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Columna
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La madeja saudí

El viaje del presidente de EE UU rubrica el fin de la alianza estratégica de más de 70 años entre Washington y Riad

Lluís Bassets

Esta es una madeja hecha de petróleo y dinero, religión e ideología, armas y poder, mucho poder. Con las pasiones que les acompañan: odio, fanatismo, sospecha, rencor, celos, venganza. Con príncipes y jeques; diplomáticos y agentes secretos; dobles y triples, naturalmente; multimillonarios y políticos; comisionistas y financieros. Con un presidente que ya se va y unos príncipes de la siguiente generación que acaban de llegar y ya se pelean bajo la mirada perdida de un rey anciano. Con una vieja alianza que cae a trozos y una nueva por hilvanar. Con peripecias y personajes que parecen surgir de las tragedias históricas de Shakespeare y de la serie televisiva Homeland.

Los reyes saudíes solían alcanzar el trono ya en la ancianidad, enfermos y bordeando la incapacidad, pero la próxima vez ya no será así. Si no espabilan los jóvenes, los malos augures aseguran que puede incluso que no haya próxima vez. Sin cambios profundos, sin reformas y sin instituciones, con los precios del petróleo por los suelos y las expectativas de bienestar de la gente por los cielos, está en juego el futuro de la dinastía y también del país al que ha dado su nombre.

Toda una época toca a su fin y Obama la encarna a la perfección con sus ideas sobre Oriente Próximo y en cierta forma con su visita, precedida por una entrevista a la revista The Atlantic que ha ofendido en lo más íntimo a los príncipes saudíes y ha rubricado el fin de la relación privilegiada que Washington mantenía desde 1945 con Riad, por la que los Saud garantizaron el petróleo a Estados Unidos y estos protegieron militarmente a la monarquía saudí, además de despreocuparse de las aberraciones de su régimen medieval.

Riad fue crucial en la Guerra Fría, para combatir el nacionalismo árabe laico, tejer una malla de alianzas con Egipto y Jordania para proteger Israel y derrotar a los soviéticos en Afganistán. Allí anidaron los huevos de Al Qaeda y del Estado Islámico. Era una serpiente saudí; de apellido, Bin Laden, y de financiación; y es fuente todavía de reproches, e incluso de acusaciones de complicidad con el terrorismo que gravitarán sobre el viaje.

La intimidad entre presidentes y príncipes, los Bush y los Saud, llegó muy lejos y de ahí el desgarro actual. EE UU ya no necesita el petróleo y quiere una nueva geometría geopolítica regional, que solo se obtendrá si se supera la tensión sectaria y bélica entre chiíes y suníes. Se trata de generar un nuevo equilibrio e incluso una coexistencia pacífica entre Riad y Teherán como sucedió entre Moscú y Washington en la Guerra Fría.

Este es el marco conceptual, intrincado, difícil de desenmarañar, de las relaciones entre EE UU y Arabia Saudí, fatigados socios de más de 70 años, y el tenso decorado del encuentro entre Salmán, octavo rey saudí, hijo del fundador Abdelaziz, y el cuadragésimo cuarto presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, que vivió en Indonesia y primer afroamericano que llega a la Casa Blanca. El primero lleva apenas año y medio en el trono y el segundo está en los últimos meses de su mandato. No se desenreda una madeja con prisas, y las hay. Al menos en Riad, para pasar página y ver cómo sale el siguiente presidente.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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