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Tribuna
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Terremotos, vivienda y vulnerabilidad en América Latina

El desarrollo informal del hábitat urbano crea construcciones inadecuadas e insalubres, incapaces de soportar terremotos ni fuertes lluvias

El terremoto reciente del 16 de abril en Ecuador muestra el dolor, la muerte y las pérdidas que los desastres naturales generan. Una de las principales causas de estos desastres en América Latina es la vulnerabilidad del hábitat construido por sus propios habitantes, sin seguir criterios técnicos que le den seguridad ante terremotos.

El seísmo de Ecuador, con sus más de 500 víctimas, no se suma a la terrible lista de terremotos con grandes cantidades de victimas: Saanxi, China (1556) 800.000; Haití (2010): 300.000; Tangshan, China (1976): 255.000; Sumatra, Indonesia (2004): 230.000, y Guatemala (1976): 25.000. El de México, en 1985 produjo 10.000 muertos, 5.000 desaparecidos y 6.000 viviendas destruidas.

Entre 1984 y 2015, los seis terremotos que produjeron más víctimas costaron más de 750.000 vidas y generaron pérdidas por 116.000 millones de dólares. Si a eso se suma el terremoto de Chile del 2010 y el de Japón de 2011, las pérdidas superan los 350.000 millones de dólares.

Los terremotos pueden destruir parte de la infraestructura: hospitales, escuelas, vialidad, edificaciones gubernamentales, oficinas, industrias, patrimonio. Este artículo analiza la vulnerabilidad del hábitat y de la vivienda de los pobres, ya que mientras más pobres son las sociedades, peores son los desastres.

El 60% de la población de América Latina vive en desarrollos informales, autoconstruidos por sus pobladores. Esto es consecuencia de la exclusión y pobreza en la que viven las mayorías. Esta situación se repite cada año. Dos millones de las tres millones de familias que se forman cada año en las ciudades latinoamericanas se ven obligadas a instalarse en viviendas informales y en zonas marginales a causa de una oferta insuficiente de viviendas adecuadas y asequibles.

Es necesario emprender esfuerzos extraordinarios e innovadores para mejorar el proceso de construcción
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El desarrollo informal del hábitat urbano crea una vivienda inadecuada e insalubre, incapaz de soportar terremotos ni fuertes lluvias o inundaciones. En la mayoría de los casos se produce con la ocupación de terrenos inadecuados o inestables.

Con la finalidad de definir planes de acción en vivienda, los gobiernos y organismos internacionales cuantifican el “déficit habitacional”. En 2012, el BID describe el déficit, reportando entonces que de los 130 millones de familias que viven en las ciudades, 5 millones están obligados a compartir vivienda con otra familia, 3 millones residen en viviendas irreparables y 34 millones habitan en inmuebles que carecen de título de propiedad, agua potable, saneamiento, pisos adecuados o espacio suficiente.

Esto significa que el 6% corresponde a viviendas con familias hacinadas y viviendas que no pueden ser reparadas, y un 2% se refiere a viviendas con “paredes deficientes”. Este déficit conduce a cifras que indican que el 8% de las viviendas podrían no soportar terremotos.

Como se ha comentado, un 60% de la población habita viviendas informales autoconstruidas, por lo que las cifras del déficit oficial (que toma en cuenta apenas un 8% del total de viviendas) no incluye estas viviendas informales que muy probablemente están en riesgo y cuya seguridad no se verifica.

El problema no se entiende en su verdadera magnitud. Cifras como éstas son utilizadas por los gobiernos y organismos internacionales para desarrollar programas de vivienda y así el problema del riesgo de la ocurrencia de desastres es subestimado.

Aun con estas estimaciones incompletas, los montos necesarios para atender el problema son inmensos: se requieren más de 310.000 millones de dólares para atender el déficit acumulado y 70.000 millones de dólares cada año para atender la demanda anual de 2 millones de viviendas en los sectores de bajos recursos. Los gobiernos no disponen de estos fondos, por lo que los pobres continuarán autoconstruyendo y la vulnerabilidad continuara acompañando ese crecimiento.

El problema de la vivienda plantea un reto fenomenal, que presenta al habitante-constructor y su organización social en el centro del problema y de la solución. Es necesario emprender esfuerzos extraordinarios e innovadores para mejorar el proceso de construcción, pero para ello es indispensable que el problema de la vivienda de los pobres y su vulnerabilidad ante terremotos sea adecuadamente comprendido por los gobiernos e instituciones internacionales y por los mismos pobres.

Carlos Eduardo Genatios es profesor de la Universidad Central de Venezuela, exministro de Ciencia y Tecnología

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