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Pueblo mágico, pueblo maldito

El Rosario, en Sinaloa, ha pasado de ser un atractivo turístico a una comunidad acechada por el narcotráfico

Pobladores caminan por El Palmarito, una localidad de Rosario.
Pobladores caminan por El Palmarito, una localidad de Rosario.Oswaldo Ramírez
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Las huellas de la violencia

La madrugada del miércoles 15 de junio, Martha llegó llorando a casa de su cuñada Irma. Con el rostro invadido de angustia le contó que había marcado el teléfono de su hermano, desaparecido un día antes junto a otros seis lugareños, y una voz le había dicho que Mario aún estaba vivo.

—Ya hay seis muertos, nomás falta él; pero lo van a matar, lo van a matar —repetía.

—Dile al sicario que lo suelte, que le damos la casa si quiere, pero que no lo mate —le suplicó Irma.

El hombre que se había apoderado del teléfono de Mario, el esposo de Irma, ya no contestó. Una hora después el móvil sonó nuevamente. Una voz les avisó que ya podían recoger los restos de Mario que habían quedado esparcidos en la sierra. Él fue uno de los siete leñadores que desapareció hace un mes y luego fue encontrado muerto en la zona serrana de Rosario, un municipio del sur de Sinaloa, que es territorio de disputa entre bandas delictivas.

Irma dice que su esposo siempre había cortado leña en esa zona sin problemas. “Sí me contaba que veían hombres armados, pero nunca se metían con ellos”. Recostada en una hamaca resume las últimas semanas sin su marido: “Yo ahora trabajo en unas parcelas y la niña se hace cargo de sus hermanitos. El otro niño tuvo que dejar la escuela para irse a trabajar al campo cortando mangos”. El más pequeño no soporta escuchar el relato de la desaparición de su padre. “Ya amá, cállate”, le dice mientras se tapa los oídos y se envuelve en la hamaca, donde se queda adormecido por la tristeza.

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La mujer cuenta que cuando su esposo desapareció ninguna autoridad la quiso apoyar para buscarlo. “Yo me fui sola, pero al llegar allá me dijeron que no podía entrar porque había muchos hombres armados, de todas formas subí y uno de ellos me dijo que a mi marido lo habían levantado desde la mañana en unas camionetas”. Regresó a la cabecera municipal, pero nadie creyó su historia. Tanto los policías como los militares temían subir a esa zona. “Me dijeron que no tenían tiempo de buscar a mi marido”. Otra de las viudas se resiste a hablar del tema, sólo se limita a pedir justicia porque su esposo “no andaba en nada malo”, asegura.

Rosario (53.700 habitantes) es un municipio que se compone de la cabecera municipal del mismo nombre, ocho sindicaturas y 144 comunidades asentadas en la zona serrana de Sinaloa. Por su ubicación –colinda con Nayarit, Durango y las aguas del océano pacífico– desde hace cinco años es territorio de disputada del narcotráfico, lo que ha provocado que cientos de pobladores tengan que dejar sus casas y migrar a otras localidades. La Secretaría de Desarrollo Social había contabilizado 185 familias desplazadas de Rosario desde 2012 hasta abril de este año. El 20 de junio el titular de la dependencia, Juan Ernesto Millán, dijo que debido a los ataques de grupos armados habían sido desplazadas 300 familias de Rosario y Badiraguato (otro municipio del centro del Estado) en una semana.

El retrato de uno de los siete leñadores asesinados hace un mes en la zona serrana del municipio.
El retrato de uno de los siete leñadores asesinados hace un mes en la zona serrana del municipio.Oswaldo Ramírez

En esta municipalidad hay una pugna entre el cártel de Sinaloa y el grupo de los Beltrán Leyva por liderar esa zona de ruta para traficar enervantes, reveló Rogelio Terán Contreras, comandante de la novena zona militar, a los medios locales en febrero pasado. El fiscal de la zona sur, Jesús Antonio Sánchez Solís, ha dicho que es “un foco rojo” de violencia. En 2012 El Rosario fue nombrado pueblo mágico por acumular una riqueza cultural de 350 años y haber sido una de las vetas mineras más ricas del mundo, pero la violencia no lo deja repuntar. "Es un municipio rico en historia, fue un importante centro minero, aquí vivió 10 años Pedro Infante y aquí está la casa donde estudió carpintería. Además es la tierra de Lola Beltrán, la máxima exponente de la canción ranchera” relata el cronista Leopoldo Hernández Bouttier.

La dirección de turismo local ni siquiera tiene cifras de la derrama económica ni de los visitantes que llegan a la localidad en cada periodo vacacional. "Nuestro principal turismo es nacional" se limita a decir la titular Daniela Niebla. Los hechos delictivos, asegura, no afectan la llegada de visitantes. “Sabemos que son hechos aislados (los episodios de violencia), Sinaloa siempre ha sido polémico en ese sentido, pero a pesar de eso vienen las visitas”, afirma la funcionaria.

Sin embargo, los comerciantes y pobladores entrevistados por este medio aseguran que la violencia sí ha afectado al turismo. Los extranjeros que llegan en los cruceros a Mazatlán —ubicado a 70 kilómetros de ahí— tienen prohibido viajar a El Rosario. “Les piden no venir para acá, años atrás venían canadienses y estadounidenses, ahora nos llega uno cada tres meses”, expone un locatario que pide no revelar su nombre. El panorama es devastador: los comerciantes no venden, los lugareños no pueden andar en las calles después de las 9.00 de la noche y muchos están huyendo y abandonando sus casas, cuenta otro lugareño.

El turismo ha sido afectado por la violencia

El año pasado la tasa de homicidios en Rosario fue de 74.9 por cada 100.000 habitantes, más del doble de la media nacional (14.2), según estadísticas de Semáforo Delictivo, una iniciativa ciudadana que mide los delitos en el país. En los primeros seis meses de este año se han registrado 22 asesinatos violentos. En octubre pasado el director de Seguridad Pública municipal, Miguel Rodríguez España, fue víctima de un atentado. Uno de sus escoltas murió y él recibió un balazo en el brazo. A finales de mayo dos hombres en una motocicleta persiguieron a un empresario por las calles del centro de El Rosario y lo asesinaron de dos balazos.

A principios de año un convoy de siete camionetas repletas de hombres ataviados con gorras, pecheras y armas largas se paseó por el pueblo un sábado por la mañana. “Toda la gente que estaba en el parquecito comiendo cocos se quedó congelada y los papás se llevaron a sus niños”, cuenta un vecino. Los mismos habitantes se han impuesto un toque de queda. Después de las 9.00 de la noche ya casi nadie anda en la calle porque los sicarios rondan en sus autos y le dicen a la gente que mejor se vayan a dormir. “Ha habido momentos donde nos hemos sentido totalmente vulnerados porque aquí no hay Gobierno, mucha gente desconocida que viene de Durango y Nayarit, andan en camionetas y motocicletas amenazando”, dice un poblador. Se buscó al alcalde de El Rosario, pero no quiso dar entrevistas.

*Algunos nombres han sido cambiados a petición de los entrevistados por seguridad

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