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Los trabajos del dolor en Ecuador

Diferentes empleos han sido la primera fuerza de reacción sobre el terreno tras el terremoto

Entierro en el cementerio municipal de Portoviejo (Ecuador).
Entierro en el cementerio municipal de Portoviejo (Ecuador).Edu León

Después del terremoto en Ecuador hubo trabajos que fueron necesarios y, aunque dolorosos, ayudaron a poner orden en medio del caos. Los primeros que palparon la magnitud de lo ocurrido la noche del 16 de abril fueron los médicos del Hospital Rafael Rodríguez Zambrano, en Manta, que tras el primer sacudón tuvieron que ayudar a evacuar a los pacientes del edificio y acomodarse en el aparcamiento. Allí, sobre el suelo y sin luz, tuvieron que atender a las personas que empezaron a llegar.

“Recuerdo que el primero que llegó fue un señor que le había caído una pared, pero ya no tenía signos vitales y falleció aquí mismo”, dice Sandra Macías, estudiante de último año de Medicina, que estaba de turno esa noche y tras localizar a su familia empezó a trabajar hasta que amaneció. “Era un montón de ambulancias, no había carpas, no había colchonetas, nada… Todo el mundo quería que a su familiar se le atendiera primero. Yo lo único que tenía era una linterna pequeñita que se usa para revisar a los niños”.

La mayoría de los pacientes que llegó esa noche requería suturas, pero también llegaron otros con fracturas expuestas que fueron atendidos en dos ambulancias que sirvieron de quirófanos improvisados. “Se sintieron todas las réplicas, pero nunca dejamos de ayudar. Los que tenían vehículo en el parqueadero encendieron las luces para iluminarnos un poco”, cuenta la estudiante de Medicina, que una semana después del sismo sigue trabajando en el parqueadero del hospital porque la estructura del inmueble fue afectada y los pocos pacientes que quedan están alojados debajo de carpas.

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Otro de los médicos que trabajó la noche y madrugada después del sismo fue el jefe de cirugía, José Alvarado, que una vez que aseguró a su familia se presentó en el hospital. “Lo que vi acá me marca para toda mi vida. Tuvimos que atender pacientes en el suelo y era impresionante la cantidad de pacientes. Empezamos a suturar con lo que teníamos en el momento, los equipos tuvimos que medio limpiarlos y algunos no, y seguir suturando. Hicimos lo que pudimos hacer”, cuenta.

Los trabajadores de los cementerios se vieron rodeados de féretros que buscaban sepultura. En el cementerio general de Manta se enterraron casi 40 cadáveres el lunes después del sismo. Todavía lo recuerda Exon Méndez Vélez, guardia del cementerio: “Se embalaban las cajas y se los metía a las bóvedas lo más pronto posible. La gente no quería, pero lo hicimos, no hubo tiempo para velarlos”.

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Los obreros Limber Martínez y Flavio Reyes, que suelen cobrar entre 40 y 50 dólares por hacer “una tapada”, es decir, tapar los nichos con ladrillos y cemento, esta vez no cobraron. Aprovecharon que una vecina del cementerio donó el material para sellar las tumbas y ellos pusieron su mano de obra. “El trabajo me dio pena, pero nosotros hicimos un esfuerzo. Nunca estamos preparados para algo así”, dice Limber y su compañero Flavio confiesa sentirse aliviado de que la muerte no le haya tocado esta vez: “Yo le doy gracias a Dios que a mi familia no le pasó nada, pero íi me dio pena que se quedó tanta gente muerta atrapada. Pero tenemos que resignarnos a lo que pasó, eso es la naturaleza, ¿qué podemos hacer?”.

Para cerrar el círculo, en Manta se activó el trabajo de los recicladores, que habitualmente recorren los barrios buscando chatarra para vender, pero esta vez lo tuvieron todo en un solo sitio: el vertedero que se activó de emergencia junto a la playa El Carmen. Durante toda la semana hurgaron entre los escombros que arrojaban las volquetas. Sacaron sobre todo fierros, cobre y aluminio que pudieron vender a cambio de unos centavos de dólar. Pero los recicladores también se toparon con restos humanos que enterraron sin más ceremonia.

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