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Rusia recobra influencia mundial con su ofensiva militar en Siria

La mitad de los rusos apoya la intervención en el país árabe

Pilar Bonet
El mando de las Fuerzas Armadas rusas mantiene una conferencia con efectivos en el exterior, este sábado en Moscú.
El mando de las Fuerzas Armadas rusas mantiene una conferencia con efectivos en el exterior, este sábado en Moscú.VASILY MAXIMOV (AFP)

Al intervenir militarmente en Siria, Rusia ha vuelto a los escenarios geoestratégicos de la Unión Soviética. Su objetivo clave es recuperar su papel de potencia global y restablecer una relación de igualdad con EE UU como protagonistas de una arquitectura de seguridad que quiere romper con el modelo acuñado tras la desaparición de la URSS hace un cuarto de siglo.

La operación bélica rusa (iniciada oficialmente el 30 de septiembre de 2015) es la primera emprendida por el Estado ruso actual en un territorio externo a las fronteras de la URSS. Moscú considera que el empleo de su aviación y su armada para lanzar mortíferos artefactos contra la oposición al presidente Bachar el Asad ha sido decisivo para forzar un diálogo que se pretende lo más amplio posible en Siria. Rusia no admite haber cometido errores en los bombardeos en Siria ni la posibilidad de haber causado víctimas entre la población civil, como denuncian distintas organizaciones de derechos humanos.

Desde 2015 Putin ha exhortado repetidamente a formar “una coalición internacional” contra el terrorismo. El acuerdo con Washington para declarar una tregua en Siria es visto por los políticos rusos como una oportunidad de avanzar hacia esta coalición. La empresa es de extraordinaria complejidad por la superposición de contenciosos varios sobre el terreno y la dificultad para efectuar un corte nítido entre los fanáticos irrecuperables y el resto de los actores.

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Mijaíl Bogdánov, viceministro de Exteriores y el representante especial de Rusia para Oriente Medio y norte de África, calificó la tregua que se inicia este fin de semana como “la hora de la verdad”. En un foro internacional de debate organizado por el club de discusión Valdái, el alto funcionario manifestó que a los viejos problemas no resueltos en Oriente Próximo (la “degradación” del conflicto palestino-israelí) se les han acumulado nuevos en los últimos cinco años y citó entre ellos el resultado de la “primavera árabe”, es decir las “injerencias irreflexivas” de Occidente “bajo la excusa de la democratización” para relevar a dirigentes locales en Libia, Irak, Siria y Yemen. Además, se refirió a las “nuevas amenazas” como el “Estado Islámico”, el “terrorismo” y la “emigración”. No obstante, Bogdánov constataba una dinámica positiva en Libia y en Yemen.

Otros problemas añadidos, no mencionados por el funcionario ruso, son el deterioro de las relaciones ruso-turcas, tras el derribo en noviembre de un avión ruso en la frontera entre Turquía y Siria, y las suspicacias que suscita en Ankara el apoyo ruso a los kurdos de Siria.

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Putin juega con fuego y al mismo tiempo calcula sus límites. Antes de montar en cólera y acusar a Turquía de haberle dado un golpe a traición por el derribo de su avión Su-24 en la frontera con Siria, el jefe del Estado ruso esperó a ver cómo reaccionaba la OTAN y se convenció de que no intervendría, afirman fuentes diplomáticas occidentales.

Aprovechando las antiguas conexiones soviéticas en Oriente Próximo y creando otras nuevas, Rusia ha practicado una activa política para la captación de participantes en una solución en Siria, desde Irán a Arabia Saudí y Qatar, pasando por Israel, con quien Putin cultiva una estrecha relación. Entre las razones dadas por el jefe del Estado para combatir en Siria destaca la idea de que mejor rechazar a los extremistas fuera del territorio nacional que en él. Las filas del Estado Islámico se nutren de oriundos del Cáucaso y de las repúblicas de Asia Central controladas hoy por regímenes represivos, así que Rusia tiene motivos para temer el radicalismo islámico, tanto en el territorio de sus aliados postsoviéticos, como en el Cáucaso como en regiones de mayoría musulmana como Tatarstán o Bashkortostán.

