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Columna
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No es una guerra, es una época

La lucha contra el ISIS exige una acción compleja que no se agota en los bombardeos

Lluís Bassets

Lentamente va tomando forma esta difícil coalición. Reino Unido manda su fuerza aérea. Alemania, 1.200 soldados de apoyo logístico y tareas de reconocimiento, además de aligerar la carga de Francia en Malí con 650 soldados más. Estados Unidos despliega un puñado de militares de élite en Siria, para realizar operaciones especiales contra el califato terrorista y apoyar a las milicias que le combaten, como hacen ya 3.500 de sus militares en Irak.

No es fácil organizarse frente a un enemigo como este, que actúa en un territorio delimitado, pero tiene multitud de sucursales en Asia y África y es capaz de dar golpes devastadores en el corazón de los países a los que combate utilizando a ciudadanos reclutados en ellos. Tampoco lo facilitan las contradictorias y nocivas alianzas tejidas en torno a Siria, donde cualquiera de los potenciales socios cuenta con un enemigo al que detesta más que al autodenominado Estado Islámico. Pero donde se produce la mayor avería es en la dirección de esta coalición todavía improbable, vacante desde que Obama empezó su dubitativo repliegue de Oriente Medio.

Las guerras que habíamos visto hasta ahora eran más sencillas. Podían estar equivocadas, —muchas lo estaban— pero de una forma u otra estaban dirigidas y era posible pedir las cuentas por los desperfectos. De entrada, eran guerras en todo, y solo guerras, que permitían así imaginar otros caminos pacíficos, la diplomacia, la erradicación de las causas reales o inventadas, a quienes se oponían a ellas.

Esta guerra, si acaso es una guerra, es distinta. Basta con leer la resolución discutida y aprobada este miércoles en Westminster. Ciertamente, tiene su núcleo bélico: la autorización de los bombardeos sobre Siria invocando la defensa propia ante una amenaza terrorista que también se dirige a Reino Unido. Pero hay más: las conversaciones de Viena para conseguir un alto el fuego y un arreglo político en Siria; la ayuda humanitaria a las poblaciones desplazadas; el bloqueo del ISIS para evitar que reciba armas, comercie o reclute terroristas o los mande de nuevo en misión fuera de sus fronteras. Y todavía hay otros frentes civiles de los que nada dice la resolución: la estricta seguridad de nuestras ciudades, perfectamente mejorable a la vista del 13-N en París y de la paralización de Bruselas en los días siguientes; o las múltiples y complejas causas de la marginación de los jóvenes candidatos a terroristas.

Comparada con guerras anteriores, las dos de Irak, Kosovo, Afganistán, Libia incluso, eso no es exactamente una guerra, aunque tenga un indiscutible componente bélico. Los bombardeos pueden ser necesarios, pero nunca serán resolutivos. Lo sabe Obama que va poniendo botas sobre el terreno. Sabemos lo que no deben ser: propaganda o escapismo para evitar mayores compromisos. Y menos todavía instrumento de quienes carecen de escrúpulos para recuperar hegemonías perdidas.

Esa guerra, si acaso es una guerra, va a durar años, por mucho que nos esforcemos, cosa que, por cierto, no es el caso de los españoles en campaña electoral. De hecho, no es una guerra, sino una época. Cabe decir no a los bombardeos y no a la guerra, pero no podemos decir no a una época que es toda nuestra.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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