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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El acertijo peruano

Un partido de derecha consolidado es necesario para la normalización democrática del país

Pedro Pablo Kuczynski en el palacio de Gobierno.
Pedro Pablo Kuczynski en el palacio de Gobierno.ERNESTO BENAVIDES (AFP)

Perú tiene nuevo presidente. Pero, ¿lo tiene? El pasado 28 de julio tomó posesión Pedro Pablo Kuczynski, de 77 años, y fue elegido porque no era otra persona, Keiko Fujimori, a la que derrotó en segunda vuelta (50,12% contra 49,88%) por apenas 39.000 sufragios. En la primera, la hija del expresidente Alberto Fujimori —condenado a 25 años de cárcel— había frisado el 40% de votos por poco más del 20% de su rival, y este solo había podido vencer en el enfrentamiento definitivo con el apoyo de la izquierda, el Frente Amplio de Verónika Mendoza, que había optado por lo que consideraba “mal menor”.

Ambos, PPK, como se le conoce, y Keiko, son frontalmente de derechas, el ganador, tecnócrata neoliberal que con coquetería se dice pragmático, y la derrotada, partidaria de la pena de muerte contra crímenes nefandos y moral complaciente con la extrema derecha católica y evangélica.

¿Cómo puede sentirse Kuczynski, con esa victoria casi pírrica, ante el partido de Keiko (Fuerza Popular), que tiene 73 escaños en una Cámara de 130 y el suyo (Peruanos por el Kambio) solo 18? Y ni siquiera es el segundo porque el Frente Amplio, sin recursos ni organización nacional, obtuvo un 20% de votos y 21 diputados.

Un déjà vu ha dominado estas presidenciales que, igual que en 2011, se decidieron entre fujimorismo y antifujimorismo, y en las que la candidata-hija fue derrotada por Ollanta Humala, pero las expectativas para 2021 pueden ser diferentes. Perú ha carecido en las últimas presidencias —desde el ocultamiento del APRA de Alan García— de verdaderos partidos; ha sido el país donde los líderes se los inventaban para la ocasión electoral y luego asistían impasibles a su decaimiento. Pero Keiko Fujimori ha creado una formación política con una implantación que abraza todo Perú, y el Frente Amplio ha sido calificado por el peruanólogo norteamericano Steven Levitsky de embrión de una nueva izquierda. Y para la próxima legislatura dentro de cinco años puede haberse roto ese círculo vicioso que consiste en votar por o contra el recuerdo de un fantasma encarcelado.

El fujimorismo parece tener dos almas, una que reclama más lealtad al fundador de la dinastía y reprocha a la otra, encarnada por la hija, que haya procedido a una cierta desfujimorización del partido. Kenji, también hijo del expresidente y línea dura, exige el indulto de su padre —en prisión por corrupción, secuestro y crímenes de lesa humanidad— mientras que la líder de Fuerza Popular seguramente se daría por satisfecha con la reclusión domiciliaria, a lo que ya ha dicho PPK que accedería.

El presidente “imposible”, como apunta el comentarista Álvarez Rodrich, debería pactar con el fujimorismo light de Keiko para que sus excelentes propósitos de modernización se cumplieran, si es que la hija quiere y consigue mover al partido con ella. Si, por el contrario, el interregno PPK es de aceros desenvainados sería la izquierda la que saldría beneficiada del presumible desgobierno. La consolidación de un partido de derecha, de PPK o pos-Fujimori, y la extinción de su némesis, el antifujimorismo, parecen hoy necesarios para la normalización institucional y democrática de Perú.

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