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CARTAS DE CUÉVANO
Columna
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Oaxaca de lejos

La FIL de Oaxaca abreva de una intimidad que da calor allí donde en otros lares hay frialdad entre los amanuenses y cocineros de libros

De un tiempo a esta parte la Feria Internacional del Libro de Oaxaca se ha vuelto la entrañable antesala de lo que se le viene encima a lectores, editores y escritores al pardear noviembre: a contrapelo de la monumental FIL de Guadalajara, la FILO abreva de una intimidad que da calor allí donde en otros lares hay frialdad entre los amanuenses y cocineros de libros. Es una feria toda la ciudad, con sus protestas impredecibles y sus calles cuadriculadas, con sus casas chatas a la estatura de comensales y no la altura inalcanzable de los edificios acristalados de las grandes ciudades, con su teatro decimonónico y sus plazas abiertas como páginas de prosa, árboles en verso verde, paseantes que llevan su crónica a cuestas y todos los desvelados que escriben en silencio el ensayo de sus gracias y desgracias. Es la feria de esa bebida tradicional de la región que algunos llaman mescal, mientras otros descubren que no es más que la secreta etimología del nombre de un hombre que todos llevamos dentro –tan parecido al Diablo—y que no sabíamos que era capaz de desatarse en algarabías alucinantes. Es la Feria de Almadía, una barca de madera que navega sobre un ancho mar de letras.

Almadía es una editorial independiente que en esta su primera década de provechosa existencia se ha consolidado como un referente obligatorio para todo lector de la buena literatura, de la crónica periodística que se aleja del amarillo y se vuelve la tinta morada (enamorada y demorada) del pensamiento andante y del ensayo que privilegia la libertad de ir oteando la profundidad de toda idea, el sentido de la ocurrencia, la magia de lo fugaz y permanente. Es además una editorial que más que casa se hizo hogar: Vania y Guillermo Quijas la han amueblado y convertido en querencia no solo para el prestigioso listado de sus autores, sino para todos los lectores que ya reconocen de lejos el antojo por leer sus libros. Son ejemplares únicos cada uno de los miles que han editado por obra y gracia del arte grande de Alejandro Magallanes que ha tenido a bien diseñar interiores y portadas con una adenda de jugarle a los zuajes; es decir, esa camisa que llevan los libros que dan una cara al título y a su autor, para abrirse en pequeñas ventanas desvestirse como quien quita un velo para precisamente desvelar otra imagen que completa el juego. Son libros que se leen al verlos y al verlos se recuerdan ya para siempre y contagio del próximo lector.

La FILO es además herencia de una ventura de décadas, de los tiempos en blanco y negro de hace más de medio siglo

La FILO es además herencia de una ventura de décadas, de los tiempos en blanco y negro de hace más de medio siglo cuando el abuelo de Guillermo Quijas hizo proselitismo en prosa como un libre apostolado demócrata de inundar al menos una vez al año las calles de Oaxaca con libros de la capital y de allende los mares, así como cubre hasta la fecha la empresa de papelería diversa que nutre las aulas del estado entero. La Proveedora Escolar no sólo es sede y aula para presentaciones, sino santuario de lápices de colores, escuadras y compases y hasta las gomas de borrar que a veces se nos olvida que nos formaron una manera infinita de pensar. Todo junto se celebra como quien baila la Guelaguetza, ese baile anual donde todas las regiones de Oaxaca se juntan en coreografías diversas al son de sus respectivas músicas para presumir y ofrendarse mutuamente la diversidad de sus sabores: por allí viene una mujer envuelta en un vestido de flores bordadas y una fila de damas de ajuar austero con una piña al hombro… y yo me quedo como un Gualguetzombie, con los horarios volteados, evocando la nostalgia de una feria de libros donde los escritores están a un paso de los lectores (que no se quedan con las ganas de preguntar o reclamar o indagar cualquier párrafo en público), allí donde se ven de cerca los autores admirables que sólo imaginaba en tinta y donde se recorren a diario los estantes de todos los sellos editoriales que hacen el heroico esfuerzo de mantener latente el universo del libro de papel en un mundo que cada vez se cree más electrónico.

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