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Columna
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Dilma y Marina, ¿dos símbolos quebrados?

Es probable que sean dos mujeres que nunca se enriquecieron ilegalmente. Sin embargo, en política, eso no basta

Juan Arias

Dilma Rousseff y Marina Silva son dos mujeres símbolo de la política brasileña que hoy se ven arrastradas por el torbellino de las sospechas de corrupción.

Rousseff fue la primera mujer que llegó a la Presidencia de la República después de haber dirigido en los gobiernos Lula dos ministerios de prestigio: el de Minas y Energía y el de la Casa Civil.

Las revistas internacionales la colocaron durante su primer mandato entre las mujeres “más poderosas del mundo”.

Silva, la ecologista, fue la primera mujer ministra de Medio Ambiente. Lula la escogió en su primer Gobierno como símbolo de defensa de la Tierra. Más tarde, dejó el Gobierno alegando que sus proyectos eran boicoteados y se lanzó sola a la conquista de la Presidencia. Es la política que más premios internacionales acumula por su empeño a favor del medio ambiente.

Ambas políticas, Dilma y Marina, se enfrentaron dos veces en la disputa de la Presidencia. En ambas contiendas, Dilma ganó la carrera.

En las últimas elecciones del 2014, el duelo entre las dos políticas símbolo fue feroz. Dilma, aconsejada por su experto en marqueting político João Santana, hoy encarcelado por corrupción, acusó a su rival de querer acabar con las conquistas sociales, arrancando la comida del plato de los pobres, si llegaba a la Presidencia.

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Dilma ganó las elecciones que acabaron siendo signo de discordia y que la han llevado a un juicio político bajo la acusación de un proceso jurídico de crimen fiscal.

Es probable que Dilma no vuelva a recuperar su mandato del que ha sido apartada durante seis meses. Y es posible que Marina, que hoy aparece en los sondeos empatada con el carismático Lula, vuelva a intentar ganar las presidenciales.

Eso, hasta ayer, ya que la noticia aparecida en los mayores diarios nacionales de que la ecologista habría recibido dinero ilegalmente del empresario Léo Pinheiro de la constructora OAS para su campaña electoral de 2010, empieza a quebrar su mito de política por encima de toda sospecha, la única que rechazaba los métodos de la vieja forma de gobernar el país.

Las dos mujeres símbolos, Dilma y Marina siempre han defendido que ellas son limpias, que nunca se enriquecieron personalmente, como los otros políticos: “Yo no tengo cuentas en Suiza”, proclama Dilma, mientras Marina ha sido el símbolo de la política que no admite compromisos y que siempre ha vivido con austeridad.

Es probable que sean dos mujeres que nunca se enriquecieron ilegalmente. Sin embargo, en política, eso no basta.

Usar, por ejemplo, dinero ilegal, proveniente de la corrupción, para financiar una reelección mancha igualmente su biografía.

Dilma jura y perjura que sus campañas fueron realizadas con dinero legalmente declarado a la justicia electoral, a pesar de que según varias acusaciones de implicados en la trama sus colaboradores más próximos habrían pedido y hasta exigido dinero a varios empresarios hoy encarcelados por corrupción.

Dilma se defiende diciendo que ella nunca autorizó a nadie para recibir dinero ilegalmente. Los tribunales tendrán la última palabra.

Mientras tanto, el mito de Dilma, la mujer poderosa, de la que decía Lula a un amigo suyo ministro: “Es más hombre que nosotros dos juntos”, se ha quebrado.

El problema de Marina, es más grave, si cabe, ya que ella se presentó como el emblema de la limpieza política y de la alternativa ética.

Según las informaciones, que Marina desmiente, ella habría aceptado ayuda financiera de la empresa OAS pero sin que figurase oficialmente, ya que ella y los suyos estaban en aquel momento en contra de la financiación de las empresas.

De ser así, resultaría aún peor, ya que se trataría de una disimulación para mantener una apariencia ética que no existía.

Es importante y urgente, que ambas, Dilma y Marina, que eran un símbolo de la novedad y de la ética de la presencia femenina en la política, sean capaces de disipar todas las nubes de posibles desvíos éticos en sus conductas no sólo personales sino también políticas.

Temer, el Presidente de la República interino, ha sido acusado de haberse olvidado de colocar mujeres entre sus ministros. Es, pues, urgente que las dos mujeres de mayor peso en la política de este país demuestren que la presencia femenina añade un plus a la envejecida política masculina.

¿O no?

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