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MIEDO A LA LIBERTAD
Columna
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Carnaval en mayo

Si el Senado somete a juicio político a Rousseff arrancará un cambio de ciclo en Brasil

Cuando el Senado brasileño decida el próximo 11 de mayo si somete o no a juicio político a Dilma Rousseff, no solo se habrá cumplido lo que parecía imposible, sino que se pondrá en marcha un cambio de ciclo que trasciende las ideologías y la alternancia política en la presidencia del país. Un impeachment por corrupción no es nuevo: ya hubo el precedente de Fernando Collor de Mello, en 1992. Pero lo que sí resultó novedoso en su momento fue la alianza reformista entre los militares, los tecnócratas, los sociólogos, los autores de las grandes reformas, los obreros metalúrgicos, y los pobres, los ignorados, los de las favelas, a los que siempre les tocó ser yunque y no martillo.

Ahora no vivimos el ocaso de las ideologías ni de los partidos, sino el ataque de un virus que empieza a ser mortal, llamado corrupción. El día que Rousseff salga del Palacio de Planalto, el obrero metalúrgico Luiz Inácio Lula da Silva estará pensando que la alianza para el progreso en nombre de los oprimidos, las reformas y la igualdad social es un sistema liquidado en el gigante sudamericano. Y a partir de ahí, cada vez que un obrero metalúrgico o una exguerrillera pretendan dirigir Brasil, tendrán que recordar cómo paga la derecha y qué pasa después de meterse con ella en la cama y construir un país para, al final, acabar siendo extraños.

En ese sentido, la crisis de Brasil termina con aquella doctrina que se puso de moda a partir de la Transición española en la que, después de tantos años de dictadura y guerras civiles, se decidió mirar hacia otro lado. Aunque los españoles terminaron por excederse cuando las víctimas tuvieron que pedir perdón a los verdugos con tal de construir un futuro en el que pudieran imperar la paz y la democracia. Lula da Silva sabrá lo que tiene que hacer y los ricos que han sido compañeros, primero de los militares, después de los tecnócratas, y ahora del Partido de los Trabajadores, tendrán que entender que comienza un nuevo ciclo político.

La crisis brasileña es un carnaval en mayo que conduce al mundo hacia la turbulencia política. Porque, hasta este momento, lo que ponía al capital internacional a temblar eran los índices de inflación y los programas populistas. Ahora, los grandes capitales deben observar que ha desaparecido la certeza jurídico-política. Y que, si es posible violentar una Constitución para dar un golpe de Estado legal contra el presidente del país, es mucho más fácil hacerlo contra un grupo de empresas. Por tanto, habrá que tener en cuenta que Petrobras ya es una epidemia de corrupción que está resultando letal para algunos porque las revoluciones no se hacen para aprender lo malo de los enemigos de la revolución.

Sin duda, no es posible una América sin Brasil. Y ahora la turbulencia crea —más allá de las lecturas simplistas de 13 años a la izquierda y siete a la derecha— un serio incumplimiento del Gobierno para transferir los recursos destinados a los programas sociales. En otros tiempos, los responsables de la relación marital entre la izquierda y la derecha —Lula da Silva y los suyos— lograron que 30 millones de personas dejaran de ser pobres para pasar a la clase media baja, que es el sector que desaparecería de la sociedad brasileña cuando Rousseff salga del poder.

Pese a ello, ninguna razón exculpa a Lula y a Rousseff de haber jugado y terminar oliendo a la misma podredumbre que los enemigos del pasado. Y ahora el continente debe fijarse en dos aspectos. Primero, los límites de la aplicación de las leyes frente a la corrupción y la inmoralidad. Y segundo, la imposibilidad de seguir gobernando pueblos que saben que sus dirigentes son corruptos. Ya no importa la reivindicación o la justicia histórica y social, lo verdaderamente importante es que en algún sitio debe comenzar el ejemplo. La lección para Rousseff y Lula da Silva es que, a pesar de que hicieron lo imposible para impulsar su revolución, cayeron en la trampa de imitar, permitir y contribuir a la maraña de aquella dictadura de la corrupción que les precedió, con una tanda de escándalos desde el caso Mensalão hasta Lava Jato que ha terminado por devorarles.

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