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Madrugada de guerra en Saint-Denis

La ciudad donde ha ocurrido el asalto policial, cerca del Estadio de Francia, pasó la noche en blanco en medio de los disparos

Vecinos del barrio de Saint-Denis durante la operación antiterrorista.Foto: reuters_live | Vídeo: REUTERS / Thibault Camus (AP)
GUILLERMO ALTARES (ENVIADO ESPECIAL)

Los disparos empezaron en torno a las cuatro de la mañana con una intensidad descomunal. Saint-Denis, una ciudad de los alrededores de París en la que está situada el Estadio de Francia donde arrancó la matanza terrorista del viernes pasado en París, se despertó en medio de una operación policial que acabó con la muerte de al menos dos presuntos terroristas —uno de ellos una mujer, que hizo estallar su cinturón de explosivos— y la detención de ocho sospechosos. “Era una situación totalmente irreal, como una guerra”, asegura un parroquiano de la Brasserie Coq Hardy, que acaba de abrir y en el que se reúnen los vecinos que han pasado la noche en blanco.

Hasta hace unos minutos, toda esta zona estaba acordonada por la policía, porque se encuentra a apenas unos cientos de metros de la esquina entre las calles Corbillon y République, donde se produjo el asalto. “No es que escuchase disparos, es que se escuchaban disparos de todo tipo de calibres, ráfagas, tiros de pistola, de rifle, explosiones, granadas para aturdir… Durante una hora y media. Eso sí, ninguna sirena”, relata Hervé, un músico de 46 años que se despertó con el tiroteo. Llamó a la policía y le explicaron que se trataba de una operación en marcha y que, sobre todo, no saliese de casa bajo ningún concepto.

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Saint-Denis, con 108.000 habitantes y un alcalde del Frente de Izquierdas, es una ciudad compleja. Profundamente multicultural, tiene zonas de clase media y otras de viviendas sociales, los tristemente famosos HLM que muchas veces se han convertido en guetos de pobreza, hasta un distrito conocido como La pequeña España. La inmigración empezó aquí con el siglo XX, cuando comenzaron a instalarse las primeras industrias. Alberga la basílica en la que están enterrados los reyes de Francia. Pero también ofrece su lado conflictivo: es la ciudad de Francia con el mayor índice de criminalidad por habitante —en 2014, con 31,2 delitos por 1.000 habitantes estaba seis veces por encima de la media nacional—.

Los problemas se concentran en algunos barrios. Uno de ellos es precisamente donde se produjo el asalto. Hace dos semanas se produjo allí mismo una operación policial muy diferente, contra traficantes de crack. “Ganaban 17.000 euros al día”, asegura otro cliente del bar, que llega después de haber pasado la noche en blanco ante la televisión. “Debajo de donde estaban atrincherados, se trapichea todo el día”. Como dice un joven que pasa la mañana junto a un grupo de amigos ante el control policial que marca el perímetro de seguridad: “Cuando comenzamos a escuchar ruidos, supimos que eran disparos. Esto es el 93, no van a ser petardos”. El 93 es el código postal de Seine-Saint-Denis, el departamento vecino a París que alberga alguna de las banlieues más conflictivas de Francia. Una extraña e inquietante línea une esta ciudad con el barrio belga de Molenbeek, de donde provenían los terroristas que causaron 129 muertos en la noche del viernes en París, y con los campos del Estado Islámico en Siria.

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El ataque contra el Estadio de Francia ya había representado un primer trauma con tres terroristas que hicieron estallar sus cargas explosivas, aunque solo provocaron un muerto además de ellos. Ahora la presencia de un comando terrorista ha hundido a esta localidad en la incertidumbre. Ryan, de 19 años, se encuentra frente al Ayuntamiento donde se reúnen los vecinos que han sido evacuados o en busca de noticias. El tiroteo le despertó a las cuatro de la mañana, pero ha sido el susto menor de la semana. Estaba, con sus cuatro hermanos, en el Estadio de Francia el día de los ataques. “Todo esto da mucho miedo. En el estadio escuchamos las detonaciones, pero no les dimos importancia. ¿Cómo vamos a pensar que son suicidas? Hasta el final, cuando nos dimos cuenta de lo que pasaba. Afortunadamente estábamos cerca de la salida”, relata.

Al atardecer, el cordón policial se había relajado, aunque la policía científica trabajaba recogiendo evidencias. En un centro de la Cruz Roja, 30 vecinos del inmueble donde se produjo el asalto policial estaban siendo tratados por un equipo de expertos, aunque también tendrán que declarar ante la policía como testigos. En cada esquina, cerca del perímetro policial, los habitantes congregados se enseñan los unos a los otros vídeos en sus teléfonos móviles en los que se ve muy poco, pero se escucha con claridad la ensalada de tiros de la noche. Las tiendas permanecen cerradas y en los pocos bares abiertos no se habla de otra cosa. En sólo cinco días, Saint-Denis ha estado dos veces en los titulares de la semana de horror que se ha abatido sobre París. Nadie cree que será la última.

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Sobre la firma

GUILLERMO ALTARES (ENVIADO ESPECIAL)
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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