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Exhortación apostólica ‘Amoris laetitia’
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El parto de los montes

Francisco no se mueve de la doctrina tradicional. Define los problemas, pero deja las soluciones en manos de los obispos y los curas

El papa Francisco durante una audiencia pública en la Plaza de San Pedro el pasado miércoles.
El papa Francisco durante una audiencia pública en la Plaza de San Pedro el pasado miércoles.EFE

Sin ánimo de molestar, cabría decir que la montaña ha parido un ratón. Han sido tantas las esperanzas suscitadas ante esta exhortación apostólica que, como en la fábula del parto de los montes, se esperaba un documento trascendental y decisivo. Francisco no se mueve de la doctrina tradicional. Define los problemas, pero deja las soluciones en manos de obispos y sacerdotes, muy divididos en las materias que afectan a la familia, el matrimonio y los diversos modos de vivir el amor en pareja. Amoris laetitia, titula el documento. La alegría del amor. Las páginas expresan de nuevo la personalidad de un pontífice distinto a casi todos sus predecesores. Denota misericordia, afecto, comprensión. Solo una vez se deja llevar por el desánimo, que parece incluso enfado. “Los debates que se dan en los medios de comunicación, y aun entre ministros de la Iglesia, van desde un deseo desenfrenado de cambiar todo sin suficiente fundamentación, a la actitud de pretender resolver todo aplicando normativas generales o derivando conclusiones excesivas de algunas reflexiones teológicas”, escribe. Parecería que Francisco ha guardado en el tintero decisiones y opiniones. No sería de extrañar. La exhortación ha sido enmendada en varios puntos por la Congregación para la Doctrina de la Fe, que es como se llama ahora el Santo Oficio de la Inquisición. Su prefecto, el cardenal Müller, lideró con desparpajo la oposición a toda reforma en los sínodos de la familia de 2014 y 2015.

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Frente a jerarquías que siempre hablan ex cátedra, habitualmente para decir no y no (como si se comunicasen por teléfono con Dios cada noche), Francisco sostiene que no todas las discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltas con intervenciones magisteriales. “Tenemos que ser humildes y realistas, para reconocer que a veces nuestro modo de presentar las convicciones cristianas, y la forma de tratar a las personas, han ayudado a provocar lo que hoy lamentamos. Muchos no sienten que el mensaje de la Iglesia haya sido un claro reflejo de la predicación y de las actitudes de Jesús que, al mismo tiempo que proponía un ideal exigente, nunca perdía la cercanía compasiva con los frágiles, como la samaritana o la mujer adúltera”, afirma.

Francisco quiere una Iglesia de campaña, que huela a oveja, humilde, humana. En sus años de pastor de almas en Buenos Aires conoció que, como en la Biblia, hay muchas maneras de vivir o sufrir en familia, y que son muy variados los motivos por los que se rompen los matrimonios. Muchos obispos creen que los divorcios se producen por capricho. De qué manera viven alejados de sus fieles. En cambio, la exhortación sostiene que “hay muchas situaciones familiares distintas, creadas por las libertades de sus miembros”. En este punto, el Papa pone una nota a pie de página bien mundana. “Como escribía el poeta, toda casa es un candelabro”, dice. El poeta es Jorge Luis Borges, argentino como Francisco. El verso está en el poema “Calle desconocida”, del libro Fervor de Buenos Aires.

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