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Coaliciones europeas: de ‘bodas de elefantes’ a alianzas ineficaces

El bipartidismo o la inestabilidad de Parlamentos atomizados han motivado en Europa alianzas con resultados muy diversos

El canciller alemán, Gerhard Schröder, y la candidata democristiana Angela Merkel, se enfrentan en un debate televisado en la campaña de 2005.
El canciller alemán, Gerhard Schröder, y la candidata democristiana Angela Merkel, se enfrentan en un debate televisado en la campaña de 2005.EFE

Seña de identidad de democracias maduras con dos o tres partidos fuertes o recurso ante la dificultad de reunir un Gobierno estable en Parlamentos atomizados, las coaliciones europeas han recorrido la historia reciente de Europa con resultados muy variados. Los resultados del 20-D en España hacen prever que el gobierno del país requiere la unión inédita de varias formaciones políticas. Estos son algunos de los precedentes europeos:

Alemania

A lo largo de su breve historia de postguerra, Alemania ha desarrollado una cultura política que le permitió forjar alianzas entre distintos partidos para asegurar la estabilidad. Desde 1949 hasta 1969, la democracia cristiana gobernó el país gracias a las alianzas que formó con el pequeño Partido Liberal. En 1969, los resultados obligaron a la CDU y CSU de Baviera a buscar una alianza con el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), un acuerdo que dio vida a la primera gran coalición de gobierno y que fue bautizada por la prensa, como la “gran boda de elefantes”.

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La historia recuerda como positivo el primer Gobierno de gran coalición que llegó al poder el 1 de diciembre de 1969 con Kurt Kiessinger, un exmilitante del partido nazi como canciller y Willy Brandt, un hombre que arriesgó su vida combatiendo la tiranía nazi, como ministro de Asuntos Exteriores y vicecanciller. La gran alianza llevó aire fresco y nuevas ideas a la república y dio comienzo a la transición de la era Adenauer a la primera alianza socialdemócrata-liberal que perduró hasta 1982.

Ese año, el Partido Liberal dirigido por Hans Dietrich Genscher abandonó el Gobierno y gracias a una moción de censura constructiva, el canciller Helmut Schmidt fue apartado del poder y fue elegido Helmut Kohl. 16 años después, el socialdemócrata Gerhard Schröder derrotó a Kohl e invitó a los Verdes para formar una nueva alianza política que duró hasta 2005. El 22 de noviembre de ese año, Angela Merkel juró como canciller de Alemania gracias a la formación de un segundo Gobierno de gran coalición.

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Entre los años 2009 y 2013, Merkel pudo gobernar gracias al apoyo del partido Liberal y en 2013, el resultado de la urnas revivió, por tercera vez, un Gobierno de gran coalición. La certeza de que la estabilidad política es más importante que las ideologías, ha permitido al partido La Izquierda, formar gobierno en el land de Turingia con el apoyo del SPD y Baden-Wurtemberg es gobernado por una alianza Verde-SPD. En Hesse, en cambio gobierna una alianza CDU-Verdes, una constelación que le podría permitir a la CDU buscar en 2017 una alianza con el partido ecologista a nivel federal.

Italia

Italia tiene gran experiencia en los Gobiernos de coalición y en las alianzas inestables. Los pactos, bailes de escaños y las negociaciones están a la orden del día en un país que se ha acostumbrado a tener Gobiernos que duran seis meses y en el que no extraña que gobiernen juntas la derecha y la izquierda. El país sufre una ingobernabilidad crónica que demuestran los 63 Gobiernos que se han sucedido en los 70 años de historia republicana.

Terminada la era Berlusconi en 2011, pasaron por el Gobierno dos presidentes fugaces, Mario Monti -con un Gobierno tecnócrata- y el socialista Enrico Letta, con la conocida como gran coalición, en la que entraron fuerzas de izquierdas y derechas. Tras la dimisión de Letta en 2014, el entonces presidente de la República, Giorgio Napolitano, llamó al actual primer ministro, Matteo Renzi, que se hizo con el Ejecutivo sin pasar por las urnas y llegado directamente desde la alcaldía de Florencia. Su Partido Democrático consiguió gobernar gracias al apoyo del centro-derecha.

