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La matanza que esquivó el Estadio de Francia

Los vecinos de Saint-Denis tratan de entender por qué no se produjo una masacre a pesar de la presencia de tres suicidas

Guillermo Altares
Una calle del barrio de Saint-Denis, en París, este sábado.
Una calle del barrio de Saint-Denis, en París, este sábado. Bernardo Pérez

Farid, de 30 años, conoce perfectamente el sonido de una bomba porque vivió en Argelia hasta los 16 años, cuando su familia huyó del horror de la guerra civil para instalarse en Saint-Denis, en los alrededores de París. Por eso, cuando escuchó dos detonaciones cerca del final de la primera parte del partido Francia-Alemania celebrado el viernes por la noche en el Estadio de Francia, supo inmediatamente que no eran petardos. Pero no se le ocurrió que fuesen ataques suicidas porque el partido continuó hasta el final. Sólo entonces, avisado por mensajes de texto de familiares, se dio cuenta de la tragedia que había comenzado allí: la peor ofensiva terrorista que ha padecido la capital francesa en su historia.

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“Esto lo hemos visto muchas veces en Argelia, los suicidas, el yihadismo, el terrorismo contra civiles”, explica Farid, que prefiere no decir su nombre y que trabaja en la sección de contabilidad de una gran empresa. Como otros habitantes de Saint-Denis, un suburbio popular de París con una fuerte presencia de emigrantes de todo el mundo, se ha acercado en la mañana del sábado hasta el grandioso Estadio de France, construido para la Copa del Mundo de Fútbol de 1998. Pese al severo cordón de las fuerzas de seguridad, que no dejan pasar ni siquiera a los vecinos o a la gente que trata de recuperar un vehículo, se puede observar a los miembros de la brigada científica recoger pacientemente evidencias.

Todo se ha quedado exactamente como estaba: los vasos de plástico acumulados, una barra que ofrecía cerveza, los papeles que se mueven entre las hojas sin barrer… Todos los comercios clásicos del mundo de la periferia francesa, una gran tienda de deportes u otra de bricolaje, que rodean el estadio permanecen cerrados a cal y canto. Muchas preguntas siguen sin respuesta para los habitantes de Saint-Denis que se acercan como si quisiesen comprobar que algo así ha podido ocurrir cerca de su casa. Entre las 21.25 y las 21.53 tres terroristas suicidas hicieron estallar sus cargas explosivas cerca de las puertas H y D y de un McDonald's un poco más alejado del estadio. Murieron los tres terroristas y otra persona, mientras en el este de París se desataba el infierno. “¿Por qué no entraron en el estadio? ¿Por qué no se hicieron estallar en mitad de la multitud?”, se preguntaba un joven, que tampoco quería revelar su identidad.

Según el relato de un guardia a The Wall Street Journal a uno de los suicidas se le impidió la entrada al estadio, en el que se encontraban 80.000 personas entre ellas el presidente francés, François Hollande, y fue entonces cuando hizo estallar su carga explosiva. El partido continuó para evitar el pánico, según el relato de la agencia France Presse, y sólo cuando la policía aseguró todas las salidas se produjo la evacuación con la escena que ha dado la vuelta al mundo de cientos de personas cantando La Marsellesa mientras abandonan la instalación deportiva. Farid reconoce que, aunque la evacuación fue muy ordenada, pasó momentos de miedo hasta que se sintió totalmente a salvo.

Una pareja formada por un brasileño y una portuguesa, que acaban de mudarse desde Barcelona, se encuentra también cerca de la barrera policial. Frederico Duarte, fotógrafo de 37 años, y Gabriela Claro, educadora de 36 años, resumen bastante Saint-Denis: un lugar en el que se instalan muchos emigrantes que encuentran París insoportablemente caro. Estaban en su casa, a unos cientos de metros, y se dieron cuenta de que algo raro pasaba cuando escucharon los helicópteros y las sirenas. Fueron las llamadas desde Brasil y España las que les alertaron del horror. “Hemos vivido muchos años en São Paulo, conocemos la violencia”, explica Duarte. “Pero el terrorismo es diferente: son personas que, desde el primer momento, salen a matar”.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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