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Referéndum sobre el 'Brexit'
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Alerta naranja en Bruselas

El referéndum británico es un síntoma de que el proyecto europeo ya no es irreversible

Claudi Pérez
Una bandera británica ondea junto al Big Ben de Londres.
Una bandera británica ondea junto al Big Ben de Londres.HANNAH MCKAY (EFE)

Otra vez tiempos de “al borde del abismo”, de “a un paso del precipicio”. La crisis ha dejado de ser un periodo de purga entre ciclos expansivos y se ha convertido en el alma fundamental del proyecto europeo, en una forma de guerra, casi en un método de gobierno (“Europa se forjará en las crisis”, dijo uno de los padres fundadores de la UE a modo de maldición bíblica). El Brexit es la última hazaña de ese deporte tan propio de las élites que consiste en fabricar estrés: nadie sabe qué demonios le pasó por la cabeza al supuestamente liberal y moderadamente euroescéptico David Cameron cuando convocó un referéndum sobre la salida de Reino Unido de la UE solo para contentar a una parte de su partido y, de paso, para tratar de sonsacarle a Europa alguna que otra concesión.

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Tras cuatro décadas cultivando el excepcionalismo británico, la sensación es que todo ha ido demasiado lejos. Una extraordinaria sucesión de sesudos informes demuestra que el Brexit supondría graves daños a largo plazo y un shock a la corta, incluso más en Reino Unido que en la Europa continental. ¿Qué tipo de líder mete a un país y a un continente que a duras penas se recuperan de la peor crisis en décadas en un riesgo de ese calibre? Alguien que piensa que tiene ganada la partida de antemano, pensaba Bruselas acerca del órdago de Cameron.

Umberto Eco solía decir que el 25% de los británicos pensaba que Winston Churchill era un personaje de ficción, según una encuesta publicada en los diarios de Londres. Y Bruselas, en esa línea, llegó a creer que el Brexit era una quimera irrealizable: una suerte de ficción. Pero las encuestas, esta vez, han obligado a las instituciones a despertar de golpe: están al 50% y han provocado un brote de nerviosismo espectacular. En parte por la suciedad asociada a la campaña, tanto por el lado Brexit (que miente con las cifras de la inmigración) como por el de los partidarios de que Reino Unido siga, que se empeñan en hacer ver que el Brexit sería el fin del mundo conocido.

Pero la vida sigue, aunque los referéndums los cargue el diablo y en ese tipo de votos a menudo la ira pese más que la reflexión. Bruselas, a pesar de los pesares, sigue pensando que se impondrá la cordura. Reino Unido seguirá en la UE, se oye en los kilométricos pasillos de la Comisión y el Consejo, donde los eurócratas tienen teorías para todo: entre el 10% de indecisos, sostienen, hay más gente proclive al voto conservador (proeuropeo) que al Brexit, cuyos partidarios lo tienen todo más claro. Aun así, Bruselas ha decretado la alerta naranja. Por lo que pueda suceder. Y sobre todo porque teme que, cualquiera que sea el resultado, el referéndum no sea más que un mero síntoma de algo más profundo, más sombrío, más feo: la sospecha de que el proyecto europeo ya no es irreversible flota en el ambiente desde que hace un año Alemania amenazó a Grecia con expulsarla del euro. Reino Unido es 15 veces más grande que Grecia. Y nadie le echa: puede que quiera irse, y puede que después otros países decidan seguir ese camino. Ese es el verdadero susto en Bruselas.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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