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Provenzano, el capo misterioso

La muerte de uno de los grandes capos de los Corleoneses con sus secretos certifica el fracaso de Italia en saber la verdad sobre su terrible historia reciente

Íñigo Domínguez
Bernardo Provenzano en 2006.
Bernardo Provenzano en 2006.HO (AFP)

Bernardo Provenzano, capo de Cosa Nostra fallecido el miércoles, no tendrá funeral y su sepultura probablemente será muy anónima. Así terminará la vida indefinida de uno de los mafiosos más misteriosos que se han conocido. Su prestigio e importancia se mide con la enormidad de cosas que sabe y no ha dicho, o que se cree que sabe, y cierra con el silencio definitivo un temible tesoro de secretos que contienen parte de la historia de Italia. La peor. Su mayor logro es el más signitificativo: permaneció 43 años en busca y captura y hasta el día que le arrestaron, el 11 de abril de 2006, no se sabía ni la cara que tenía. Solo había una foto que le hicieron para la mili, que tampoco hizo, claro. Es evidente que este récord mundial de fuga no es solo mérito suyo, sino también de quienes le protegieron durante décadas desde el lado de la ley. Por eso su muerte certifica un fracaso, una vez más en Italia, que es el de saber la verdad.

Provenzano llegó al poder de los Corleoneses, el clan que se impuso tiránicamente en la mafia siciliana a partir de los ochenta, tras la captura de Totó Riina en 1993. Las cosas raras que rodean su historia son interminables, y más desde ese momento. Tras el arresto, la casa de Riina pasó 18 días sin ser registrada ni vigilada, con las cámaras de la policía apagadas, y cuando las fuerzas de seguridad se decidieron a ir, no quedaba nada, hasta pintaron las paredes. Se supone que se llevaron los archivos y pruebas de Cosa Nostra de las complicidades del Estado. Provenzano estuvo a punto de ser capturado varias veces en los años siguientes, pero al final se escapaba por los pelos, como si se lo hubieran soplado. También morían asesinados confidentes que daban pistas sobre él. Incluso se operó de la próstata en una clínica privada de Marsella en 2003 a cargo de la sanidad pública siciliana. Un joven cirujano que fue a operar a alguien en la ciudad francesa en esas fechas, Attilio Manca, falleció al año siguiente en extrañas circunstancias, suicidado según su familia, que sostiene que la muerte está relacionada con la intervención de Provenzano.

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El gran proceso, actualmente en curso, de la Trattativa (negociación), pretende probar que hubo acuerdos secretos entre el Estado y Cosa Nostra en los noventa para detener la escalada de violencia de los Corleoneses contra altos cargos e incluso el patrimonio artístico italiano. Una de las tesis es que Provenzano vendió a Riina a cambio de una nueva fase de paz, el retorno a una mafia invisible que no pega tiros, y de su propia inmunidad. Este polémico juicio, que por primera vez ha sentado juntos en el banquillo a autoridades y mafiosos, nace de revelaciones que han reescrito la historia mafiosa desde muy atrás. Desde la misma infancia de Provenzano, que de niño recibía clases de matemáticas del hijo de un peluquero de Corleone, Vito Ciancimino, que acabaría siendo uno de los pesos pesados de la Democracia Cristiana en Palermo y Sicilia. Amigos desde entonces, habría seguido visitándole en su casa de piazza di Spagna, en Roma, para despachar asuntos políticos y de negocios. El exgeneral de los Carabinieri Mario Mori, acusado en varios procesos de ser la punta de esa parte gris del Estado que se mezclaba en tratos con la mafia, aunque hasta ahora nunca condenado, tiene una frase buenísima y definitiva sobre este arte: "El policía espera capturar a Bin Laden, el agente de inteligencia espera captarlo como fuente". El problema en Italia es que nunca se sabe si los agentes secretos son de los buenos o de los malos, ni qué demonios están haciendo con su país.

Ya en prisión, donde ha pasado los diez últimos años de su vida, Provenzano envió mensajes ambiguos que hicieron pensar en una posible cooperación con la justicia, pero un día, hace cuatro años, se cayó, se dio un golpe en la cabeza y desde entonces su salud empezó a degenerar. Una más de las odiosas casualidades de la historia de la mafia que luego hacen pensar mal. De hecho los magistrados del juicio de la Trattativa concluyeron que no reunía las condiciones mentales para declarar y lo apearon del proceso. Luego se fue apagando hasta convertirse en un vegetal, y así hasta desaparecer del todo este miércoles en la oscuridad.

El propio carácter de Provenzano ha sido un misterio. Fue criminal brutal -El tractor, le llamaban- y hábil hombre de negocios -Il ragionere, fue su mote posterior-. También pacificador y a menudo cadáver, pues le dieron por muerto varias veces de tan desaparecido como estaba. La última vez, una semana antes de ser arrestado, y lo hizo su propio abogado. El mayor misterio de todos, en cualquier caso, es como un puñado de palurdos salvajes de la Sicilia profunda se hizo con el poder en Cosa Nostra hasta desafiar en una guerra al mismísimo Estado italiano, asesinando bestialmente a algunos de sus mejores y más valerosos hombres, como los magistrados Falcone y Borsellino, para después autodestruirse y hundirse en la absoluta miseria.

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La mafia siciliana no se ha recuperado desde entonces, aunque en su historia de siglo y medio ya ha pasado momentos oscuros al borde de la desaparición. Riina, de 86 años, y que según las reglas mafiosas técnicamente sigue siendo el capo máximo, se pudre en prisión, en el régimen de aislamiento total más severo del mundo occidental, conocido como "41 bis". Provenzano fue capturado en una cabaña miserable con sus biblias subrayadas y sus cintas de música de los pitufos, sin que acabara de aclararse si era un predicador sonado, el más listo de todos por parecer tonto e incluso, rizando el rizo como solo en Italia saben hacer, si aquello era una mascarada para hacer realidad un cómodo estereotipo de mafia atrasada, rural y analfabeta. Y sobre todo, sin que aún hoy se sepa dónde está la gran fortuna que Riina y Provenzano, entre otros, han atesorado a lo largo de su vida. Al igual que los secretos, raramente aparece. Los hombres pasan, la información valiosa y el dinero pasan a otras manos. Y otros hombres los siguen persiguiendo.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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