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¿Dónde se entierra a los terroristas?

El rechazo de un imán a dar sepultura al asesino de un cura francés reaviva una cuestión ya presente tras los ataques de Madrid, Nueva York y Londres

Familiares y amigos del terrorista de los atentados de París Brahim Abdeslam entierran sus restos en Schaerbeek (Bélgica), el pasado 17 de marzo.Vídeo: AFP

Al día siguiente del atentado de Normandía, el imán de la mezquita local dejó claro que no se hará cargo de la sepultura de Adel Kermiche, uno de los dos yihadistas que degolló a un sacerdote en plena misa. A los pocos días rectificó, indicando que si la familia así lo pide, se recurrirá a un religioso exterior a Saint-Etienne-du-Rouvray, donde tuvo lugar el ataque y donde vivía Kermiche. La delicada cuestión del entierro de los terroristas yihadistas, que se ven como “soldados” de un Estado virtual y reniegan de su ciudadanía, se ha convertido en tristemente habitual en Francia. La mayoría de los que han atentado en los últimos años son franceses de segunda generación. Antes que Francia, Estados Unidos, España y Reino Unido se han enfrentado a un dilema similar. Cada uno ha optado por respuestas diferentes.

“El imán de Saint-Etienne-du-Rouvray no quiere ocuparse del entierro porque se trata del enemigo de todo el pueblo, incluso de toda la humanidad, hay un problema de apropiación del cuerpo”, relata la socióloga Riva Kastoryano, autora de ¿Qué hacer con los cuerpos de los yihadistas? Identidad y Territorio (ed. Fayard), en el que compara lo ocurrido en Estados Unidos tras el 11-S, en España tras el 11-M y en Reino Unido tras los atentado del 7 de julio de 2005. “Estamos en guerra, pero de otro tipo, no existen héroes de guerra con sus propios cementerios, ningún país quiere apropiarse esos restos”, añade. “Al final, se trata de un deber humanitario respecto a las familias, que no tienen nada que ver”, concluye.

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“En Estados Unidos, no se plantean la cuestión, para ellos es una guerra en la que se niega al enemigo”, explica Kastoryano. Tras el 11-S, la principal preocupación ha sido la de separar los restos de los terroristas de los de las víctimas entre la cenizas de las Torres Gemelas. Nadie reclamó los cuerpos de los 19 autores de los ataques, procedentes de diferentes países y que habían viajado por medio mundo. Según le indicó el FBI a la académica años después de los atentados, sus restos seguían en sus dependencias. Oficialmente, no han sido enterrados en ningún lugar. El cuerpo del líder de Al Qaeda, detrás del ataque, Osama Bin Laden, abatido en 2011 por las fuerzas estadounidenses, fue por su parte lanzado al mar. “El cuerpo en el agua fluida, por oposición a la tierra firme, prueba la determinación de Estados Unidos a hacerle desaparecer”, analiza en su libro.

En España, los siete terroristas que se detonaron en un piso de Leganés un mes después de los atentados de Atocha, eran inmigrantes de primera generación: cinco marroquíes, un tunecino y un argelino. El Gobierno español explica haber repatriado la mayoría de los cuerpos, pero en Marruecos nadie confirma haber recibido esos restos mortales. “Impera la censura y el silencio, nadie sabe nada”, cuenta Kastyorano.

“En Gran Bretaña primó el multiculturalismo, la postura ha sido la de decir, ‘son nuestros hijos, se han radicalizado aquí, por lo tanto somos responsables’”, explica la socióloga. Dos de ellos han sido enterrados en la Cachemira paquistaní, de donde procede la familia, a petición suya. El padre de uno de ellos, también originario de esta región convulsa, ha optado por enterrarlo en las afueras de Leeds, donde reside, en un principio en una tumba sin inscripción. Al cabo de un tiempo, añadió el nombre y la sepultura fue profanada. Se desconoce la suerte del cuerpo del cuarto terrorista, de origen jamaicano.

En Francia, la legislación francesa estipula que toda persona tiene derecho a ser enterrada en su lugar de residencia, en el que falleció o en el que se encuentre el nicho familiar. Pero tras cada ataque, la comunidad local, sea la religiosa o la alcaldía, manifiesta públicamente su rechazo a acoger los restos mortales del terrorista.

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La cuestión se planteó ya con el caso de Mohamed Merah, el pistolero franco-argelino que en 2012 mató a tres niños y a un profesor en una escuela judía de Toulouse, y a tres militares en la calle, y quien fue abatido por las fuerzas de seguridad. Su padre quiso repatriar su cuerpo a Argelia. El país magrebí se opuso, recordando que Merah nació, creció, y se radicalizó en Francia. Su madre, residente en Toulouse, pidió el permiso de inhumación a la alcaldía, que en un primer momento lo rechazó. Al cabo de una jornada de sobresaltos, con conflicto diplomático y debate identitario de transfondo, fue el propio Nicolas Sarkozy, entonces presidente de la República, quien zanjó el asunto: “Era francés y será enterrado aquí”.

Los sepelios se realizaron una vez cerrado el cementerio al público, en una tumba mantenida anónima, entre grandes medidas de seguridad. Las autoridades querían evitar que se convirtiera en lugar de peregrinaje para posibles simpatizantes, o, al contrario, que la tumba fuera profanada. En la mayoría de los casos desde entonces -los hermanos Kouachi, franco-argelinos que atentaron contra la revista Charlie Hebdo, Amédy Coulibaly, franco-maliense que mató a cuatro personas en un supermercado judío y a una policía o dos de los kamikazes del Bataclán-, se ha repetido el mismo ritual: entierros de noche, discretos, en tumbas sin nombres. Los propios vigilantes de los cementerios desconocen el lugar exacto de las sepulturas.

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