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La actuación de los ultras en Bruselas agrieta la unidad por los atentados

El principal partido del país, la N-VA, rechaza suscribir un comunicado conjunto de condena

Lucía Abellán
Un grupo de ultras irrumpe en la concentración contra el terrorismo celebrada el domingo en Bruselas.
Un grupo de ultras irrumpe en la concentración contra el terrorismo celebrada el domingo en Bruselas.OLIVIER HOSLET (EFE)

Sin tiempo aún para digerir los atentados contra el corazón de la capital europea, Bruselas se topó el domingo con la frustración de ver cómo un grupo de ultras acaparaba la atención de una concentración convocada precisamente contra el miedo al terrorismo. El choque entre la policía y los hooligans ha agrietado la unidad observada hasta ahora en el fragmentado mapa político belga y amenaza con dar alas a los discursos radicales que vinculan terrorismo e inmigración en Europa.

El día de los atentados, los partidos políticos belgas trasladaron una imagen de unidad frente a la barbarie. Cuando la barbarie llegó en forma de extremistas que irrumpían en una concentración pacífica para plantar cara al terrorismo, la unidad se resquebrajó. La N-VA, formación más votada del país, con un 33% de los sufragios en Flandes —en Bélgica no hay partidos nacionales— evitó ayer suscribir un comunicado conjunto que emitieron el resto de formaciones flamencas. El texto simplemente condenaba la acción de los radicales. “Tomamos distancias, en los términos más claramente posibles, de una pequeña minoría llena de odio que trata de minar la solidaridad y la serenidad”, ratificaron los líderes de los cuatro principales partidos flamencos, salvo los nacionalistas de la N-VA.

El peso de este partido en el Gobierno federal (el principal, aunque el primer ministro sea un liberal francófono) y el discurso de mano dura que ha exhibido respecto a la inmigración genera inquietudes. Siegfried Bracke, presidente del Parlamento federal y uno de los responsables de la formación flamenca, lo justifica así: “Era innecesario hacer un comunicado conjunto. Porque eso es darles más importancia de la que tienen”. Bracke niega que esa actitud encierre complacencia con los alborotadores.

Las explicaciones no aplacan al resto de partidos. El alcalde de Bruselas, el socialista Yvan Mayeur, presente en la concentración del domingo, deploró ayer la actuación del ministro del Interior por no frenar la marcha de los ultras. “Ya no confío más en el ministro Jan Jambon”, zanjó el alcalde.

Al igual que ocurre con las leyes antiterroristas, que aún hoy no permiten realizar registros policiales en domicilios durante la noche, la normativa belga sobre manifestaciones públicas revela que el país nunca ha temido por su seguridad. Al contrario de lo que ocurre en España, donde los manifestantes comunican sus intenciones a las autoridades con un mínimo de 10 de antelación y un procedimiento detallado, en Bélgica ese trámite es más laxo. Quienes pretenden convocar un acto público deben informar a los poderes públicos, sin aguardar a su aprobación. Si las autoridades consideran el acto arriesgado, lo suspenden.

Alas al populismo

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Pero es un paso que les cuesta dar. Incluso en el acto convocado el domingo para desafiar el miedo, las autoridades desaconsejaron —no prohibieron— que se celebrara por el temor de no poder garantizar la seguridad. El resultado fue una escasa afluencia de manifestantes, que se vieron casi igualados en número por los extremistas. Esa imagen de radicales espetando al resto de ciudadanos “estamos en nuestra casa” amenaza con movilizar a la ultraderecha y a los partidos populistas europeos en la defensa del vínculo entre inmigración y terrorismo.

Aún así, cuesta entender que la policía conociera el propósito de estos ultras —incluso que los escoltara en tren desde el municipio de Vilvoorde hasta la Bolsa de Bruselas, donde transcurría la manifestación— sin frenarlos. “Se sabía que iban allí, pero no se intuía su comportamiento; fue una sorpresa”, alega el presidente del Parlamento belga.

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Sobre la firma

Lucía Abellán
La redactora jefa de Internacional de EL PAÍS ha desarrollado casi toda su carrera profesional en este diario. Comenzó en 1999 en la sección de Economía, donde se especializó en mercado laboral y fiscalidad. Entre 2012 y 2018 fue corresponsal en Bruselas y posteriormente corresponsal diplomática adscrita a la sección de España.

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