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Mientras se negocia, el Este de Ucrania avanza en su integración con Rusia

En las zonas separatistas, el rublo sustituye a la grivna y los productos rusos a los ucranios

Pilar Bonet
Un puesto de frutas con los precios en rublos rusos y grivnas ucranianas, en Donetsk.
Un puesto de frutas con los precios en rublos rusos y grivnas ucranianas, en Donetsk.Mikhail Sokolov

Los territorios orientales de Ucrania controlados por los insurgentes prorrusos (donde viven cerca de cuatro millones de personas) están cada vez más integrados de hecho con Moscú, mientras los políticos, bajo la égida de la OSCE, siguen debatiendo en Minsk (la capital de Bielorrusia) sobre la reintegración a Kiev de las dos zonas industriales que en 2014 se desgajaron de las regiones ucranianas de Donetsk y Lugansk.

En las autodenominadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk (RPD y RPL, respectivamente), el rublo ha sustituido a la grivna (la moneda ucraniana) y los comestibles rusos han reemplazado a los ucranianos, mientras la población mira cada vez más hacia el Este (la frontera custodiada solo por Rusia, pero no por Ucrania).

En las últimas semanas se han intensificado los tiroteos entre las partes en conflicto, que están separadas por una franja de seguridad, en algunos tramos de escasa amplitud. En los puestos de control abiertos (entre uno y dos a lo largo la semana pasada), los civiles hacen colas de varios kilómetros durante horas e incluso días para atravesar la tierra de nadie entre el territorio subordinado a Kiev y el conquistado por los secesionistas. La OSCE, cuyos observadores documentan la situación sobre el terreno, acaba de prolongar su mandato hasta el 31 de marzo de 2017, y aumenta su plantilla en 100 personas, hasta 800 en total.

Varios días de estancia en Donetsk producen a esta corresponsal la impresión de estar en un buque que efectuara una extraña travesía de Ucrania a Rusia. Sus pasajeros -unos voluntariamente embarcados y otros sin posibilidad de abandonar el barco- sufren de forma más o menos paciente las incomodidades según el grado de convencimiento de que vivirán mejor en el puerto de destino. Durante la travesía (que comenzó con injerencia rusa en apoyo de los secesionistas y derramamiento de sangre) los pasajeros han dejado de comprender el plan de ruta.

En el mundo particular de la RPD y la RPL no cuentan las fronteras internacionales reconocidas, ni los casi 25 años transcurridos desde que se desintegró la URSS. Interlocutores varios (incluidos responsables políticos) coinciden en afirmar que las negociaciones de Minsk permiten a las repúblicas populares ganar tiempo para fortalecerse, como sujeto de hecho primero y en el logro de la integración con Rusia, después. Todos ellos niegan la posibilidad de reintegración a Ucrania, lo que es oficialmente el objetivo en Minsk. “Somos rusos y siempre lo fuimos”, es una frase que repiten hasta la saciedad.

Impregnados de odio por la sangre derramada (un sentimiento recíproco en el otro lado de la zona de seguridad), los interlocutores esperan que la situación económica y política empeore aún más en Kiev con el fin de poder incorporar así a su travesía prorrusa a “los hermanos" que están "esperando y sufriendo en el resto de la región de Donetsk y Lugansk y en otras regiones como Nikoláiev u Odessa”. “Este es un proceso en dos fases, una primera de independencia, y otra después de integración en el espacio ruso; pero no queremos integrarnos en la Federación Rusa en el territorio que controlamos actualmente, sino con el total de las regiones de Donetsk y Lugansk. Lo intentaremos por la vía política, pero no excluyo la conquista bélica”, afirma Alex Kofman, el ministro de Exteriores”, de la RPD. Las autoproclamadas repúblicas ocupan cerca de un tercio de las regiones mencionadas.

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En un quiosco del centro de Donetsk, se exhibe un periódico local en cuya portada hay una foto del primer ministro ucranio, Arseni Yatseniuk, retocada con orejas de conejo. La descomposición de la coalición gubernamental en Kiev actúa en Donetsk como un viento en popa que ayuda a soportar la incertidumbre, los tiroteos nocturnos en los barrios periféricos, los atentados ocasionales y últimamente las minas que amenazan en los campos a quienes tratan de evitar las aglomeraciones en los controles de salida.

