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Europa, el enemigo inofensivo al que culpar en Alemania

Para los alemanes, la UE ha garantizado privilegios , pero también se ha convertido en el chivo expiatorio al que culpar de los problemas

Tal vez lo más bonito de Europa sea lo que sufre por sí misma. Para cada problema, la Unión encuentra un vecino al que echar las culpas. Los alemanes son arrogantes; los griegos, desorganizados; los polacos, reaccionarios. Esta actitud de afrenta hacia los otros europeos ha llegado a tener algo de sentimental, o de confortante, incluso. ¿Que en Siria caen bombas de barril, en Irak los terroristas suicidas se pasean por el mercado semanal y en Ucrania las milicias hacen tranquilamente oscuros tratos entre ellas? Lo mismo da. Nosotros hemos oído un rumor de Bruselas que exige que nos soliviantemos sin demora. Echar pestes de Bruselas es la forma política de la intolerancia a la lactosa: un pasatiempo para dar sentido a las cosas cuando no se tienen otras preocupaciones.

Europa es un enemigo imaginario tan inagotable como inofensivo. La derecha sufre por Europa porque siempre hay alguien con derecho a participar en las decisiones que a ella no le gusta. La izquierda sufre por Europa porque la Unión no cumple sus promesas; porque es más racista, injusta y brutal de lo que afirma ser. Ambos bandos tienen derecho a irritarse por todo y a voces. A eso se le llama libertad de expresión y pluralismo. Ninguna de las dos cosas se puede dar por supuesta, sino que son conquistas que un par de miles de kilómetros más allá no forman parte de la vida cotidiana. A pocas horas de vuelo de París, Berlín o Londres, la gente suspira por los privilegios europeos: libertad de movimiento, paz, bienestar, un sistema judicial que funciona. Parecería lógico pensar que vale la pena defender estas ventajas frente a las tendencias autoritarias en el interior de los países europeos, pero es más fácil adoptar una actitud defensiva hacia el exterior: los burócratas europeos nos quieren arrebatar el bienestar, y los refugiados musulmanes, la paz.

Uno de los lujos de los países europeos es el derecho a creer que uno mismo nunca es el problema. Por eso, cuando estamos de vacaciones, siempre nos resulta incómodo encontrarnos con compatriotas. Por un momento tenemos la sensación de que también las personas con el mismo pasaporte que nosotros pueden ser unos absolutos catetos. Naturalmente, eso es tan absurdo como los pantalones pirata de tonos pastel: no tiene ninguna justificación más allá del hotel de playa.

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