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Trabajar menos para producir mejor

El exceso de horas laborales y el estrés ponen en peligro la salud de millones de latinoamericanos

Buenos Aires -
Trabajadores se dirigen a sus oficinas en Lima.
Trabajadores se dirigen a sus oficinas en Lima.D. Hemorza

Hace ya 70 años se estableció la jornada laboral de 8 horas. El razonamiento detrás de esa decisión era que de ese modo los trabajadores tendrían 8 horas para dormir, 8 horas para el trabajo y otras 8 horas para el ocio.

Es un estándar más o menos global y, sin duda, por el que se rige la región de América Latina y el Caribe, con la excepción de Belice y Chile, donde la ley permite jornadas laborales más largas.

Sin embargo, la práctica no siempre se corresponde con lo escrito. En Perú, por ejemplo, en 2005, más de la mitad de trabajadores laboraron más de 48 horas por semana, y las semanas laborales de más de 60 horas eran lo normal para la mayoría de empleadores y emprendedores en el país.

Las jornadas superiores a las 8 horas diarias también son normales para el 30% de trabajadores en Argentina y el 27% en México, según datos de la Organización Internacional del Trabajo.

Además, en este mundo hiperconectado es cada vez más común que los trabajadores respondan correos de sus superiores o sus clientes fuera de las horas de trabajo. El resultado es que la semana laboral se extiende bastante más allá de las 40 horas “normales” y eso termina por afectar la productividad del empleado.

Según el Banco Mundial, esa presión de tiempo y el estrés resultante provocan tensión mental que hace que un individuo desempeñe tareas a un nivel intelectual hasta 13 puntos de CI por debajo del normal. Además, las preocupaciones financieras de cómo se va a llegar a fin de mes, al igual que los empleados que trabajan un exceso de horas, también reducen las capacidades mentales. De hecho, la diferencia de desempeño antes y después de cobrar el sueldo o recoger los beneficios de su trabajo puede equivaler a tres cuartos de déficit cognitivo –es decir, más lentitud en el funcionamiento intelectual – producido, por ejemplo, por la pérdida de toda una noche de sueño.

Seis de cada 10 trabajadores en las economías más grandes del mundo ya están afectados por algún tipo de estrés laboral. Según la OMS, la cifra se eleva hasta 3 de cada 4 empleados en países como México – donde más de la mitad de trabajadores mayores de 65 años de edad aún trabajan más de 40 horas por semana y un 23% de ellos trabajan más de 48 horas la semana.

En términos económicos, las pérdidas causadas por menos productividad, accidentes laborales y enfermedades relacionadas al estrés equivalen al 4% del PIB mundial, según la Organización Internacional del Trabajo.

¿Por qué el estrés?

En términos puramente biológicos, el estrés es la respuesta del cerebro ante cualquier exigencia. Para no gastar energía extra y mantenernos alerta, el cuerpo reprime esas funciones que no necesita para la sobrevivencia inmediata, como el sistema inmunológico y el metabolismo. Luego, una vez a salvo, vuelve a la normalidad.

Los problemas empiezan cuando este estado de alerta máxima se prolonga.

La organización y el diseño del trabajo, las relaciones laborales, las expectativas del empleado y el empleador determinan cuánto estrés se experimenta dentro del ámbito laboral. Si se percibe que uno, o más, de estos factores exigen más de los recursos disponibles para hacerles frente, se desata el estrés.

Y a menos que se tomen los pasos para romperlo, se convierte en un círculo vicioso; dado que el estrés crónico reduce la productividad, se exacerba la percepción de desequilibrio, lo que a su vez aumenta el estrés aún más hasta llegar a ser severamente dañino para la salud.

De hecho, la OMS calcula que la cuarta parte de los infartos que se producen al año en México están vinculados a las enfermedades físicas, emocionales o psicológicas provocadas por el estrés crónico.

Reducir el estrés

Pero las cosas están cambiando. Como parte de la lucha contra las enfermedades no transmisibles, los legisladores de distintos países empiezan a reconocer que la oficina es un campo de batalla importante para combatir la obesidad, la diabetes y las enfermedades cardiacas. Oficinas menos estresantes ayudan a tener empleados más sanos.

Pero la legislación sólo puede llegar hasta un cierto punto. También es importante hacer cambios en el estilo de vida para reducir lo más posible los factores de estrés. Estas son algunas recomendaciones de expertos:

Una nutrición adecuada: Los químicos liberados cuando el cuerpo se estresa afectan el sistema digestivo y la tasa metabólica, por lo cual se recomienda una buena nutrición. También se sugiere reducir el consumo de cafeína, alcohol, y la nicotina.

La meditación: Cuando las ansiedades surgen, lo recomendable es tomarse unos minutos, sentarse y respirar profundamente, o meditar. Al relajar el cuerpo, se reduce el ritmo cardíaco, baja la presión y los músculos se relajan.

¡Dormir!: Los trastornos de sueño son un síntoma común del estrés. Dos de cada cinco argentinos padecen trastornos del sueño, según un estudio realizado por la Asociación Argentina de Medicina del Sueño. El sueño es un arma muy importante en combatir el estrés, pues da tiempo para que el cerebro descanse y se recupere.

Mary Stokes es productora online del Banco Mundial

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