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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La ‘estrategia de la inmersión’ del último capo de Corleone

El dominio del territorio de Bernardo Provenzano le permitió permanecer fugado 43 años

Bernardo Provenzano, en 2006. L. B. AP
Guillermo Altares

Cuando los corleoneses gobernaban la Mafia de Sicilia, y de paso toda la isla, su violencia era tan brutal que el hecho de que un juez, un policía o un fiscal siguiese vivo le podía convertir en sospechoso de ser un colaborador de la Cosa Nostra. Sólo la connivencia parecía explicar que no hubiese sido asesinado. Bernardo Provenzano, el capo dei capi muerto este miércoles por la mañana en prisión a los 83 años, simboliza una de las épocas más negras de la historia reciente de Italia, cuando decenas de personas morían en las calles de Palermo, como retrató la fotógrafa Letizia Battaglia, los gánsters desafiaban al Estado asesinando jueces como Giovanni Falcone y Paolo Borsellino y tenían tanto dinero que no sabían qué hacer con él, en el sentido literal de la expresión, porque la policía encontró pisos con todas sus habitaciones llenas hasta arriba de billetes de dólar.

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Tras 43 años fugado, Provenzano fue capturado el 11 de abril de 2006 en un chamizo campestre a pocos kilómetros de la ciudad siciliana que a causa de la violencia, y con la ayuda de El Padrino de Francis Ford Coppola, se convirtió en sinónimo de muerte, silencio, miedo y viudas: Corleone. El boss tenía a su lado su arma favorita, una lupara, la escopeta de cañones recortados que los matones rurales utilizaban en las venganzas mafiosas. Estaba escondido en un lugar llamado Montagna dei Cavalli y vivía una espartana cabaña de pastor (la cocina era un hornillo de gas) cuya única decoración eran unos pocos símbolos religiosos, como un poster del padre Pío.

Brutal —su apodo era el Tractor por la forma en que acababa con sus enemigos— y desconfiado —se comunicaba con el mundo a través de pizzini, pequeños papeles con mensajes que trasladaban correos de máxima confianza­—, este capo sin embargo estableció una especie de tregua después de los peores años de violencia para tratar de esquivar la fuerza del Estado. Se llamaba ‘la estrategia de la inmersión’: la Mafia seguía controlando, pero lo hacía discretamente, sin grandes crímenes que desatasen ofensivas policiales. Los tiempos anteriores fueron tan salvajes que el Estado no podía permanecer impasible. Por poner un ejemplo: Toto Riina, el capo al que reemplazó Provenzano en 1993 y que todavía vive en prisión, estaba acusado de haber participado en 150 asesinatos, 40 de ellos cometidos personalmente.

Aquella semana santa de su captura, los vecinos de Corleone vivían con cierto temor el encarcelamiento de Provenzano. No porque mostrasen simpatía hacia el capo, sino porque muchos de sus habitantes temían que la ausencia de un boss desatase una nueva guerra por el poder. Aunque la Cosa Nostra mostraba sus garras de vez en cuando, los mafiosos mantenían un perfil bajo y muchos líderes antimafia sufrían acoso, pero se movían con cierta libertad. Sin embargo, aquellos que participaron en el mayor acoso estatal que ha sufrido la Mafia en su historia todavía realizaban las entrevistas rodeados de guardaespaldas, como Pippo Cipriani, alcalde de Corleone entre 1993 y 2002. Este veterano político, que participó en una de las decisiones que más daño hicieron a los mafiosos, la incautación de sus bienes, explicaba entonces en un parque de Corleone: “Bernardo Provenzano salvó a la Cosa Nostra al reorganizarla y establecer la estrategia de la inmersión. Pero es una pérdida de la que la Mafia no se recuperará, porque el próximo capo ya no tendrá su experiencia. La experiencia de alguien que controla los canales económicos, sociales y políticos, pero que también conoce a los pastores. Con Provenzano, muchos han llegado a creer que la Mafia ya no es la organización que causaba los horrores de antaño, piensan que incluso garantiza la seguridad. Ahora se preguntarán si vendrá un periodo de lucha por el control".

“Las cosas han cambiado. Antes tenía miedo de hablar de la Mafia, siempre miraba a mi alrededor. Ahora me siento mucho más libre”, explicaba también aquellos días el corleonés Leo Cirasola, uno de los nueve fundadores de la cooperativa Placido Rizzotto, que cultiva tierras incautadas a la Mafia y cuyo producto estrella son las pastas de agricultura ecológica Libera Terra, que se venden en los supermercados Coop de toda Italia y también en Sicilia.

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Corleone es ahora una tranquila villa siciliana, de 11.000 habitantes, empotrada entre dos montañas, con los turistas que visitan su plaza, se toman un café en el bar que vende todo tipo de memoriabilia y se hacen una foto al lado del cartel del pueblo. Tiene algún buen restaurante, hoteles y demasiados recuerdos de la brutalidad que llegó a convertirla en el lugar más violento del mundo a partir de los años cuarenta del siglo pasado. Visitar el cementerio es una experiencia aterradora, porque los mafiosos reposan junto a sus víctimas. El casco histórico está lleno de casas abandonadas, testimonio mudo de una tierra marcada por la inmigración de los que huyen de la violencia y la pobreza.

La muerte de Provenzano simboliza, sin duda, el cierre de una época atroz, pero no marca el final de la Mafia de Sicilia. Simplemente, significa que su estrategia de la inmersión sigue funcionando y que su control del territorio, que permitió al jefe mafioso permanecer escondido muy cerca de dónde se le buscaba, se mantiene. Ya lo dijo el gran escritor siciliano Leonardo Sciascia: “Luchar contra la Mafia era en cierta medida luchar contra nosotros mismos”. Nadie encarna con tanta profundidad esta frase como el último gran capo de los corleoneses.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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