Ya en el Gobierno, el presidente más joven de la historia del país se ha propuesto acabar con la inestabilidad política de Italia que tanto ha atemorizado a Europa. En su legislatura, ha aprobado una nueva ley electoral y una importante reforma del Senado. Ganan los grandes partidos, que tendrán el premio de la mayoría si consiguen el 40 % de los votos. Todo por intentar acabar con la ingobernabilidad del país.

Reino Unido

En Reino Unido, de la misma manera que en España, dos partidos se han alternado en el poder en las últimas décadas: los partidos Conservador y Laborista. El sistema electoral mayoritario británico tiende a favorecer la formación de mayorías sólidas, así que no hay una extensa experiencia de Gobiernos de coalición, pero sí una muy reciente: el que formaron los conservadores con los liberal-demócratas, con David Cameron como primer ministro y Nick Clegg como vice primer ministro, la pasada legislatura.

Las elecciones del 6 de mayo de 2010 dejaron el Parlamento británico sin una mayoría clara por primera vez en 36 años. Los conservadores ganaron 306 escaños, 20 menos que la mayoría absoluta. La llave de la gobernabilidad recayó en los liberal-demócratas de Nick Clegg, con 57 escaños. Tras cinco días de negociaciones con conservadores y laboristas (258 escaños), los centristas se decantaron por los tories. El primer ministro en funciones y líder laborista, Gordon Brown, dimitió y David Cameron se trasladó al 10 de Downing Street.

Cinco años más tarde, en las elecciones del pasado 7 de mayo, los centristas pagaron caro su pacto con los tories: retuvieron solo ocho de sus 57 escaños y quedaron relegados a cuarta fuerza en el Parlamento. Todas las encuestas previas a la jornada electoral indicaban que de las urnas saldría un Parlamento ingobernable, inédito, más fragmentado que nunca. Se especulaba con una coalición de partidos de izquierdas -con laboristas, nacionalistas escoceses y otros partidos pequeños- como la más probable forma de Gobierno. Los tories criticaron insistentemente durante la campaña esa posibilidad, alertando sobre un Gobierno laborista esclavo del los independentistas (el referéndum celebrado seis meses antes apenas había desterrado el fantasma de la secesión de Escocia). Finalmente, contra pronóstico, el Partido Conservador obtuvo la mayoría absoluta (330 de 650 diputados) y no necesitó pactos para investir por segunda vez a David Cameron como primer ministro.

Francia

Los Gobiernos de coalición en Francia son relativamente habituales, si bien, a pesar de la reciente irrupción del Frente Nacional, predomina el bipartidismo. Los dos grandes partidos de gobierno son los conservadores, ahora llamados Los Republicanos, y el Partido Socialista, que solo ha gobernado dos veces en esta V República nacida en 1958: con François Mitterrand (de 1981 a 1995) y François Hollande (desde 2012). La ausencia de mayorías absolutas en el Parlamento y el sistema electoral a dos vueltas han promovido en muchas ocasiones las coaliciones de gobierno. De hecho, el primer Gobierno de Hollande estaba formado por socialistas, pero también por la izquierda radical y los ecologistas. Estos últimos abandonaron el ejecutivo el año pasado y ahora gobierna el Partido Socialista con la Izquierda Radical. Su representante más importante es la ministra de Justicia Christiane Taubira. PS y PRG (Partido Radical de Izquierda) suman 290 diputados, uno más que la mayoría absoluta.

La política de coaliciones ha sido especialmente evidente en las elecciones regionales de este mes. Los Republicanos ha concurrido con la centrista UDI (Unión de Demócratas e Independientes) y es muy probable que repita operación de cara a las elecciones presidenciales de 2017. Las coaliciones en la izquierda se produjeron tras la primera vuelta (el 6 de diciembre). Es habitual que para segunda vuelta haya unificación de listas y eso es lo que ha ocurrido en casi todas las regiones. El PS ha reforzado su posición gracias a las listas fusionadas con la izquierda radical y los ecologistas.

Francia ha afrontado en el pasado etapas supuestamente ingobernables como fue, por dos veces, la victoria en las legislativas de los conservadores siendo el socialista Mitterrand presidente de la República. Fue la llamada cohabitación que forzó posteriormente a cambiar la ley electoral para que las presidenciales fueran al tiempo legislativas. El conservador Jacques Chirac fue primer ministro entre 1986 y 1988 y Édouard Balladur entre 1993 y 1995.

