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Tribuna
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El bibliotecario argentino y la tradición

El nombramiento de Manguel como director de la Biblioteca Nacional recupera la tradición borgiana que pretende que lo argentino no consiste en limitarse a lo propio

Martín Caparrós

En algún momento de 1951, en una oscura institución porteña, Jorge Luis Borges dictó una conferencia que redefiniría la cultura de su país. La tituló El escritor argentino y la tradición; en ella, el escritor argentino deploraba “el culto nacionalista del color local”, y decía que los argentinos no podíamos limitarnos a lo argentino para ser argentinos porque “o ser argentino es una fatalidad, y en ese caso lo seremos de cualquier modo, o ser argentino es una mera afectación, una máscara”.

En aquellos días de Gobierno peronista, nacionalista a ultranza, sus palabras eran un desafío –y Borges lo pagó. Años más tarde, los militares que derrocaron al general Perón lo nombraron director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Allí lo conoció, en 1964, un muchacho de 17 años, Alberto Manguel; pronto empezaría a leerle los libros que él, ya ciego, no podía.

Manguel nació en Buenos Aires pero vivió toda su infancia en Israel, donde su padre fue el primer embajador argentino. Volvió a su país adolescente

Manguel había nacido en Buenos Aires pero vivió toda su infancia en Israel, donde su padre fue el primer embajador argentino. Volvió a su país adolescente, estudió en el Colegio Nacional, conoció a Borges: “Él me dio la confianza que yo necesitaba para entender que una biblioteca tiene como rol ser la memoria de sus lectores. Y para decidir vivir entre libros”, escribiría mucho después. A sus veinte años se fue a Francia, donde trabajó como traductor y editor; unos años más tarde, ya en Italia, publicó su primer libro: premonitorio, sería una Guía de lugares imaginarios. En los ochentas se instaló en Inglaterra, en Tahiti, en Canadá; solía escribir en inglés, pero sus títulos fueron publicándose en más de 30 idiomas. A principios de siglo se instaló con sus 40.000 volúmenes en un presbiterio medieval en el centro de Francia, porque, según escribió en el New York Times, “cuando encontrara un lugar para mis libros, encontraría el mío”. Algunos de sus escritos de estos años –Una historia de la lectura, La biblioteca de noche– trazan la historia del libro y sus usos y costumbres, y lo transformaron en una autoridad mundial en esos temas. Hace unos días, mientras preparaba sus clases para Princeton, le ofrecieron ocupar la silla que dejó, hace ya tanto, su maestro: la dirección de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires.

Tras una década en que el nacionalismo dominó la cultura oficial argentina, en que la Biblioteca se transformó en el centro de la cultura política oficialista, el nombramiento de Manguel, un hombre que casi no ha vivido allí, que es más conocido fuera de su país que en él, que siempre escribió sobre temas universales, recupera la tradición borgiana que pretende que lo argentino no consiste en limitarse a lo supuestamente propio sino en abrazar como propio todo lo que el mundo puede dar. “Creo que nuestra tradición es toda la cultura occidental, y creo también que tenemos derecho a esa tradición”, dijo, aquella tarde, Borges.

Desde su silla Alberto Manguel, un intelectual acostumbrado a la mezcla, a la diversidad, al diálogo, podrá retomar, tras años de monólogos y nacionalismo, aquella idea tan revulsiva de la tradición: que nada de lo humano tiene por qué sernos ajeno.

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