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El referéndum del ‘Brexit’
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El destino de Europa

Antes de que hablen las urnas a favor del sí o del no, ya hemos empezado a perder

Campaña a favor de la permanencia de Reino Unido en la UE, este martes en Londres.
Campaña a favor de la permanencia de Reino Unido en la UE, este martes en Londres.LEON NEAL (AFP)

Mañana, jueves, 23, la humanidad casi al completo asegura que se juega el destino de Europa, juntamente con el de Reino Unido, que vota en referéndum sobre su permanencia en la UE. Esta columna ni remotamente se propone apostar en ningún sentido, sino argumentar que, sea cual fuere el resultado, buena parte del daño ya está hecho por la sola celebración de la consulta.

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En favor del sí a Europa están la banca británica y la mundial; la prensa reputada de calidad, nacional y foránea; el presidente Obama; con mayor o menor convicción el resto de gobernantes de la Unión Europea; 12 premios nobel de ciencia; Stephen Hawking y casi todos los que en el mundo cuentan. Y The Economist aduce que en tiempos de “Donald Trump un voto negativo sería una derrota del orden liberal”. En contra de la permanencia están el propio precandidato republicano, aunque, en el caso de que derrotara a Hillary Clinton tendría tiempo de cambiar de opinión; la prensa más popular y derechista inglesa entre la que, destacadamente, figuran el Daily Mail y el The Sun; el exalcalde de Londres, Boris Johnson, para el que un rechazo de Europa podría ser la catapulta para reemplazar a David Cameron como jefe de Gobierno; y entre curiosidades varias, el veterano actor Michael Caine; pero, sobre todo, un atávico sentimiento de Englishness —anglosajonidad— de todos aquellos que están persuadidos de que la Britannia que ruled the waves no ha nacido para formar parte de una confederación de poderes continentales en la que, para mayor inri, reina Alemania. Para eso Enrique VIII no rompió con Roma en 1534.

Está claro que una Europa sin la gran nación anglosajona estaría incompleta, economía incluida, aunque todo parece indicar que la parte británica sería la más perjudicada. Las encuestas dan alguna ventaja a los partidarios del No, pero es razonable imaginar un resultado apretado en favor de quien sea. Si el 51%, o algo más, se inclina por la permanencia, tendremos que, incluso con las concesiones que dice Cameron que arrancó a la UE, solo una modesta mayoría acepta seguir en la organización. Y es cierto que han sido concesiones relativamente menores en lo material, del estilo de que, de momento, los plomeros polacos no puedan instalarse en el país, pero que en lo simbólico vuelan alto, como la referencia a que “una integración cada vez mayor de la Unión, no será aplicable a Reino Unido”. Y sería igualmente cierto que esa literatura que consagra una afiliación con tan serias reservas a la obra europea, no impide que una inmensa minoría diga que no basta para ser uno más entre los europeos. El 5 de junio de 1975, el Reino Unido ya votó en referéndum. Entonces hubo un 67,5% favorable. Hoy ni Londres ni Bruselas son lo que eran.

La pareja que se ha dado en llamar Brexit (Britain y Exit, salida), o, mucho menos popularmente, Bremain (remain, permanecer) configuran una situación de pierde-pierde para ambos actores, Reino Unido y UE, tanto con el sí como con el no. Por eso ya hemos empezado a perder antes de que hablen las urnas.

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