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Los magrebíes cambian el Estrecho por Grecia para entrar en la UE

Un creciente número de norteafricanos viaja a Turquía y desde allí a Grecia y los Balcanes

Un grupo de marroquíes, en el campamento de Idomeni.Vídeo: Claudio Alvarez
María Antonia Sánchez-Vallejo

Entre todos los migrantes que llegan a Grecia, destaca el importante grupo de norteafricanos (sobre todo marroquíes, pero también argelinos y tunecinos) que aspiran a entrar en la Unión Europea por los Balcanes. Reforzada la vigilancia en el estrecho de Gibraltar, y afiladas las concertinas que coronan las vallas de Ceuta y Melilla, los ciudadanos de esos países aprovechan la existencia de vuelos baratos a Estambul (alrededor de 150 euros) y la exención de visado para volar a la capital económica de Turquía y, desde su costa mediterránea, saltar a una isla griega.

Desde allí, vía Atenas, los magrebíes podían cruzar la frontera con la Antigua República Yugoslava de Macedonia y emprender la ruta de los Balcanes para llegar al corazón de Europa. Esta salida, sin embargo, quedó definitivamente cerrada para ellos el pasado 18 de noviembre, cuando, cinco días después de los atentados de París, las autoridades de Skopje cortaron el paso a cuantos no sean refugiados sirios, iraquíes y afganos. La frontera, además, abre y cierra arbitrariamente, confinando a todos los transeúntes a un limbo de incertidumbre.

“Los marroquíes, argelinos y tunecinos son la única excepción en el registro obligatorio de migrantes [exigido por la UE a Grecia]”, explica el policía Vanguelis Kassos, coordinador del centro de extranjeros de Moria, en la isla de Lesbos. “No tienen derecho al registro”, añade. Es decir, ni siquiera al permiso mínimo, de 30 días, que sí obtienen paquistaníes, iraníes o egipcios; tampoco pueden acceder a los servicios que ofrecen los campamentos humanitarios, y si lo hacen, como en el que se levanta en la frontera greco-macedonia, es de tapadillo y gracias a algunos voluntarios.

Los norteafricanos son los primeros candidatos a la expulsión, o cuando menos a la repatriación voluntaria, que gestiona en Grecia la Organización Mundial de Migraciones (IOM, en sus siglas inglesas). O a la devolución forzosa, como dio a entender recientemente el ministro griego de Inmigración, Yanis Muzalas, cuando, al constatar “este fenómeno novedoso, masivo”, subrayó que todos los magrebíes, sin excepción, deberán abandonar el país.

Aún no hay cifras oficiales del número de llegadas de norteafricanos a Grecia desde el inicio de la crisis migratoria, pero es un fenómeno al alza. El ministro argelino de Asuntos Magrebíes, Abdelkader Messahel, emitió un comunicado el pasado 15 de enero en el que aseguraba que desde hace varias semanas se registra “un flujo masivo e inhabitual” de marroquíes procedentes de Casablanca que intentan acceder a Libia a través de Argelia. Argel asegura haber interceptado a 270 marroquíes que pretendían acceder a Libia sin visado de trabajo, informa Francisco Peregil.

En la ciudad marroquí de Nador, a 15 kilómetros al sur de Melilla, desde hace dos meses se ha disparado el flujo de inmigrantes ilegales hacia Europa a través de Turquía, según indicaron a este diario fuentes humanitarias. “Hay bastantes padres, no sabría decirte si cientos, que nos hablan de que sus hijos ya han llegado a Alemania. Y hay un barrio en las afueras de Nador que se ha quedado casi vacío", indicó la fuente que prefiere no ser identificada.

En las literas del campamento de refugiados de Idomeni, cerca de la frontera griega con Macedonia, pernocta desde hace tres días un grupo de seis marroquíes. “En Marruecos no hay trabajo ni expectativas de futuro; tampoco educación ni libertad. Cruzar el Estrecho es cada vez más difícil, así que vamos a aguantar aquí hasta el final, aunque nos cueste la vida. De hecho yo ayer soñé que me suicidaba por la pura desesperación de verme aquí atrapado”, cuenta Hussein Mehdi, de Kuneitra, portavoz improvisado de sus compañeros, originarios de Casablanca, Fez y Meknes; todos hombres solos, jóvenes y sin trabajo. “Si Siria es una guerra abierta, Marruecos es una guerra callada donde también muere gente, de hambre”, apostilla Mohamed.

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Como ellos, muchos están dispuestos a pagar los 700 euros por persona que las mafias les piden para llevarles hasta la frontera serbia de manera ilegal, por el bosque. “Todo ese dinero por caminar por el barro durante tres días…, pero merecerá la pena”, concluye. Entre los magrebíes que llegan a Idomeni, también hay menores, cuya tutela asumen las ONG especializadas y que son derivados a centros en Grecia.

Algunos tienen incluso peor suerte que Hussein Mehdi y sus compañeros en el campo de Idomeni. Parias entre los parias, un grupo de marroquíes malvive en su propio campamento, instalado precariamente en la playa urbana de Mytilene, la capital de la isla de Lesbos. Con endebles tiendas de lona y plástico y una cocina de campaña como todo servicio, los norteafricanos carecen de cualquier ayuda. “Intentamos, sin éxito, instalar sanitarios y otros servicios a los acampados, pero el Ayuntamiento no nos dio permiso”, explicaba el viernes el coordinador en la isla de la ONG Médicos Sin Fronteras, Daniel Huéscar.

Turquía vincula a los emigrantes con el yihadismo

La ruta desde Marruecos hacia Grecia a través de Estambul comenzó a abrirse en 2011 con vuelos de bajo coste, desde Casablanca, pero se ha disparado en los últimos meses. Turquía ha intentado vincular a algunos de estos emigrantes con el Estado Islámico.

El pasado 19 noviembre fueron arrestados en Turquía ocho marroquíes que pretendían llegar de forma ilegal a Alemania a través de Grecia y eran sospechosos de querer unirse al Estado Islámico, un extremó que desmintió la Dirección General de Seguridad Nacional de Marruecos.

Diez días antes, Ankara detuvo y expulsó a 38 personas, procedentes de Marruecos con la misma acusación. Del grupo, 10 eran mujeres y 15 eran niños. FRANCISCO PEREGIL

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