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ANÁLISIS
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Britannia gobierna las olas

Una nueva técnica de edición genómica es la mayor esperanza de paliar unas 5.000 enfermedades raras

Javier Sampedro

La tecnología es rabiosamente nueva, pero la historia se ha repetido un par de veces o tres, con las células madre, la clonación y otras investigaciones que requieren embriones humanos. Los científicos occidentales descubren un procedimiento poderoso, vocean a sus ministerios de sanidad la necesidad de autorizarlo o regularlo, y nadie autoriza ni regula nada hasta que las potencias asiáticas se ponen a hacerlo con más pericias que escrúpulos, con más prisa que normativa. Como decía este lunes un científico británico, “China tiene directrices, pero no suele estar claro cuáles son”. Y es entonces Reino Unido quien tiene las agallas de gobernar sobre las olas, como dice su viejo himno naval.

Los biólogos llevan dos o tres años muy excitados con una nueva técnica de edición genómica llamada CRISPR. Sus dos (principales) descubridoras recibieron el último premio Princesa de Asturias, y se las espera con ansiedad en Estocolmo. Han revolucionado la biotecnología con una técnica tan simple, barata y eficaz que ha puesto la modificación de los genomas, incluido el humano, al alcance de cualquier laboratorio de genética de provincias. CRISPR es la mayor esperanza actual de paliar las 5.000 enfermedades raras —todas ellas hereditarias— que afectan a tan poca gente (cada una) que nadie financia su investigación, pero que suponen en conjunto una enorme carga humanitaria en todo el planeta.

Mejorar la fertilidad de algunas parejas que desean tener niños no parece el más urgente de los problemas sanitarios, pero su elección por los reguladores británicos responde a razones muy sólidas. Primero, porque el trabajo se puede hacer en embriones sobrantes de las clínicas de fertilidad, donados por los padres de manera informada y voluntaria, y sin tener que implantarlos nunca en un útero. Eso facilita mucho los trámites legales, al menos en los países en los que es posible saber cuáles son. Y, segundo, porque los genes implicados son estrictamente humanos, y por tanto no es posible utilizar modelos animales para estudiarlos.

Mientras los científicos se desgañitaban en Occidente y los reguladores preferían dejar el asunto para la legislatura siguiente, tres laboratorios chinos empezaron el año pasado a experimentar con CRISPR en embriones humanos, de una forma que no encaja ni con las necesidades de transparencia de la ciencia pública, ni con las de rigor del derecho internacional. Si hemos de modificar el genoma de los embriones humanos para evitar enfermedades horribles, hagámoslo bien, con garantías y con una ética al menos comparable a la que solemos usar dentro de los hospitales.

Gobierna, Britannia, gobierna sobre las olas. El país de Newton y Darwin sigue estando a la altura. Que no se vayan de Europa.

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