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Las garras de Hollywood

El puma P-22, que vive suelto en un parque municipal, sospechoso de matar a un koala del zoo

Pablo Ximénez de Sandoval
En la imagen el puma P-22, que vive en un parque municipal de Los Angeles.
En la imagen el puma P-22, que vive en un parque municipal de Los Angeles.Steve Winter/Cortesía de National Geographic

Desde los tiempos de OJ Simpson no había un famoso de Hollywood implicado en un asesinato. La víctima en este caso es un koala del zoo de Los Ángeles, se llamaba Killarney y tenía 14 años. Fue hallado muerto, despedazado, a principios de mes. Le habían arrancado la cara. El sospechoso actuó de noche, mientras la víctima dormía. Una semana después del crimen, las autoridades revelaron su foto, tomada de una cámara de seguridad del zoo. Se trata de P-22, un puma de seis años que vive en el parque municipal Griffith y que, hasta ahora, era una especie de mascota inofensiva de la ciudad.

La idea de un puma suelto en el parque desataría el pánico en cualquier otro lugar. Pero este parque tiene 1.700 hectáreas (4.000 acres) y Los Ángeles ha convivido con fauna salvaje toda la vida. P-22 llegó desde las montañas de Santa Mónica a Griffith Park (Hollywood) en algún momento de 2012 después de cruzar milagrosamente al menos dos autopistas. Se calcula que en las montañas de la costa viven una decena de estos animales. P-22, sin embargo, se ha quedado aislado en el parque después de su aventura. Sobrevive comiendo mapaches, roedores, ciervos y coyotes. El zoo de Los Ángeles está dentro de Griffith Park.

El puma se hizo famoso gracias a un espectacular reportaje fotográfico de la revista National Geographic publicado en noviembre de 2013. El fotógrafo Steve Winter colocó trampas fotográficas en el parque y esperó 14 meses hasta que una mañana se encontró con que el disparador automático había capturado una increíble foto de un puma con el cartel de Hollywood detrás. Desde entonces, toda la ciudad sabe que está ahí y es una verdadera celebridad cuyas andanzas se siguen en la prensa local. Hace dos años, unas nuevas fotografías lo mostraron sucio y debilitado. Se había envenenado con matarratas. Fue capturado, curado, soltado de nuevo y la ciudad respiró aliviada cuando se le vio sano y fuerte un par de meses después.

En un parque donde es normal ver coyotes o ciervos y hay señales que advierten de serpientes de cascabel, ningún vecino o paseante se ha encontrado nunca de bruces con el prudente puma. Pero en abril de 2015, un empleado de una empresa de seguridad se adentró bajo el porche de una casa en el barrio de Los Feliz, a los pies de Griffith Park, para investigar unos ruidos. Allí se encontró a P-22. Los helicópteros de los informativos sobrevolaron la casa durante horas y la policía cerró los accesos. Finalmente, el puma salió solo en medio de la noche, cuando lo dejaron en paz, y volvió a desaparecer en la colina.

Aquel encuentro fue la primera señal de que, en algún momento, bajo quién sabe qué circunstancias (¿hambre? ¿frío? ¿desorientación? ¿celo?), P-22 puede acercarse a los humanos. Y los encuentros de pumas con humanos pueden acabar como los de pumas con koalas. El episodio del zoo ha iniciado definitivamente la polémica. ¿Qué pasa si el puma llega a la conclusión de que hay comida gratis, fácil y variada detrás de la valla? No solo eso, P-22 está creciendo y eventualmente buscará una hembra, una razón más para aventurarse fuera del parque o perderle el respeto a las hordas de excursionistas y fiestas de cumpleaños que llenan este espacio salvaje cada fin de semana.

El concejal Mitch O’Farrell ha dicho que “esta tragedia recalca la necesidad de estudiar el traslado de P-22 a una zona salvaje más segura y remota con espacio para moverse sin posibilidad de interactuar con humanos”. El concejal David Ryu, del que depende la zona, se opone con el argumento de que se debe respetar la identidad salvaje de Griffith Park. La polémica no ha hecho más que empezar. No es que nadie llore al koala (al parecer, se lo estaba buscando, pues según el director del zoo, le gustaba pasar la noche en el suelo mientras sus compañeros lo hacían en los árboles); es que esta es la primera vez en cuatro años que Los Ángeles se pregunta si es prudente tener un puma suelto en un parque municipal.

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Sobre la firma

Pablo Ximénez de Sandoval
Es editorialista de la sección de Opinión. Trabaja en EL PAÍS desde el año 2000 y ha desarrollado su carrera en Nacional e Internacional. En 2014, inauguró la corresponsalía en Los Ángeles, California, que ocupó hasta diciembre de 2020. Es de Madrid y es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense.

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