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Columna
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Máxima atención a China

No se sabe si el desplome de su Bolsa es un tropiezo o tendrá efectos catastróficos

Francisco G. Basterra

Si admitimos que el ascenso de China es el dato más importante para resolver la ecuación del siglo XXI, resulta ineludible prestar la máxima atención a la caída de su crecimiento económico y al desplome de sus bolsas. No sabemos si este tropiezo del país en el que vive casi una cuarta parte de la humanidad, es solo eso, un contratiempo, o predice un aterrizaje catastrófico de la segunda economía mundial con graves consecuencias políticas internas, y su desbordamiento estratégico al panorama internacional, con el miedo político superando incluso al económico.

¿Nos inoculará China de nuevo el virus de la Gran Recesión haciéndonos regresar a 2008? El mundo ya no tiene tractor que tire de la economía: EE UU ya no es suficiente como locomotora y China no puede sustituirle. Por el contrario, su capacidad de contagio, en la transición de más grande es mejor a menos es más, es profunda. Su exitoso capitalismo de Estado sin libertades se agrieta al no lograr el equilibrio entre el Estado interventor y el mercado. El Partido Comunista Chino no puede perder el control de la economía, cuyo crecimiento es su principal baza de legitimación, sin desatar tensiones internas y perder el dominio del país.

Máxima preocupación del presidente Xi, el líder chino que ha acaparado más poder desde Mao, y línea roja absoluta en la estrategia interna. Incrementa la represión sobre los disidentes, así como la censura de internet; desaparecen libreros críticos en Hong Kong. Mientras consolida su poder a través de una dura campaña anticorrupción que atemoriza y le sirve a la vez para deshacerse de eventuales rivales. ¿Cuál es el sueño chino de Xi Jinping? Sin duda, la estabilidad interna; el ascenso pacífico de China evitando el estallido de conflictos entre la China urbana y rica de la costa y el interior rural, gracias a la mejora constante del nivel de vida de los ciudadanos.

No olvidemos que China es todavía, fuera de una estrecha franja costera que comercia globalmente, un país pobre del tercer mundo con 650 millones de habitantes viviendo en hogares que ingresan menos de 4 dólares diarios, según cifras del Banco Mundial. La estrategia exterior se condensa en reducir la influencia de Estados Unidos en Asia, consolidándose como primer poder asiático, y mantener abiertas sus salidas marítimas al Pacífico y al Índico, que hoy pueden ser fácilmente bloqueadas por EE UU. Los carriles del mar por donde exporta sus productos y recibe el chorro de materias primas necesarias para su desarrollo.

La realidad, explica el analista estratégico George Friedman, es que China es un país aislado, profundamente dividido internamente con los problemas de los musulmanes uigures en Xinjiang, y también en el Tibet, regiones autónomas con poblaciones que rechazan la dominación china de la etnia mayoritaria Han. Evitar la inestabilidad define todo lo demás que China hace. La desconfianza mutua entre Occidente y China provoca que ninguna de las dos partes, que sostienen un sentimiento mutuo de superioridad, sepa como manejar la relación más importante de este siglo. Atención.

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