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Tribuna
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La verdad mentirosa

En Argentina, el oficialismo continúa manipulando los Derechos Humanos con objetivos políticos

Norma Morandini

Quienes hicieron de la verdad una razón de vida no pueden utilizar la mentira para hacer justicia con la memoria trágica. Yo no participo, ni me reúno, ni hago parte de ninguna asonada anti democrática que busque la finalización de los juicios contra los represores. ¿A quién se le ocurre que pueda estar en contra de la continuidad de los juicios en el mismo momento que en el mega juicio de la ESMA se está reconstruyendo la verdad en torno a mis dos hermanos, Néstor y Cristina, presos desparecidos en la tenebrosa Escuela de Mecánica de la Armada y arrojados al mar? 

Por absurda la acusación, no salí a responder porque, además, por respeto a mí misma, dar cuenta de mis actos a los que me difaman es otorgarles el poder de comisarios políticos. Ello remite al autoritarismo de los que se erigen sobre nuestras vidas y conciencias. Pero la acusación infundada del diputado Remo Carlotto de que promuevo el fin de los juicios, hecha en la reunión de la comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados para pedir el apoyo de los bloques políticos a la continuidad de los juicios, me obliga a desmentirlo. No porque tenga que dar cuenta de mis actos a la familia Carlotto, sino porque la causa de los Derechos Humanos no puede defenderse con mentiras.

No deja de ser una dolorosa ironía que el pañuelo blanco, símbolo del luminoso ejemplo del reclamo por justicia para cancelar la venganza, ahora que las muertes, las torturas y los secuestros se condenan en los tribunales, descarguen la fuerza de la mentira contra mí, que cometí el único delito de oponerme honestamente a la utilización de los Derechos Humanos con fines partidarios. Nunca hice de esa oposición una cuestión personal. Fui cuidadosa de no personalizar, no puse nombres y apellidos para no cometer lo que padezco: la difamación y el intento de matar la reputación ajena.

Desde el momento en el que las madres salieron de la plaza para recibir los favores del palacio, he sido una honesta opositora a la manipulación de la causa de los Derechos Humanos. No es una novedad mi oposición al desmantelamiento del Banco Nacional de Datos Genéticos, la restricción de su universalidad y su dirección en manos de la dueña de los laboratorios privados que precisamente hacen las pruebas del ADN, que además el Banco restringió a los casos de lesa humanidad.

Viví como profanación la utilización de los asados en la ESMA, critiqué fuertemente la designación del general Cesar Milani, las reparaciones económicas discrecionales, la pesadilla de la corrupción, pero sobre todo que en nombre de los Derechos Humanos se haya cancelado lo que sostiene su filosofía jurídica: el respeto al otro y la igualdad. Desde el 2002, en el que escribí mi libro más comprometido, De la culpa al perdón, me indago sobre la relación con el pasado y la forma de reconciliar lo que fue violado, la convivencia democrática.

¿En qué momento pasaremos del Estado que impone temor con sus espías y su tentación a controlar la opinión a un auténtico Estado de Derecho, el que garantiza la libertad del decir, donde quiera que sea sin ser patrullados ideológicamente ni perseguidos por el aparato de información?

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Deliberadamente no menciono mi participación del debate en la Universidad Católica al lado de monseñor Casaretto y el hijo de Larraburu, el militar muerto por las organizaciones armadas, porque sería aceptar que es un delito y que debo dar cuenta a donde voy y con quien me reúno. No escribo los editoriales del diario La Nación y no deja de ser una paradoja que por oponerme a la teoría de los dos demonios, ya que el verdadero demonio es la violencia política, me encuentre en el medio de lo que me opuse siempre: dos bandos en pugna.

En democracia cada uno de nosotros tiene derecho a pensar como quiera y a apoyar a quien sea. En cambio, arrogarse como propias instituciones colegiadas como el Parlamento y las Universidades, definidas por su pluralidad, denota una concepción anti democrática. No se puede utilizar las instituciones de la democracia para terminar con el pluralismo, sostén de la democracia.

Sí me apena que para ensuciarme se termine contaminando la que fue una luminosa lucha por la verdad y la justicia, utilizando la mentira. Y que aquellos que fueron perseguidos terminen persiguiendo como comisarios políticos.

Norma Morandini es Senadora Argentina por la provincia de Córdoba, Frente Amplio Progresista.

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