Dinamarca

El país escandinavo cuenta también con una fuerte tradición de Gobiernos de coalición, como demuestra su historia más reciente. En las últimas elecciones, celebradas en junio, la alianza de partidos de la derecha se declaró vencedora gracias al empuje del aniinmigración y antieuropeo Partido Popular Danés (PPD), segunda fuerza más votada. Pese a esto, la reina Margarita II llamó a formar gobierno al líder del segundo partido más votado, el liberal Lars Løkke Rasmussen, actual primer ministro, que ya lideró el Ejecutivo de 2009 a 2011. El PPD es aliado de gobierno, pero no forma parte del Ejecutivo.

Paradógicamente, la ex primera ministra Helle Thorning-Schmidt ocupó la primera plaza en esos comicios, pero la coalición de centro-izquierda no fue capaz de reunir los votos suficientes para gobernar. El juego de alianzas es tal en Dinamarca que durante la legislatura liderada por Thorning-Schmidt se sucedieron hasta seis ejecutivos diferentes.

Bélgica

Formar Gobierno en un país dividido lingüística, territorial, cultural y económicamente no es tarea fácil. En julio de 2014, Bélgica tardó alrededor de tres meses en formar un Ejecutivo que dejara satisfecho a ambas partes: valona y flamenca. Aunque ese tiempo fue nada comparado con los 541 días que el país estuvo sin Gobierno en 2010. El Rey Felipe, como ocurre en las monarquías parlamentarias, es el encargado de pedir a la fuerza más votada la tarea de formar Gobierno. Y la última vez lo tuvo que solicitar hasta tres veces.

La primera recayó sobre el partido más votado, los democristianos nacionalistas flamencos del N-VA, cuyo líder, Bart De Wever, fracasó en mayo de 2014 en su intento de formar una coalición con el centroderecha valón (parte francófona). El líder liberal francófono y actual primer ministro, Charles Michel, fue por tanto el siguiente en explorar una fórmula de Gobierno para el país. Finalmente y tras otro intento más, en octubre de 2014, lo consiguió. Su nuevo socio sería un conglomerado de partidos del centroderecha aunque con el beneplácito siempre de los nacionalistas flamencos del N-VA, que obtuvieron más respaldo en las urnas.

Michel, del Movimiento Reformador francófono, asumió un Gobierno gracias a las promesas de austeridad que hizo a principio de su mandato a cambio de ir descentralizando poco a poco el país en señal de guiño al flamenco N-VA, que tiene aspiraciones independentistas de Flandes. La región es un gran eje comercial y con una potentísima economía que alcanza un PIB per cápita de 30.000 euros anuales frente a los 22.000 de la rural Valonia, al sur del país.

Cuando no hay una clara mayoría en el Parlamento belga, el Rey nombra a un informante o entrenador, que recopila información de las distintas partes sobre sus opiniones y deseos en cuanto a la formación de un nuevo Gobierno. Se proyectan supuestas combinaciones para obtener mayorías y con qué socios. Cuando tiene éxito el proyecto, por lo general, esta figura se convierte en el primer ministro del nuevo Ejecutivo de coalición.

El nuevo Gobierno nace sobre la base de una especie de acuerdos de mínimos entre la coalición que haya salido del análisis del “informante”. Cuando las partes aprueban el acuerdo de coalición, las negociaciones comienzan la asignación de carteras ministeriales. Una vez que estas negociaciones se cierran, el nuevo equipo se presenta al Rey que nombra oficialmente a los ministros después de que juren el cargo ante él.  Tras el juramento, los nuevos ministros presentan las directrices de la coalición en el Parlamento. Allí se debaten y se llega a una moción de confianza entre los demás diputados. Si se supera, habrá Gobierno para un máximo de cuatro años.

Portugal

El Partido Socialista de Portugal perdió las elecciones de octubre, pero gobierna en diciembre. La anterior coalición conservadora gobernante aguantó el chaparrón de la crisis, ganó las elecciones, pero sin mayoría parlamentaria. Por votos y diputados, Portugal votó a una mayoría de partidos de izquierda, el problema era ponerse de acuerdo.

