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Tribuna
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Contra los vivos y contra los muertos

La más reciente profanación ha sido la de la tumba de Rómulo Gallegos, insigne escritor y primer presidente venezolano electo en votación universal y directa

En una simetría perfecta y espeluznante, la banda que desgobierna Venezuela arremete tanto contra los vivos como contra los muertos. En el fondo lo hacen por la misma razón: quieren acabar con la dignidad de los venezolanos para así imponerse sobre una población humillada y temerosa. Los vivos sufren en Venezuela los embates del hampa, de la represión brutal de fuerzas de seguridad y de grupos paramilitares, de la falta de alimentos y medicinas, y de carencias en servicios básicos con la electricidad o el agua potable.

Los muertos no escapan al ensañamiento de brujos oficiales y oficiosos. Las tumbas de famosos próceres y personajes, así como las de comunes mortales, son profanadas sistemáticamente desde hace ya algunos años. Los estudiosos del tema dicen que los llamados “paleros”, seguidores de un culto de origen afrocaribeño, requieren los huesos de los difuntos para rus ritos. Se ha especulado también que la difundida apertura del sarcófago de Simón Bolívar ordenada por Hugo Chávez tenía que ver con un rito “palero” por medio del cual el difunto comandante accedería a los poderes luminosos del Libertador. La más reciente profanación ha sido la de la tumba del insigne escritor Rómulo Gallegos, autor de la novela Doña Bárbara, y primer presidente venezolano electo en votación universal y directa.

Venezuela es, como otros países caribeños y latinoamericanos, una sociedad marcada por lo mítico-religioso. Si bien el venezolano no es particularmente estricto en su observancia de la religión mayoritaria (la católica), es dado a creer en toda clase de supersticiones y en la “manipulación” de fuerzas espirituales para beneficio propio. Los altares populares mezclan santos cristianos con deidades africanas y personajes del culto popular (el Negro Primero, el venerable José Gregorio Hernández o el propio Bolívar). Los leedores de tabaco, las adivinadoras y los nigromantes de todo tipo son solicitados por personas de los más diversos grupos sociales. Pobres y ricos, ilustrados y menos educados, todos acuden a los “poderes ocultos” cuando atraviesan momentos difíciles.

Con el chavismo, lo que ya era parte de una cultura y unas prácticas arraigadas, explotó. El mismo Chávez entendió la fuerza persuasiva e intimidatoria de los ritos que, con el disfraz de la conmemoración patriótica, invocaban a espíritus ancestrales como el del Cacique Guaicaipuro, cuyos supuestos restos fueron llevados al Panteón Nacional en una ceremonia transmitida en cadena de televisión. Después vendría la profanación de la tumba de Bolívar, cima del delirio invocatorio del fallecido presidente.

Hoy los vivos sufren en Venezuela. A las mujeres que permanecen por horas en una cola para que les den una bolsa de comida, o a las madres que piden a gritos tratamientos para sus hijos enfermos, seguramente les importa poco que los brujos oficiosos del régimen anden profanando tumbas. Sus preocupaciones son bien terrenales. Sin embargo, no hay manera de separar la violencia que se ejerce contra los que siguen en este mundo y los que ya han partido. Todo forma parte de la misma degradación humana, del mismo Cambalache, como en el tango de Santos Discépolo.

* Isaac Nahón Serfaty es profesor en la Universidad de Ottawa (Canadá).

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