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Nigel Farage quiere ahora su vida

El líder del antieuropeo UKIP renuncia a gestionar el éxito de su partido tras el Brexit

Pablo Guimón

Durante 20 años Nigel Farage quiso que le devolvieran su país y, ahora que lo ha conseguido, quiere que le devuelvan su vida. Así lo dijo ayer, al dimitir como líder del antieuropeo UKIP, un partido que acabó confundiéndose con su persona. Con él se va el político más colorido y controvertido de la historia reciente de Reino Unido. “Todos os reíais de mí”, les espetó a sus compañeros del Parlamento Europeo cinco días después de que los británicos hicieran realidad en las urnas el sueño de su vida. “Bueno, pues debo decir que ahora no os reís, ¿verdad?”.

Nigel Farage, en 2014.
Nigel Farage, en 2014. Rob Stothard

Farage ha sido la cara del euroescepticismo británico durante los últimos 20 años. Abandonó el partido Conservador cuando John Major firmó el Tratado de Maastricht y convirtió al UKIP, un partido marginal, en la tercera fuerza más votada en las pasadas elecciones generales. Pero, ante todo, logró convertir su agenda en la agenda del país. Fue por su amenaza por la que David Cameron convocó el referéndum europeo. Fue su insistencia la que colocó el rechazo a la inmigración en el centro del debate político británico. Y su figura fue clave para que 17 millones de británicos votaran por abandonar la Unión Europea.

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Su éxito obedece a una proverbial capacidad para conectar con cierta Inglaterra media. Los ingredientes: moqueta roída de pub, pintas de cerveza, humo de tabaco y un discurso desacomplejado y alejado los circunloquios propios del establishment político.

Siete veces quiso sentarse en el Parlamento de Westminster y las siete fracasó. Pero Farage descubrió que hay otra política que reside en los pubs. El discurso sin tapujos de esas otras cámaras lo trasladó Farage a la política institucional, y eso le trajo problemas con el establishment pero estrechó sus lazos con aquellos que ocupan los escaños de las barras.

La de Farage ha sido una proeza digna de estudio. Un antiguo corredor de bolsa que se convirtió en la voz de los obreros abandonados a su suerte. A los 18 años renunció a la universidad por hacer fortuna en la City, siguiendo los pasos profesionales de su padre, alcohólico, que abandonó el hogar familiar cuando él tenía cinco años.

Se afilió casi en la adolescencia al Partido Conservador pero, como muchos euroescépticos, renegó del liderazgo de Major. Entonces se convirtió en uno de los fundadores del partido que luego se convertiría en el UKIP.

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Ha driblado a la muerte en varias ocasiones. La primera, cuando fue atropellado por un coche a la salida de un pub. Casi pierde una pierna pero acabó encontrando a la enfermera que se convertiría en su primera mujer. Meses después de recuperarse del accidente, le fue diagnosticado un cáncer en los testículos. Se recuperó por completo, pero suele citar su lucha con la enfermedad como el proceso que le llevó a apurar la vida al máximo.

Los comienzos de UKIP, eclipsado por el Partido del Referéndum, no fueron fáciles. Pero en 1999 Farage obtuvo su primer escaño en su odiado Parlamento Europeo. En 2006 se convirtió en líder del partido pero dimitió tres años después.

El día de las elecciones de 2010 una avioneta que llevaba a Farage se estrelló después de que un cartel del partido se enredara en una hélice. Su nuevo coqueteo con la muerte le hizo, según reconoció, ser aún más determinado y fatalista. Decidió presentarse de nuevo al liderazgo del partido y ganó.

Padre de cuatro hijos, casado con una alemana, Farage anunció ayer que quería recuperar su vida. Dimitió, pero conviene recordar que ya lo hizo el año pasado al no lograr su escaño. Entre muchas otras aportaciones a la política británica, para él fue para quien la prensa se inventó el año pasado la palabra “desdimitir”.

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Sobre la firma

Pablo Guimón
Es el redactor jefe de la sección de Sociedad. Ha sido corresponsal en Washington y en Londres, plazas en las que cubrió los últimos años de la presidencia de Trump, así como el referéndum y la sacudida del Brexit. Antes estuvo al frente de la sección de Madrid, de El País Semanal, y fue jefe de sección de Cultura y del suplemento Tentaciones.

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