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Tribuna
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¡Whisky! (Caracas, Venezuela)

No se llama derecha ni izquierda, sino despotismo mediocre en el mejor de los casos, cuando se encarcela a la oposición

Ricardo Silva Romero

No hay que ser un estadista, ni es necesario ser de la derecha, ni es condición ser analítico, ni es forzoso vivir en Venezuela para estar contra el gobierno paródico, febril de Nicolás Maduro. El pasado martes 17 Maduro aseguró que un avión estadounidense “letal” había invadido el espacio venezolano, pero no quiso probarlo. El miércoles 18 anunció enérgicamente que, para sabotear “los saboteos de la Asamblea Nacional”, decretará un “estado de excepción” que sólo puede aprobarle la Asamblea. Pero ni las denuncias sospechosas del 17 ni el lapsus típico del 18 evitaron que se escaparan imágenes de las protestas diarias contra su gobierno; que el secretario de la OEA lo llamara “dictadorzuelo” por frenar el referendo revocatorio; y que cuatro expresidentes colombianos se reunieran el jueves 19, en Bogotá, a denunciar sus desmanes.

Por supuesto, es hora de que se permita otra Venezuela en Venezuela: no se llama derecha ni se llama izquierda, sino despotismo mediocre en el mejor de los casos, cuando se encarcela a la oposición y se entorpecen las soluciones democráticas una a una. Pero fue raro, chocante incluso, ver a esos cuatro expresidentes en pugna acomodándose para una patética foto de primera plana en nombre de la libertad del opositor Leopoldo López: sí, que el señor López esté preso es una aberración propia de una tiranía, que se vea obligado a escribir un libro desde su celda en la piel de su familia merece un grito de protesta que no termine hasta que sea liberado –hay que ser fanático para verle el lado justo a su encarcelación–, pero sí que sería útil que ese cuarteto se pusiera de acuerdo por Colombia: por su paz, por sus desigualdades.

Betancur, alejado, a los 93, de la politiquería, ha respaldado el proceso de paz con las Farc sin caer en trampas ni oportunismos. Pero los demás han estado contribuyendo como tres nubes grises al enrarecimiento del clima del país: Gaviria, de 69, se ha quejado como un marido de que el presidente actual sea sordo a sus consejos; Pastrana, de 61, que quiso pero no pudo hacer la misma paz, se ha dedicado a advertir que Colombia está siguiendo los malos pasos de Venezuela, que el gobierno está entregándole la democracia a las guerrillas, que Santos y Maduro “son las dos caras de una misma moneda”; Uribe, de 63, que como cualquier Chávez desbarató la Constitución colombiana para hacerse reelegir, se ha puesto en la tarea de predecirles a sus millones de seguidores la violencia que ya está y el comunismo que no existe.

Diría a qué partidos pertenecen los cuatro, pero lo cierto es que da igual. Ni el expresidente Samper ni el presidente Santos están en la foto porque sus cargos los obligan a los eufemismos, y a desear que los venezolanos consigan la democracia que se merecen, y punto, pero seguro que de no estar donde están le hubieran sonreído a la misma cámara: ¡whisky! Estoy diciendo que ni Gaviria debe sentirse abandonado ni Pastrana debe sentirse ninguneado ni Uribe debe sentirse estafado –queridos expresidentes: quédense tranquilos– porque aquí está pasando el mismo país que dejaron tambaleante: con su doble moral, su izquierda estigmatizada y su derecha sublevada que sueñan con humillar la una a la otra, su economía traidora que va ahorcando, su medio ambiente amenazado, sus élites que temen que se les suba “un Chávez”.

Señores expresidentes colombianos: no le teman a posar para la misma fotografía como cuatro presidentes suecos escandalizados por lo que está pasando en Venezuela, por lo que puede pasar en estos países tropicales e indomables. No le teman al final de una de estas guerras, ni le teman a su desempleo de mandamases, que ninguno de los dos es el peor de los destinos posibles.

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