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La madre de un joven radicalizado: “El terrorista podría haber sido mi hijo”

Padres de yihadistas belgas temen que los atentados alienten nuevas huidas

Familiares y amigos de Ibrahim Abdeslam, uno de los terroristas de París, en su entierro el 17 de marzo en el cementerio de Schaerbeek. A la izquierda, Abid Aberkan, arrestado el 19 de noviembre por cobijar a Salah Abdesalam.
Familiares y amigos de Ibrahim Abdeslam, uno de los terroristas de París, en su entierro el 17 de marzo en el cementerio de Schaerbeek. A la izquierda, Abid Aberkan, arrestado el 19 de noviembre por cobijar a Salah Abdesalam.AFP

Para cualquier padre que ve las imágenes que llegan de Bruselas, pensar que su hijo podría estar entre las víctimas de los atentados es casi un reflejo automático. A los padres de yihadistas belgas les asalta un temor añadido y paralizante: “El terrorista podría haber sido mi hijo”.

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Tres madres y un padre de jóvenes radicalizados y huidos a Siria para sumarse a las filas islamistas se reúnen al día siguiente de los atentados de Bruselas en un local de Molenbeek. Este es el barrio estigmatizado por excelencia, donde han crecido y encontrado cobijo varios de los terroristas de París y Bruselas. Los padres se reúnen para hablar y para adoptar una posición común ante el nuevo golpe. Han contado sus historias muchas veces, pero hoy vuelve a aparecer el nudo en la garganta. Cada nuevo atentado les derrumba.

“Ahora lo importante es conseguir que estos atentados no den alas a más gente para irse [a Siria]. Hay que hacerles comprender que la solución no es irse a Siria”, interviene Veronique Loute, madre de Sammy, un joven que a los 23 años se marchó sin dar mayores explicaciones a Siria. “[A los jóvenes] hay que dejarles claro que la paz no se gana con la guerra”, dice Loute.

Loute y otras 48 familias se han propuesto que su mensaje llegue a los jóvenes belgas para tratar de disuadirles de posibles huidas. Les cuentan el camino que siguieron sus hijos, muchos preocupados por la situación humanitaria y la mayoría ahora muertos en combate. Los padres dan charlas a jóvenes y tratan de concienciar a las autoridades del problema y les exigen que vigilen y castiguen a los reclutadores que los padres suelen tener bien identificados. Quieren que a otros padres no les pase lo que les ha sucedido a ellos.

Ninguna de las tres mujeres que hoy se han reunido en Molenbeek lleva velo ni pertenecen a familias especialmente religiosas. Una es rubia, la otra tiene el pelo cano y corto y la tercera es negra. En la asociación hay casi de todo, cristianos budistas… son los hijos los que entran en contacto con entornos radicalizados y se dejan atrapar sin que los padres se enteren hasta que ya es demasiado tarde. “Esto le puede pasar a cualquiera. Todos somos víctimas de los radicales”, piensa Loute.

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Las cifras del investigador Pieter van Ostaeyen indican que 562 belgas han viajado a Siria o a Irak. De ellos, 81 han muerto. La edad media de los que se van son 26 años. Con medio millar de combatientes en el extranjero, Bélgica es el país de la UE con más yihadistas per capita, con 41,96 por cada millón de habitantes, según los cálculos de Van Ostaeyen.

“Cuando hay un atentado, aquí algunos padres piensan: Uf, menos mal que no ha sido mi hijo”, se sincera Geraldine Henneghien, madre de Anis, que se escapó a Siria, dispuesto a luchar contra lo que él consideraba las injusticias del mundo. “Podría haber sido uno de nuestros hijos, les manipulan y les lavan el cerebro de tal manera, que serían capaces de matar a inocentes”. En la asociación, detalla Henneghien, hay dos padres cuyos hijos han cometido ataques suicidas.

Olivier, uno de los fundadores del grupo y cuyo hijo Sean se convirtió al islam y tres años más tarde viajó a Siria discrepa. Dice que su hijo se marchó para luchar contra el régimen del presidente sirio, Bachar el Assad, y que no cree que hubiera sido capaz de matar a civiles. “Él quería ayudar al pueblo sirio”.

Olivier piensa que para derrotar a los terroristas “es importante entender lo que pasa por su cabeza por mucho que sus acciones no tengan justificación alguna. Les mueve un sentimiento de venganza por los muertos por las bombas en países como Siria”.

Lavado de cerebro

La gran batalla de Henneghien es la lucha contra los reclutadores. A su hijo lo captó un hombre que merodeaba por los alrededores de la mezquita que empezó a frecuentar. Después de enterarse de que Anis se había marchado a Siria, no paró hasta dar con el hombre que le había lavado el cerebro. La sorpresa de Henneghien fue mayúscula cuando tras denunciarle quedó en libertad según explica ella, por falta de pruebas concluyentes. “El reclutador ahora está en la calle y mi hijo está muerto”.

Al rato llega Awa, otra madre acompañada de una niña y con aspecto abatido. Dice que desde el martes, el día de los atentados, no puede parar de llorar. “Me paso el día tumbada el sofá, pienso en los niños”. Awa saca del bolso una bandera belga gigante y se envuelve en ella. “Estoy orgullosa de mi país”. Es como si sintiera la necesidad de pedir perdón por unas atrocidades de las que es víctima en primera persona.

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