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Otro triunfo de la diplomacia portuguesa

En un intervalo de dos años políticos lusos se han situado al frente de la UE y de las Naciones Unidas

El saliente secretario general de la ONU, Ban Kin-moon, conversando con Antonio Guterres durante una cumbre de la ONU en Ginebra, Suiza, en 2014.
El saliente secretario general de la ONU, Ban Kin-moon, conversando con Antonio Guterres durante una cumbre de la ONU en Ginebra, Suiza, en 2014. MARTIAL TREZZINI (EFE)

La elección de António Guterres es un triunfo de su empeño personal, pero también es un triunfo de la diplomacia portuguesa, incluso un triunfo de la carrera diplomática en general, como actividad profesional.

En un intervalo de dos años, dos portugueses se han situado en la dirección de la Unión Europea (José Durão Barroso, 2004-14) y en la dirección de las Naciones Unidas (António Guterres, 2016), incomprensible si se mide por el tamaño del país, de apenas 10 millones de habitantes. Pero el tamaño no importa.

Mirando un poco más hacia atrás habría que recordar que el dictador Salazar maniobró hasta convencer a Franco para no aliarse con Alemania en la Segunda Guerra Mundial o que Portugal es miembro fundador de la OTAN, señales ambas de que el país tiene ojos para mirar más allá de sus fronteras. En la ONU fue miembro bianual del Consejo de Seguridad derrotando a las candidaturas de Alemania y Canadá.

En Portugal no cambian los embajadores en función del color del Gobierno, y todos son de carrera

Tanto en el caso de Durão Barroso como en el de Guterres coinciden unas características comunes de aversión a la confrontación, frente al tan hispano “de entrada no”, el “de entrada sí”, del diálogo constante y alargado, haya o no haya decisiones (la mayoría de las veces no las hay). Ambos responden a virtudes congénitas del portugués como son la paciencia y el respeto. Bajo ninguna circunstancia, por extrema que sea, se llega al desaire o al insulto. El portugués ni toca la bocina ni dice palabrotas (“mierda”, por ejemplo).

Pero a esa personalidad individual y colectiva del alma portuguesa, de un país que no irrita a nadie -como otros muchos-, se le añade la preparación profesional. Hace diez meses, Portugal cambió de un Gobierno conservador a uno socialista. El vuelco ejecutivo no significó ningún baile en sus embajadas. Las embajadas portuguesas son dirigidas -sin excepción- por profesionales de la carrera, y estos no cambian en función del color del Gobierno. El nuevo ejecutivo solo ha nombrado a dos embajadores y por su jubilación.

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La discreción diplomática fue el arma secreta con la que se tumbó la zafiedad política de Junckers y Merkel

Desde que en diciembre Guterres anunció su candidatura a la ONU, todo el cuerpo diplomático portugués, sin fisuras, comenzó a trabajar por él y en el más absoluto de los sigilos. Nadie salió, por su puesto, a hablar mal de Guterres, pero tampoco nadie salió a hablar bien. Los elogios sobre su candidato se decían en privado, metódica y pacientemente, a cada uno de los 193 embajadores de la ONU. La discreción diplomática fue el arma secreta con la que se tumbó la zafiedad política de Junckers y Merkel.

Pero hay otra cualidad, no menor, que permite a este pequeño país distinguirse en el mundo: su educación lingüística. No hay dirigente portugués que no hable inglés y español, por lo menos. El citado Barroso, como Guterres o como los actuales dirigente del país, el presidente Rebelo de Sousa y el primer ministro Costa, se mueven con total comodidad en los escenarios internacionales gracias a su don de lenguas. No necesitan intérpretes para hablar con Merkel, Hollande o Teresa May. En seis meses, Rebelo de Sousa ha departido cara a cara con más dirigentes internacionales que Rajoy y Zapatero juntos en sus años de Gobierno. Esa cercanía, esa afabilidad con todos, sin prepotencias y sin menosprecios, al final acaba dando sus frutos.

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