meteorológica fiable, lo que se traduce en que los campesinos no disponen de ningún dato para prepararse ante situaciones climáticas extremas y así evitar no sólo que se arruinen sus cosechas, sino que acaben por abandonar las tierras. El problema –en realidad, un conjunto de problemas relacionados– no puede ser más complejo, ni la solución más importante.

Más población, menos alimentos, menos agua

El problema que plantean los suelos yermos para el cambio climático no es, ni de lejos, el único. Las migraciones en diferentes partes del planeta están relacionadas con la pérdida masiva de tierras de cultivo y con la carencia de agua. La batería de cifras que manejan tanto la UNCCD como los delegados que acudieron a Ankara dan una idea de la urgencia de la crisis: la degradación de las tierras de cultivo podría reducir la producción mundial de alimentos en más de un 12% en los próximos 25 años y un aumento de su precio en más del 30%. El 65% de los habitantes de África padecen la degradación de la tierra y se calcula que en 2050 la mitad de la tierra cultivable de América Latina podría estar afectada por la desertificación. Además, unos 2.800 millones de personas (un 40% de la población mundial) vive en regiones con escasez de agua. Salvo que se tome una decisión firme, todas estas cifras no pueden más que empeorar.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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