Experimentados periodistas locales advierten fisuras entre los que se hicieron con el poder y también crecientes suspicacias hacia el mundo exterior no ruso. A principios de febrero, varios activistas del grupo de Ciudadanos Responsables, entre ellos Enrique Menéndez (de origen español), fueron expulsados de la RPD, y una de ellas, Marina Cherenkova, se encuentra en un calabozo local tras ser detenida por los órganos de seguridad de la RPD. Los poderes fácticos no les han formulado cargos, pero medios informados opinan que la persecución de los activistas se debe al temor de los líderes de la RPD a que estos “ciudadanos responsables” pudieran ser competidores en el futuro.

Las autoridades anunciaron este lunes en su agencia oficial DAN que están dispuestas a entregar a las autoridades ucranias a Marina Cherenkova. No obstante la acusan de haber sido utilizada y haber ayudado “sin darse cuenta” a organizaciones humanitarias occidentales en las cuales “actúan servicios de espionaje”.

Los activistas afectados están vinculados a proyectos de reparto de ayuda humanitaria patrocinados por el oligarca local Rinat Ajmétov (que tiene un imperio industrial en la RPD, pero eligió permanecer fiel a Kiev). La administración de la RPD tiene listas negras de periodistas extranjeros ( y Kiev tiene  las suyas) y ha prohibido la actuación de organizaciones humanitarias como Médicos Sin Fronteras, además de restringir las actividades de la Cruz Roja, que debe encadenar permisos expedidos por plazos de varios días. La RPD ha restablecido la pena de muerte que existía en tiempos de la URSS. De momento, que se sepa, no se ha aplicado “legalmente” la medida.

Los problemas económicos rusos afectan a la vida cotidiana en la RPD, pues es Rusia la que  mantiene a estas regiones. En febrero llegó el primer convoy de ayuda humanitaria rusa de 2016. “Antes venían varios cada mes y ahora, este es el primero en lo que va de año”, afirma una funcionaria local. En los supermercados que operan en la RPD se venden todas las mercancías básicas (visualmente más que en el pasado verano), pero la variedad es limitada.

Los precios son altos en relación con los sueldos. Un kilo de pepinos cuesta 300 rublos, uno de manzanas 93, un litro de leche entre 90 y 100 rublos. Una empleada de la limpieza en la universidad cobra 2.500 rublos; un profesor, 22.000, y un ministro 50.000 rublos. Mientras en Moscú el euro se cotizaba esta semana a unos 85 rublos, en Donetsk lo cambiaban por 76 rublos. A los jubilados les han sustituido su pensión en grivnas por otra en rublos (al cambio de dos rublos por una grivna). Rusia se ahorra así gastos sociales, pues el cambio comercial y el aplicado en las tiendas oscila entre 2,5 y 2,8 rublos por grivna.

Los pequeños empresarios se quejan de que les ahogan con múltiples impuestos. “Antes al mes  ganaba el equivalente a 1.100 dólares, ahora si llego a 200 es mucho”, dice Andréi, un taxista que se queja de perder sus ganancias nocturnas debido a la aplicación más estricta del toque de queda (de las 11 de la noche hasta las cinco de la mañana) tras un atentado contra la estatua de Lenin en el centro de Donetsk.

Pasaportes propios primero, y rusos después

Los secesionistas se disponen a emitir sus propios pasaportes. Las muestras de imprenta ya están listas y se parecen a los pasaportes rusos. El ministerio de Justicia de la RPD se los ha dejado filmar a un equipo de televisión de Moscú. Alex Kofman que actúa como ministro de Exteriores de la RPD afirma que “Rusia los reconocerá en cuanto los emitamos”.

Kofman cree que los pasaportes comenzarán a ser repartidos este mismo año. “Estoy seguro de que el siguiente paso, después de tener los pasaportes de la RPD, es tener pasaportes rusos”, explica. “Creo que iremos por el camino de Osetia del Sur, Abjazia y el Transdniéster” dice refiriéndose al reparto de pasaportes rusos entre los habitantes de esas regiones que no lograron encontrar su encaje en la división territorial surgida de la desintegración la URSS y donde las autoridades rusas repartieron sus documentos de identidad tras la llegada de Vladímir Putin al poder.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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