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CARTAS DE CUÉVANO
Tribuna
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Faltó la edecán

Hay algo que queda en la saliva del mexicano promedio, que ayer se percibía en la saliva de quienes escucharon el intercambio de insultos entre los candidatos al gobierno de España

Para la poca cultura en el arte del debate que ostenta el mexicano promedio, el de ayer entre el presidente Rajoy y el candidato Sánchez del PSOE resultó un enigma encerrado en un misterio rodeado de galimatías, como más o menos diría Churchill. Los expertos norteamericanos en la historia del debate contemporáneo presumen siempre la arenosa imagen en blanco y negro donde un joven Kennedy parecía arrasar con los nervios y la sudorosa frente de Nixon; Tricky Dick, perdió por falta de carisma y por mala imagen, aunque según los teóricos ganó en el audio, con palabras que ya no tenían el mismo impacto en un mundo que se empezaba a inclinar por lo visual: el porte de Jack y la belleza de Jackie.

A medio siglo, años luz, el mexicano promedio puede evocar entre carcajadas el ridiculazo de debate en la reciente historia azteca cuando lo único que se nos quedaba en el recuerdo era la presencia de una despampanante edecán –y en particular, su pronunciado escote republicano—que repartía quién sabe qué en bandeja. Pocos recuerdan si alguno de los aspirantes mostró visos de inteligencia o cordura, empeños heroicos o letreros que perdieron todo valor subliminal al mostrarse invertidos al tiro de cámara. Pero hay algo que queda en la saliva del mexicano promedio que ayer se percibía en la saliva de quienes escucharon el intercambio de insultos –abierta y directamente—entre los candidatos al gobierno de España.

El viejo Rajoy se veía precisamente envejecido, con ese ojo que le bailaba en cuanto subía la adrenalina de su impaciencia

Es muy probable que de darse un rifirrafe en México donde uno le espeta al otro “indecente” y ese Otro responde, estrábico, “ruin, mezquino, deleznable y miserable”, el rollito acabaría a madrazo limpio. Aquí fue como cuando vemos disputas entre taxistas en la Gran Vía y salen todos los mexicanos acodados en el Museo del Jamón con la ilusión de ver narices rotas y todo acaba como en zarzuela o vieja película de Marisol, cuando en el fondo sabemos que hay un trasfondo serio y de mucho peso. De eso, parecía precisamente aligerarse la calidad del debate: cuando se abría el cofre de la corrupción, los mensajitos de Bárcenas, los indicios de abusos… o cuando se pidió un minuto para Cataluña… o cuando el moderador rompía su silencio para proponer temas de fondo que elevaran al debate por encima de las posturas personales o ataques íntimos, las palabras, el discurso oficial, los manierismos de expresión corporal parecían incluso enmudecer al audio de todas las planas pantallas donde media España se desvelaba con hartazgo y hasta aburrimiento de todo el tema.

El joven Sánchez recordaba el exceso de posturas y ese afán de mirarse siempre al espejo que tan bien dominaba Mohammed Alí: sabiendo que tenía al rival contra las cuerdas era capaz de ahorrarse el gancho izquierdo al hígado o el uppercut directo a la mandíbula con tal de bailotear otros dos rounds como mariposa engreída y el viejo Rajoy se veía precisamente envejecido, con ese ojo que le bailaba en cuanto subía la adrenalina de su impaciencia, en cuanto recurría desesperado al catenaccio… y al final, faltaba la edecán, la encarnación de la democracia con el escote abierto en medio del aséptico plató donde en realidad no se rompen las narices.

Twitter Jorge F. Hernández

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