El mayor obstáculo que les separaba era que el Partido Comunista llevaba 40 años sin apoyar ningún gobierno nacional con los socialistas. Pero en octubre decidió romper esa tradición para permitir un ejecutivo de izquierdas, al igual que el emergente Bloco de Esquerda. Las dos fuerzas más los diputados del PS forman una mayoría absoluta parlamentaria que apoya al Gobierno monocolor socialista de António Costa. Para ello, ha sido fundamental que los pequeños (PC con 17 escaños y Bloco con 19, frente a los 86 del PS) renuncien a sus maximalismos: piden en sus programas la salida de la OTAN y del euro o la nacionalización de la banca, pero se han olvidado de tales objetivos en beneficio de un proyecto social que reduzca los recortes a las clases trabajadoras. Eso ha unido a toda la izquierda.

Pero para llegar a tal pacto histórico ha sido necesaria mucha cintura política, que el primer ministro António Costa tiene, y renunciar a los principios fundamentales de cada programa político; en cualquier caso, Portugal no tiene algo que gangrena la generosidad que se necesitan en los pactos: los nacionalismos e independentismos de cada región o comunidad. El PC cierra sus mítines cantando el himno de Portugal, no el de Madeira.

Grecia

 Aunque en Bruselas extrañara la coalición formada por la izquierdista Syriza y la derecha soberanista de Griegos Independientes (ANEL) —un pacto revalidado en las elecciones de septiembre—, con el programa en la mano se entiende el por qué: ANEL es el único partido que coincide con Syriza en lo relativo a los rescates y las relaciones con Europa. En enero forjaron una coalición que se desinfló por las defecciones en Syriza; ahora gozan de una ligera mayoría absoluta (153 escaños de 300). Ambos partidos, además, defienden parecidas posturas sobre cuestiones de soberanía nacional.

Holanda

Holanda gusta de presentarse como un país pequeño, rico (en noviembre recuperó la triple A de calificación crediticia por las buenas perspectivas económicas) y comerciante. Es decir, necesitado de otros para crecer. El pragmatismo con que traslada dicha realidad a la escena política ha convertido el famoso modelo pólder, el consenso, en una fórmula en apariencia ideal de cooperar a pesar de las diferencias. Pero aunque las coaliciones son una de las esencias patrias, y se han sucedido desde 1945, tienen sombras.

Tras la II Guerra Mundial, los predecesores de los actuales socialdemócratas y democristianos gobernaron juntos durante un año. En estos momentos, el Gabinete de centroizquierda lo forman liberales de izquierda y la socialdemocracia, que han superado una moción de censura presentada por toda oposición contra el primer ministro, Mark Rutte. El origen de la misma es el escándalo provocado por la ocultación por parte del ministerio de Justicia de un pacto con un narcotraficante, saldado con la dimisión del ministro y el secretario de Estado. Un sobresalto comparable, en su intensidad, a los convulsos siete meses de Gobierno de liberales, democristianos y la derecha xenófoba de Geert Wilders, que acabaron en ruptura en 2012.

Ambas situaciones demuestran que sellar grandes acuerdos carece de sentido si se pretende borrar las diferencias entre los partidos. O si de tanto ceder para formar Gobierno, el electorado no se reconoce ya en sus políticos. O todavía peor, si los pactos son de tal envergadura, que el Parlamento apenas tiene poder de maniobra para ejercer su labor de control. Sin olvidar que la formación de un Gabinete ha llegado a prolongarse aquí hasta ocho meses. Por eso, aunque la discusión sobre las supuestas bondades del bipartidismo o el sistema de distritos a la británica resurgen en cada campaña electoral, Holanda sigue buscando la fórmula ideal para que la colaboración competitiva que supone una coalición refleje el país que representa.

Con información de Enrique Müller, desde Berlín, Pablo Guimón, desde Londres, María Salas Oraá, desde Roma,  Gabriela Cañas, desde París, Belén Domínguez, desde Bruselas, Javier Martín, desde Lisboa, María Antonia Sánchez-Vallejo, desde Madrid, e Isabel Ferrer, desde La Haya.

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