Aparte del peligro de expansión del radicalismo, son muchos los analistas que relacionan la intervención militar rusa en Siria con la política del Kremlin en Ucrania. Unos alegan que Moscú trata de desviar la atención de un tema no resuelto y otros que la actuación en Siria puede servir justamente para desbloquear el conflicto de Ucrania en el marco del nuevo sistema de dimensiones que Moscú intenta forjar. La intervención de Rusia en Siria debe entenderse como “una forma de articular una nueva confianza que puede proyectarse sobre problemas enquistados, incluida la situación en Ucrania”, afirmaba en una entrevista a fines de septiembre Igor Ivanov, exministro de Exteriores de Rusia y exsecretario del Consejo de Seguridad de Rusia.

La diplomacia de Rusia se ha empleado a fondo en la tarea de forjar una relación con EE UU en torno al tema sirio, pero medios occidentales señalan el tipo de relación al que aspiran los rusos no coincide con las expectativas estadounidenses respecto a Rusia, mucho más limitadas y lastradas por problema de desconfianza propiciado por la intervención rusa en el Este de Ucrania.

De creer la relación de operaciones que el Ministerio de Defensa recogen en su página de web, las intervenciones rusas son una cadena de éxitos, muchos de ellos ejecutados con sofisticadas armas de gran precisión, incluidos lanzamientos de misiles desde el mar Caspio. Las notas de prensa difundidas por el Ministerio de Defensa de forma diaria (y a veces con varios despachos al día) al iniciarse la operación en Siria se fueron espaciando con el tiempo. En diciembre la frecuencia de los despachos disminuyó notablemente y por lo visto también el Ministerio de Defensa hizo vacaciones de Año Nuevo y Navidad, pues no registró ni una noticia relacionada con sus operaciones en Siria en su web entre el 31 de diciembre y el 10 de enero.

En febrero las operaciones bélicas se registran por semanas y no por días. El ministerio se empleó a fondo en desmentir las acusaciones de ONG internacionales, como Amnistía Internacional, según la cual Rusia ha utilizado bombas de casetes en Siria. El ministerio ruso no se limitó a argumentos militares en el marco sirio, sino que pasó a reprochar a Amnistia Internacional el no haber denunciado el supuesto uso de las mismas armas por parte del ejército ucraniano en el Este de Ucrania.

Antes del conflicto en Siria, Moscú, con sus contactos en el medio militar y de servicios de seguridad, ayudó en diferentes ocasiones a organizaciones occidentales a resolver problemas delicados de seguridad y humanitarios en aquel país. Un ejemplo de que Rusia y EE UU podían resolver problemas juntos fue el acuerdo de septiembre de 2013 por el que Bachar el Asad aceptó someterse a la convención internacional sobre armas químicas.

Por aquel entonces, las bases rusas de Lakatia y Tartus, en el Mediterráneo, estaban prácticamente en vías de abandono. Hoy, en el renovado juego geoestratégico global, Moscú se ha afianzado en ellas como método de mantener sus posiciones en el Mediterráneo, cuyo valor viene de la percepción de que, de no hacerlo así, podrían quitárselas. Algo parecido le sucedió también en la base militar rusa de Sebastópol, en la península de Crimea, en el mar Negro.

Los rusos apoyan la guerra siria

P. B., Moscú

La mayoría de los rusos (un 53%) creen que su país intervino militarmente en Siria para evitar que los islamistas radicales y terroristas lleven la amenaza bélica a territorio de Rusia, según un sondeo realizado el pasado enero por el centro Levada de Moscú, que registra el afianzamiento de esta opinión. Un 24% piensan que el principal fin de los dirigentes rusos es defender al presidente Bachar el Asad y atajar la cadena de "revoluciones de colores provocadas por EE UU" y un 23% están convencidos de que el objetivo es defender los intereses empresariales rusos en la zona. Un 13% no entiende por qué Rusia participa en la guerra. La belicosidad ha aumentado algo. A la pregunta sobre si Rusia debe continuar sus ataques aéreos en Siria un 59% responde positivamente (un 27% en contra). En noviembre pasado esta relación era de 55% a 27% y había más indecisos (19% frente a 15% hoy). Con todo, en enero, el 42% creían que Rusia y Occidente acabarían encontrando una regulación del conflicto y un 32% que no.

Una mayoría del 69% de los rusos no sigue atentamente los acontecimientos en Siria aunque tienen una ligera noción de ellos (en julio de 2013 este porcentaje era de un 52%). Los porcentajes de los que saben algo y de los que siguen atentamente el conflicto (un 18%) aumentaron a costa de los que no saben nada, cuya proporción se redujo del 39% en junio en 2013, a un 13% en enero pasado.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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