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El robot de Dallas no es (todavía) ‘Robocop’

Ni los mayores expertos en tecnología robótica aplicada a la guerra discuten la decisión de la policía de Dallas

Guillermo Altares

No es lo mismo un robot asesino que un robot que mata. Y la diferencia no es baladí. La policía de Dallas utilizó hace una semana un robot con explosivos plásticos para acabar con Micah Xavier Johnson después de que hubiese asesinado a cinco policías y herido a otros siete. Este antiguo militar iba armado hasta los dientes, había demostrado que sabía disparar, aseguraba haber plantado un reguero de bombas y manifestó su intención de matar a tantos policías blancos como fuese posible. Ante la posibilidad de perder más agentes, los mandos policiales recurrieron al robot Andros, utilizado normalmente para desactivar explosivos. Esta vez, sin embargo, los acarreaba. Se trata de un robot usado para matar porque estaba controlado a distancia, pero no de un robot asesino, una máquina capaz de tomar sus propias decisiones.

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Ni los mayores expertos en tecnología robótica aplicada a la guerra, como el profesor Noel Sharkey, que encabeza desde hace años la campaña Stop Killer Robots, discuten la decisión de la policía de Dallas. El debate no está en la actuación concreta ante un asesino, sino en lo que pueda representar para el futuro de la policía. “No estamos hablando de Robocop porque no operaba de manera autónoma. Era un instrumento para desactivar bombas controlado a distancia por agentes de policía”, escribió Sharkey esta semana en el diario The Guardian. Sin embargo, preguntado sobre los peligros que este paso puede representar para el futuro, este profesor de inteligencia artificial de la Universidad de Sheffield responde por correo electrónico: “Me preocupan más los usos de la robótica por parte de la policía que del Ejército”. Y lo dice alguien que ha llevado el asunto de los robots asesinos hasta la ONU, y que encabeza una campaña para que los Estados renuncien a su utilización. “Llevo estudiando desde hace años estas tecnologías que utilizan lo que llaman ‘armas no letales”, prosigue Sharkey. “Creo que lo ocurrido en Dallas representa un salto que puede tener graves consecuencias para la sociedad. Puede estar justificado en este caso y los expertos mantienen que seguramente sea legal, pero aleja a los policías de sus armas y les proporciona un poder extraordinario. Mi preocupación es que sea más fácil la próxima vez, y todavía más fácil la siguiente, así hasta que se convierta en algo habitual”.

Lo que este profesor y otros estudiosos de la evolución de las armas robotizadas plantean es que el uso de un robot en Dallas no representa un salto tecnológico —será mucho más aterrador cuando máquinas no controladas por humanos puedan tomar la decisión de matar o no a alguien—, pero indudablemente sí abre una puerta utilizada hasta ahora sólo por los militares —los drones—, pero no por fuerzas policiales. Matar a distancia plantea enormes dilemas morales, como expone la película estrenada en mayo Espías desde el cielo. Pero el escenario ya no son montañas lejanas y en países remotos, sino las mismas calles de nuestras ciudades.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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