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Columna
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El Día Después

Temo la Colombia del 3 de octubre

Diana Calderón

Temo la Colombia del 3 de octubre cuando haya ganado el Sí en la refrendación de los acuerdos de Paz logrados por el Gobierno colombiano con la guerrilla de las FARC. Y aún más si llegará en contra evidencia a triunfar el No. El Día Después si continúan abriéndose heridas con las palabras para vender posiciones contrarias al proceso debería preocupar a los líderes de ambas campañas, a los ciudadanos y a la guerrilla, especialmente a los Romaña que hablan sin medir las consecuencias de sus palabras necias. También a los medios de comunicación. A todos nosotros.

Quedan ocho días para recuperar el equilibrio y la responsabilidad. O seguir el camino de tantos otros como Donald Trump, políticos expertos en lo que analiza Economist recientemente como “Post Truth politics” o el Arte de Mentir. Argumentos, afirmaciones, advertencias que se sienten reales, suenan incontrovertibles y sin embargo no tienen ni bases ni hechos que los prueben para manipular la verdad. El problema de la “verdad” o la mentira política son las consecuencias cuando hayan logrado validar los prejuicios y la sociedad pague las consecuencias.

No creo en la propaganda oficial, desprecio la emoción que prima sobre la razón, tampoco gusto de las promesas aunque sí de la esperanza. Prefiero la verdad asumida con responsabilidad incluso la que nos duele a los medios de comunicación que participamos a veces del mismo juego de las reglas de la política. Usamos el lenguaje que usan a quienes criticamos sin medir las consecuencias sobre nuestras audiencias.

Debatimos, informamos, como plantea Mark Thompson en su “Enough Said”, sin darnos cuenta que los sospechosos habituales, los políticos, eso es lo que hacen. Pero nosotros tenemos que reconocer que la crisis de nuestra política es una crisis del lenguaje político. Es allí donde estamos en deuda con los oyentes y lectores a los que con frecuencia ofrecemos equilibrios precarios.

Adentro en Colombia, el disenso crece a pesar de que las encuestas más recientes plantean que un 56 por ciento de los colombianos saldrá a votar

Tienen razón todos. Todos los que advierten sobre los efectos del no castigo tradicional para los que secuestraron, violaron y traicionaron su propia lucha. Pero no era posible de otra manera llegar a tener a la guerrilla en Colombia vestida de civil y proclamando su transformación en partido político.

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La impunidad con nombre de justicia transicional es el costo de una guerra que sólo podía terminar en la negociación, aquí y en el mundo entero, que así lo ha entendido, y por eso es cerrado el consenso de la comunidad internacional y aplaudido el presidente Juan Manuel Santos por fuera de las fronteras colombianas.

No es por ignorancia de Ban Ki-Moon o Barack Obama o tantos otros que reconocen el proceso de paz en Colombia como histórico. Es porque saben que la decisión de los colombianos el próximo 2 de octubre termina con un conflicto que ha dejado demasiados muertos y nos impide evolucionar como nación o nos condena como país.

Aunque Plinio Apuleyo Mendoza le escriba cartas a Mario Vargas Llosa para decirle que todo es mentira, debería profundizar, preguntarse por qué entonces las FARC van a entregar las armas, ¿por qué van a ayudar en el desminado y en la sustitución manual de cultivos? ¿Por qué se someten a nuestra institucionalidad, la que intentaron destruir por 50 años?

La respuesta es simple: para hacer política. Sí. Y es que ese ha sido el propósito desde siempre y para lo cual se hacen los procesos de paz en el mundo. Que le da miedo que sea un triunfo de las FARC en su camino hacia el poder. Pues cada uno es dueño de su miedo. El de la derecha es obvio que lo sea, aunque suena realmente surrealista pensar que los colombianos vayan a premiar a la guerrilla con sus votos.

Lo que pasa es que sí es cierto que el acuerdo cambia lo que muchos no quieren que cambie. Cambia la tierra y su tenencia y ojalá su producción, debe cambiar la inequidad histórica, debe cambiar el ejercicio de la política para unos pocos y abrirse ojalá a las víctimas en nombre de quienes se hizo este acuerdo.

Deben cambiar muchas cosas, empezando por nosotros mismos los que tendremos que caminar al lado de criminales conversos. Así ya nos ha tocado hacerlo con los paramilitares que ahora desde sus cárceles o sus refugios de libertad critican el propio proceso que los desmovilizó y apoyan el Sí en busca de los beneficios que creen que pueden obtener con la Jurisdicción Especial para la Paz. Hoy incluso sus otrora financiadores o ideólogos, son opinadores de oficio.

Adentro en Colombia, el disenso crece a pesar de que las encuestas más recientes plantean que un 56 por ciento de los colombianos saldrá a votar con lo cual si de esos, 4 millones 500 mil votan Sí, habrá sido derrotado el NO y quienes lo promovieron usando todas las formas de lucha, tendrán la obligación de ayudar a construir y no a sabotear lo alcanzado.

Corrijan los acuerdos, dicen los del NO. Lo que debemos es corregir el verbo y reflexionar sobre las formas para no incrementar el número de víctimas que dejan las contiendas políticas. Recomiendo leer el último libro de Sandor Marai, “Lo que no quise decir” que según el autor es un texto de húngaros para húngaros y yo diría que de húngaros para el mundo y para quienes nos preocupa acostamos creyéndonos ser parte de un país que puede ser de otra manera y no queremos levantarnos sin haber dicho o escrito lo suficiente para evitar lo que al menos podemos evitar; la profundización de la guerra, yo voto SI.

Diana Calderon es directora de informativos y de @hora20 de Caracol Radio Colombia. Twitter @dianacalderonf

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