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El Papa viaja a Lesbos para denunciar el drama de los refugiados

Francisco quiere expresar su "cercanía y solidaridad" a los miles de sirios confinados en el centro de detención de Moria

Desde su viaje a Lampedusa –“¿quién de nosotros ha llorado por las madres que pierden a sus hijos en el Mediterráneo?”—hasta el de hoy a la isla griega de Lesbos, el papa Francisco no ha dejado de clamar contra la “globalización de la indiferencia” que sufren quienes, ya sea por la guerra o el hambre, tienen que dejar sus países y buscar refugio o trabajo al otro lado del mar y las alambradas. Jorge Mario Bergoglio volverá a utilizar su gran atracción mediática --“la suya es una voz que el mundo debe escuchar”, dijo Barack Obama durante su visita al Vaticano—para poner el foco en el drama que viven miles de refugiados, en su mayoría sirios, ante las puertas cerradas de Europa. El Papa, que será recibido por el primer ministro Alexis Tsipras y acompañado por el patriarca ortodoxo Bartolomeo y el arzobispo de Atenas, Jerónimo, visitará el centro de detención de Moria, donde unos 3.000 migrantes esperan su expulsión, y se encontrará también con vecinos de la isla en el puerto de Mytilene.

“Se trata de un viaje humanitario”, explicó el jueves el padre Federico Lombardi, portavoz del Vaticano, quien añadió que el momento más significativo se producirá cuando Francisco se encuentre con más de un centenar de los niños, muchos de ellos huérfanos o solos en su travesía, del campo de refugiados. El Papa, que tiene previsto pronunciar dos discursos, almorzará con un grupo de refugiados en el interior de un contenedor y, más tarde, arrojará al mar una corona de laurel en memoria de las víctimas de las migraciones. Durante la audiencia del pasado miércoles, Bergoglio dijo que había decidido ir a Lesbos para expresar su “cercanía y solidaridad” con quienes huyen de los países en conflicto y también con “el pueblo de Grecia, tan generoso en su acogida”. Será una visita rápida, de apenas cuatro horas. El Papa además no celebrará misa por cuanto, como subrayó Lombardi, la gran mayoría de los confinados en el centro de detención de Moria es musulmana.

Durante sus tres años como obispo de Roma, han sido muchas las ocasiones en las que Jorge Mario Bergoglio se ha referido al drama de la emigración. Y, ya desde el principio, lo hizo exigiendo compromisos concretos, y no solo a los gobernantes. En septiembre de 2013, durante una visita a la sede en Roma de una organización de los jesuitas que presta ayuda a los refugiados, pidió que la Iglesia se involucrara más con el problema utilizando los conventos vacíos como centros de acogida: "Queridísimos religiosos y religiosas: los conventos vacíos no sirven a la Iglesia para transformarlos en hoteles y ganar dinero. Los conventos vacíos no son nuestros, son para la carne de Cristo que son los refugiados”. Justo dos años después, y ante la sordera de la comunidad eclesiástica, volvió a la carga. Pidió a las “parroquias, comunidades y religiosas y monasterios” de Europa que abrieran sus puertas a las familias de migrantes.

Aquel llamamiento tan concreto –cada comunidad religiosa debería acoger al menos a una familia-- también cayó en saco roto. Como el largo y profundo discurso que, con motivo de la recepción anual al cuerpo diplomático acreditado en el Vaticano, pronunció el pasado 11 de enero. “Europa”, dijo el Papa, “tiene que vencer el miedo ante un fenómeno tan imponente porque tiene los instrumentos necesarios para encontrar un justo equilibrio entre el deber moral de tutelar los derechos de sus ciudadanos y el de garantizar la acogida a los emigrantes”. Bergoglio recordó a los diplomáticos que no se trata de un problema nuevo: “Toda la Biblia nos narra la historia de una humanidad en camino (…) Es la voz de los que escapan de la miseria extrema (…) Todos saben que el hambre sigue siendo, desgraciadamente, una de las plagas más graves de nuestro mundo, con millones de niños que mueren cada año por esa causa”.

Decenas de discursos que se han estrellado una y otra vez contra aquella globalización de la indiferencia que denunció en su viaje iniciático a Lampedusa. Hace solo unos días, durante la audiencia de los miércoles en la plaza de San Pedro, el Papa dejó escapar –improvisando sobre el texto que llevaba escrito—su impotencia ante la situación: “Están ahí, en las fronteras, sufriendo a cielo abierto, sin comida, porque hay muchas puertas y corazones cerrados". Ante la llegada del Papa, las autoridades griegas han adecentado un poco el centro de detención y suspendido de forma provisional las expulsiones a Turquía. La experiencia dice que, tras la visita, "las puertas y los corazones" de Europa permanecerán "cerrados". Jorge Mario Bergoglio seguirá clamando en el desierto.

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