_
_
_
_
_
COLUMNA
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

ISIS: un itinerario

Todo lo que no haga la comunidad árabe e islámica está amenazado de inutilidad

La polémica sobre la responsabilidad que incumba al trío de las Azores en los atentados de París y en la existencia del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) —según la derecha tradicional, ninguna, y la izquierda indignada, mucha— me parece desavisada. Los responsables de asesinato son quienes los cometen, y no es de recibo culpar a otros, aunque inadvertidamente contribuyeran a crear las condiciones para que el terror se convirtiera en la guerra asimétrica de nuestro tiempo. Pero sí existe un itinerario que cabe recorrer para mejor entender lo que pasó, porque nada ocurre por generación espontánea.

La primera parada retrospectiva tocaría en la guerra de Siria-Irak, que el presidente El Asad hizo tanto por desencadenar en 2011, con la valiosa colaboración de las potencias occidentales que armaron a los rebeldes suníes contra Damasco, y llega hasta los recentísimos bombardeos que todo parece indicar que inspiran a tantos o más partidarios de la yihad como destruyen sobre el terreno. De ahí saltamos a la invasión norteamericana de Irak en 2003, que hizo volar el poderoso contrafuerte entre suníes y chiíes que era el régimen suní de Sadam Hussein, dictador sanguinario pero que inhibía con mano de hierro el crecimiento del fanatismo terrorista. Algo tiene que ver con todo esto el adiestramiento y financiación de los guerrilleros afganos contra Kabul y la URSS en las décadas anteriores: Najibullah, otro dictador que Occidente no quiso tolerar, era probablemente lo menos malo para la realpolitik de las potencias en la zona. Un parteaguas fue la humillación de 1967, con la abrumadora victoria de Israel sobre Egipto, Siria y Jordania, nunca restañada por la guerra de octubre, seis años más tarde.

Ahí es donde parte del mundo suní llegó a la conclusión de que la única guerra que podía ganar era la del terrorismo, frustración que sigue alimentando la inexistencia de negociaciones de paz dignas de tal nombre; remontándonos al comienzo institucional de la historia se llega a la imposición de los mandatos, francés sobre Siria y Líbano, y británico sobre Irak y Transjordania-Palestina, al fin de la Gran Guerra (1914-18). Y para redondear solo faltaría citar la conquista de Argelia iniciada en el reinado de Luis Felipe (1830), y extendida al resto de África del norte por la propia Francia, junto con Italia y Gran Bretaña en las décadas siguientes.

A la disolución de la URSS en 1991 la geopolítica quedó renqueante; los vislumbres de un enemigo de sustitución encarnado por Al Qaeda, con su cúspide en la matanza de las Torres Gemelas (2001), se revelaron insuficientes. Y la gran pregunta es si los esfuerzos de Francia por crear una coalición internacional que borre del mapa la base territorial del ISIS lograrán que el yihadismo acabe por asumir ese papel. Pero todo lo que no haga la propia comunidad árabe-islámica está amenazado de inutilidad, porque la reconstrucción de un imperio mundial que pretende el terrorismo del ISIS es más una idea que un país; la enfermedad psiquiátrica que padece parte del islam es lo que hay que sanar, empezando por Arabia Saudí y las monarquías del Golfo. Y contra eso no hay coalición que valga.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_