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Los yihadistas retornados de Siria desafían la seguridad en Europa

Más de un centenar de combatientes han regresado a Bélgica, incluido al menos uno de los suicidas de los ataques de Bruselas

Mimoun Aquichouch, imán de la mezquita de Vilvoorde.

El belga Najim Laachraoui se sumó a las filas del Estado Islámico en Siria hace tres años. El otoño pasado, le localizaron en un control de carretera en la frontera austrohúngara. El martes se hizo saltar por los aires matando a 14 personas. También otro kamikaze del aeropuerto de Bruselas, Ibrahim el Bakraoui, fue detectado intentando entrar en Siria antes de volver a Europa. Seguir de cerca a los retornados, entrenados en el uso y la fabricación de armas, es uno de los grandes desafíos a los que se enfrenta Bélgica. Al menos 117 yihadistas han regresado al país y otros 56 han intentado volver sin conseguirlo, según el recuento oficial.

Fuentes que mantienen contacto con los retornados explican que muchos se sienten defraudados cuando desembarcan en Siria. Que aquella no es la maravilla que les habían vendido. Otros directamente vuelven con la cabeza perdida. “Se creen que van a vivir la vida del profeta y cuando llegan allí, no se encuentran con los ángeles”, resume Benabderrahmane Hoane, Abu Yusuf, un conocido imam reformista de Bruselas.

Les decepcionan también las condiciones de vida que les golpean como una bofetada, cuenta Ali Abetttouy, un trabajador social cuya misión es dialogar con jóvenes y disuadirles de la huida. “La gente ve lo que pasa en Siria y consideran que es una causa justa que quieren defender. Les dicen que allí tendrán mujeres, un jeep, mansiones y que además contribuirán a levantar el califato. Quieren ser supermusulmanes”. Abetttouy se sienta con los chicos a ver vídeos que les llegan por la red. La idea es ir desmontando los clichés con los que los extremistas les tatúan el cerebro.

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Pieter Stockman, coautor de La caravana de la Yihad, donde describen casos de retornados belgas, cree que a pesar de que la mayoría vuelven decepcionados, basta que uno vuelva con una misión, para sembrar el terror. Advierte también que la posible decepción no implica deponer la ideología califal que les atrajo en primer lugar. “Igual no quieren estar en la guerra, pero no dejan atrás la ideología del ISIS”.

Un caso claro es el de Michael Younès Delefortrie, también conocido como el panadero del Daesh, que regresó a Amberes tras pasar un mes en Siria hace dos años y que, preguntado a su vuelta por los medios locales, dijo que no solo no se arrepentía, sino que además aseguraba que en cuanto tuviera ocasión volvería al Estado Islámico. Escribió también un libro, ya en Bélgica, en el que dice: “Cuando volví de Siria, ningún psicólogo ni ningún psiquiatra me preguntó si tenía un traumatismo de guerra, si las imágenes me provocaban angustia. No recibí ninguna ayuda”. Stockman piensa que el seguimiento psicológico es fundamental. “Son gente con muchos problemas. Ir a Siria es solo un acto más de desesperación y de buscar un sentido a su vida”.

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Vilvoorde es una ciudad flamenca próxima a Bruselas que se dio a conocer al mundo por el alto índice de jóvenes radicalizados que albergaba. Ahora se ha convertido en un referente mundial de lucha contra el radicalismo. El trabajo conjunto de la mezquita, los trabajadores sociales y las autoridades municipales han conseguido frenar en seco la salida de yihadistas. De ser, junto con Molenbeek, el gran punto de partida hacia Siria, con 28 combatientes en pocos meses, ha pasado a no ver salir a ninguno desde mayo de 2014. Ocho han regresado.

Vilvoorde como modelo

Mimoun Aquichouh es el imam de la mezquita de Vilvoorde y una pieza clave en el programa de desradicalización. Libra desde su mezquita “una guerra ideológica”. “Están convencidos al 100% de lo que hacen y creen que sus argumentos teológicos son indiscutibles”, explica en la trastienda de la mezquita. Un grupo de jóvenes son los encargados de acercarse a los radicalizados y ganarse su confianza para atraerlos hasta el centro de culto. Una vez allí, el imam intenta desmontar sus argumentos teológicos.

Aquichouh ha seguido el caso también de uno de los retornados. Es uno de los que se vuelven defraudados porque creía que iba a defender a sus hermanos y se dio cuenta que aquello era una lucha intestina entre diferentes grupúsculos armados. De momento, el retornado camina con buen pie.

El problema, señala el investigador Pieter Van Ostaeyen, es que el éxito del programa de Vilvoorde puede ser a la vez su maldición. Conoce ya el caso de un chico al que las autoridades municipales controlaban de cerca y que se planteaba marcharse a vivir a Bruselas, a media hora de distancia, donde sabe que estará mucho menos controlado. “Tememos que los jóvenes huyan de sitios donde saben que están más controlados”.

Molenbeek, uno de los focos más radicalizados del país, también cuenta desde octubre de 2014 con una célula que combate el extremismo. Olivier Vanderhaeghen, responsable de prevención de esa unidad, relata que ha tratado con 40 casos, de los que la mitad aproximadamente partieron a Siria. Su equipo trabaja con familias, colegios y asociaciones que les piden ayuda cuando detectan que un joven se radicaliza “No es fácil porque estos chicos viven un proceso de aislamiento. Lo más importante es mantener el vínculo familiar, especialmente entre la madre y el hijo. En el caso de los retornados es mucho más complejo. Nos contactan menos porque tanto las familias como ellos tienen miedo”.

Al margen de los vigilados, hay un número indeterminado de retornados que se encuentra fuera del radar policial, como asegura Van Ostaeyen, quien eleva la cifra de retornados al menos a 150. Luego están los que llegaron a Siria sin que ningún Gobierno se percatara y que volvieron con la misma discreción con la que se fueron.

Solo para controlar al más de un centenar que sí está fichado durante 24 horas al día harían falta una cantidad de recursos humanos que las autoridades belgas no son capaces de asumir, según explica una fuente conocedora de los servicios secretos. El primer ministro belga, Charles Michel, anunció tras los atentados de noviembre en París que modificarían la ley para poder encarcelar a todo el que pusiera el pie en Bélgica procedente de Siria. La reforma no acaba de llegar y en cualquier caso, según los expertos, no está claro que las cárceles, convertidas en un vivero de radicalización, sean la opción más efectiva.

Una portavoz del Ministerio de Justicia indica que hay 215 investigaciones en marcha por terrorismo, donde además de los retornados se incluye a los reclutadores. “Ahora, cuando vuelven, salta la alarma en el sistema Schengen. Si hay evidencias de que han cometido un crimen, acaban en la cárcel”, explica la portavoz. El problema es cuando no hay evidencias, cuando salen de la cárcel o cuando se producen errores, como ha sucedido ahora en el caso de Brahim Bakraoui, simplemente no salta la alarma.

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