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miedo a la libertad
Columna
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Ganar y no gobernar

Lo que empezó con la pérdida de los programas políticos ha acabado en rencor y abstención

Poco a poco, voz a voz, plebiscito a plebiscito, escándalo a escándalo y provocación a provocación, el mundo va asimilando que atraviesa un periodo insólito y lleno de transformaciones. Antes se ganaban unas elecciones y casi de inmediato se empezaba a gobernar. Antes, pactos como los de la Moncloa de 1977 eran un buque insignia de la manera de hacer política en el mundo entero.

Ahora no hay gente ejemplar. Solo contamos con un candidato estadounidense muy singular llamado Donald Trump que, tras ser sorprendido aprovechándose de las ventajas legales del sistema fiscal de su país, recibió el apoyo del exalcalde de Nueva York Rudy Giuliani, que le calificó como “un genio absoluto” por lograr evadir el pago de impuestos.

Ahora ganar ya no es garantía de gobernar. Y lo que empezó siendo la dictadura de las encuestas, la pérdida de los programas y la política al vapor, ha terminado por ser un sobresalto envuelto en un rugido, en rencor y en abstención.

Ese fenómeno ya es global. Por ejemplo, David Cameron ganó una elección por mayoría absoluta contra todo pronóstico y ofreció un referéndum para definir la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea. El resultado ya se conoce, el Brexit ganó. Y ahora la nueva primera ministra, Theresa May, solicita a los empresarios británicos que solo contraten a nacionales y no a extranjeros.

Juan Manuel Santos, el presidente de Colombia, ha gobernado la mayor parte de su segundo mandato con bajos niveles de aceptación por las negociaciones de paz con las FARC. Finalmente, el día del plebiscito una parte de los colombianos rechazaron sus acuerdos. Sin embargo, el mundo lo reconoce con el premio Nobel de la Paz, frente a la voluntad de su pueblo. En sus ocho años como presidente de Estados Unidos, Barack Obama ha tenido un índice bajo de popularidad y ha sido al final, en una especie de despedida y de llegada del sentido común, cuando ha desafiado al Congreso y ha podido gobernar en un mundo que ya lo ve como el mejor Obama.

Estamos viviendo un tiempo en el que el estilo de vida de los pueblos ha cambiado. En ese sentido, y ante el fenómeno que se vive en el imperio del Norte, es muy importante entender que Trump tiene razón, porque el sistema de vida estadounidense está en peligro. Sin embargo, no tiene razón cuando asegura que ese peligro proviene de los mexicanos y de los inmigrantes en general. El multimillonario neoyorquino significa el fin de lo políticamente correcto. Años de una experiencia civilizadora en la que se abrazan John F. Kennedy, la caída del muro de Berlín, la sangre derramada de Martin Luther King y la consideración de la mujer como algo más que un objeto de deseo son destrozados a cada momento sin piedad en la cuenta de Twitter de Trump.

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Por eso, el sistema de vida estadounidense está en peligro, pero lo está porque la campaña electoral ha demostrado que Estados Unidos ha perdido el norte y se aproxima cada vez más a la pérdida del liderazgo económico mundial en favor de China. Y lo está porque Hillary Clinton, la rival del candidato republicano que encarna la frustración y la ira social, no conoce a sus nietos, no conoce la juventud del país que pretende gobernar.

Gran parte del fracaso de las reformas políticas en las dictaduras se basaba en que los padres ignoraban lo que pensaban y lo que querían sus hijos. En contraste, el éxito de ciertas transiciones, como la española por ejemplo, se basó en que fueron los hijos los que pusieron a andar ese tiempo de cambio.

Mientras tanto, el resto del mundo está a la expectativa, incrédulo, a la espera de recibir noticias que permitan recuperar dos pilares que se han perdido. Por una parte, la red de complicidad social, y por otra, la búsqueda de un objetivo nacional. No pretendo recuperar a Rousseau y su contrato social, pero sí señalar que todo lo que está pasando pone de manifiesto que la potencia mundial está perdiendo la brújula.

Sin duda, aquella mañana soleada de septiembre de 2001 cambió el mundo, también el político. Y no es culpa de los estadounidenses la apatía o la falta de proyecto nacional de los españoles o que sean más fuertes el enojo y las ganas de venganza de los colombianos que las intenciones de paz o simplemente que sea más potente el grito del miedo que el canto de la libertad. De lo que sí son responsables es del dólar y de empresas como Microsoft, Facebook o Google, que no rinden cuentas a nadie, y cuyas acciones a veces son una bendición y otras una maldición para el resto de los mortales. El sistema de vida de Estados Unidos está en peligro y son los propios estadounidenses los que matarán the american way of life.

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