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La campesina que planta cara al Canal de Nicaragua

Francisca Ramírez es el símbolo de la lucha de los agricultores y ambientalistas contra la construcción de la obra interoceánica a cargo de una empresa china

Carlos S. Maldonado
Francisca Ramírez en una de sus fincas en la comunidad de La Fonseca, Nicaragua.
Francisca Ramírez en una de sus fincas en la comunidad de La Fonseca, Nicaragua. CARLOS HERRERA

Francisca Ramírez supervisa sus cultivos de tubérculos montada en una yegua. Esta campesina bajita, de piel morena quemada por el sol, da instrucciones a sus trabajadores, que arrancan del suelo uno a uno los bulbos, mientras explica los motivos que la llevaron a convertirse en la cara del movimiento campesino que se opone a la construcción de un canal interoceánico en Nicaragua. La faraónica obra, valorada en 50.000 millones de dólares, es el sueño con el que el presidente Daniel Ortega espera tener un lugar destacado en la historia.

“Nací en una familia pobre”, dice Ramírez sin bajarse de la yegua. “Toda mi niñez fui pobre. Cuando crecí y tuve mis hijos, luché y trabajé para que ellos no pasaran por lo que yo pasé, para que tuvieran tierras donde trabajar, donde vivir”, agrega. “Esa es la lucha que he emprendido hoy, porque me ha sorprendido que este Gobierno haga una ley quitándonos lo que tenemos, lo que hemos logrado con tanto esfuerzo. Quiere expropiarnos sin tomarnos en cuenta. ¿Cuál va a ser nuestro futuro? Nos tiran a la suerte”, explica la campesina.

El Gobierno del exguerrillero sandinista Ortega impulsó la aprobación de la Ley 840, la que entrega por 100 años la concesión para la construcción del canal interoceánico al empresario chino Wang Jing. El inicio de la obra se ha retrasado en dos ocasiones, en parte por la férrea oposición de los campesinos y organizaciones defensoras del medio ambiente, y porque aún no se conoce la lista de inversores dispuestos a participar en el proyecto.

El canal tendría una extensión de 278 kilómetros, atravesaría el país desde el Caribe hasta el Pacífico y permitiría el paso de cargueros de enorme calado, que ahora no pueden atravesar el Canal de Panamá, recientemente ampliado. La obra de ingeniería requerirá de enormes trabajos de excavación y la expropiación de terrenos, lo que afectaría a miles de nicaragüenses que habitan en la ruta del proyecto. Además, se construirían puertos, aeropuertos y zonas de libre comercio.

Ramírez se ha puesto al frente del movimiento que se opone a la obra, a la cabeza de decenas de manifestaciones en las que los campesinos exigen la derogación de la ley que entregó la concesión a Wang y el respeto a sus propiedades y su forma de vida. La campesina ha increpado a oficiales de la Policía Nacional que intentaron evitar una de esas marchas y hasta se enfrentó a un pistolero —un presunto policía—, que la amenazó en la oscuridad de la noche, mientras miles de campesinos se trasladaban hasta Managua para participar en una manifestación pacífica frente a la sede del Parlamento. Ramírez los animó a seguir el viaje.

En Nicaragua la llaman cariñosamente doña Chica, a pesar de contar apenas con 39 años. La pobreza de su juventud y el duro trabajo en el campo la hacen parecer mayor. Ramírez vive con su esposo y sus hijos en una lejana aldea llamada La Fonseca, en las fértiles tierras del Caribe nicaragüense, una región rica en recursos naturales que se vería afectada por la construcción del canal.

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Esta mujer con apenas estudios básicos —no llegó a aprobar el tercer grado de primaria— es una próspera agricultora, comerciante y ganadera. Ramírez cuenta con tres fincas en las que cultiva tubérculos, jengibre y granos y cría ganado. Es también propietaria de dos camiones de carga en los que traslada el producto del campo a la ciudad. Son esas tierras las que doña Chica defiende ante la amenaza de la expropiación.

“El canal nos va a quitar la cultura de ser campesinos”, afirma Ramírez. “Aquí tenemos todo, producimos las tierras. Nos van a quitar los lazos familiares, van a hacer una zanja, van a destruir. Vemos que es este trópico húmedo el que quiere desbaratar el Gobierno, sentimos que esto nos va a traer perjuicios a todos los nicaragüenses. ¿Qué va a pasar si aquí Ortega le da toda el agua a este chino Wang Jing? Quiere decir que a él, más adelante, hasta el agua le podemos comprar”, lamenta.

—¿Qué le diría al presidente Ortega si pudiera verlo en persona?

—Que escuche al pueblo, que cuando el pueblo dice no, es no; y cuando el pueblo se decide a algo prefiere morir y no entregarse. Yo le diría que si es un Gobierno que quiere la paz en Nicaragua, que lo demuestre.

Sin temor a las represalías

Ramírez asegura que no va a claudicar en su lucha. No tiene miedo, a pesar de las amenazas que ha sufrido, según sus propias denuncias. En junio, cuando dejó su aldea para protestar en Managua, la Policía detuvo a un grupo de jóvenes —mexicanos, argentinos y costarricenses— que habían llegado hasta La Fonseca para enseñar a los campesinos a fabricar cocinas ecológicas. Fue ella quien se plantó ante las celdas de la Dirección de Auxilio Judicial para exigir su liberación. También ha encabezado un movimiento para llevar alimentos a las regiones golpeadas por la sequía en Nicaragua, a pesar de que el Gobierno prohibió que los entregaran.

“Estoy dispuesta a morir, si es necesario. Lo he dicho siempre, con tal de que queden libres mis hijos y tengan una casa y una tierra dignas”, remata la campesina que planta cara al canal chino en Nicaragua.

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Sobre la firma

Carlos S. Maldonado
Redactor de la edición América del diario EL PAÍS. Durante once años se encargó de la cobertura de Nicaragua, desde Managua. Ahora, en la redacción de Ciudad de México, cubre la actualidad de Centroamérica y temas de educación y medio ambiente.

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