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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El año que vivimos estúpidamente

Los resultados electorales de 2016 se definen por el cinismo manipulador de los políticos y la ignorancia o irresponsabilidad de los votantes

El expresidente colombiano Álvaro Uribe, haciéndose un 'selfie' con un partidario del 'no' al acuerdo de paz, este domingo.
El expresidente colombiano Álvaro Uribe, haciéndose un 'selfie' con un partidario del 'no' al acuerdo de paz, este domingo. FREDY BUILES (REUTERS)

Lo que nos falta ahora es que Donald Trump acabe siendo presidente. Los resultados electorales en este año 2016 se están definiendo por el cinismo manipulador de los políticos y la ignorancia, inconsciencia o irresponsabilidad de los votantes. He aquí el cóctel fatal que llevó a Trump a la candidatura presidencial republicana, condujo a la victoria del Brexit en Reino Unido y, lo más terrible hasta la fecha, al “no” al acuerdo de paz en el plebiscito colombiano y al sí a la perpetuación de una guerra civil que ha durado medio siglo.

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En todos los casos ha triunfado la mentira. Existe un hilo conductor entre Álvaro Uribe, el populista hombre orquesta que dirigió la campaña por el no en Colombia; Boris Johnson, la figura más carismática por el no a la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea; y Trump, que insulta a la verdad cada hora del día en su campaña para que la estupidez tome posesión de la Casa Blanca.

Los votantes, mientras, se dejan conducir como vacas al abismo. Con perdón de las vacas, que seguramente demostrarían más sentido común ante la perspectiva de la autoaniquilación que las variedades de homo sapiens que habitan Colombia, Inglaterra y Estados Unidos.

El plebiscidio colombiano ha sido la obra maestra de la larga carrera política del expresidente Uribe que logró ganarse las mentes (si esa es la palabra) y los corazones (oscuros) de la mayoría de aquellos pocos colombianos que se tomaron la molestia de participar en el voto más importante de la historia de su país. Les recordó lo que todos sabían, que las guerrillas de las FARC con las que el gobierno colombiano había firmado el acuerdo de paz, eran detestadas por el 95 por ciento, o más, de la población; acto seguido les convenció que, abracadabra, si a las FARC se les dejaba participar en la política, como contemplaba el acuerdo, ganarían las siguientes elecciones y su líder, un marxista caducado apodado “Timochenko”, sería el próximo presidente del país. Más de la mitad de los colombianos que votaron el domingo fueron incapaces de detectar la ílógica matemática de su planteamiento.

Boris Johnson, el bufonesco actual canciller británico, mintió descaradamente a los votantes sobre los millones de euros que Reino Unido entregaba cada semana a la Unión Europea e insinuó al dócil electorado que si su país permanecía en la Unión Turquía se vaciaría y sus 78 millones de habitantes se trasladarían a territorio británico.

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Trump dice tantas mentiras que se necesitaría un libro para documentarlas todas pero la más gorda, aquella que cuenta que solo un muro de 3.200 kilómetros podría impedir una invasión de violadores y narcotraficantes mexicanos, es la que más ha resonado entre sus fieles.

En todos los casos —Uribe, Johnson, Trump— la mentira ha sido un instrumento del miedo, la más primaria de las emociones humanas, la que más alborota los procesos mentales de los niños pequeños, la que apela a los terrores que asaltaron a nuestros ancestros desde que se empezaron a escribir los libros de historia, y seguramente desde antes de la edad de piedra –aquellos terrores que tenemos anclados en las profundidades del cerebro reptiliano.

Mucha red digital, mínimo criterio racional. La ciencia evoluciona pero el animal humano no. Infantil y primitivo, no deja de ser presa fácil de las vanidades, de las locas ansias de poder y del cinismo de los machos alfa manipuladores. El año 2016 nos lo está demostrando con más claridad de lo habitual, pero no es ninguna excepción a la regla.

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