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Trump tensa la cuerda periodística

La irrupción del candidato republicano a la Casa Blanca ha abierto un crucial debate sobre cómo se debe informar

Marc Bassets
Candidato republicano a la Casa Blanca, Donald Trump, durante un acto de campaña.
Candidato republicano a la Casa Blanca, Donald Trump, durante un acto de campaña.DAVID KOHL (AFP)

La candidatura de Donald Trump ha provocado cortocircuitos en el periodismo de Estados Unidos. Este periodismo —hablamos del periodismo de calidad, representado por instituciones como The Washington Post, The New York Times o los servicios informativos de cadenas como la CBS— trabajaba sobre una serie de supuestos. Establecía, por ejemplo, una barrera entre la información y la opinión. En sus informaciones, daba voz a todos las partes del debate. Tomar partido era anatema. Se suponía que este método permitía llegar a la mejor versión de la verdad posible.

Lo que esta prensa no hacía era llamar mentiroso a un candidato, o xenófobo. Tampoco, para indignación de algunas personas, llamaba terroristas a los terroristas. Se limitaba a describir sus actos: el adjetivo lo ponía el lector. “Show, don’t tell”, como dice la máxima. Muestra, no cuentes. Dejaba que los hechos se explicasen por sí solos.

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El método de periodismo estadounidense clásico entró en crisis con la irrupción de Trump en la campaña electoral hace un año y medio. Al principio Trump era una anécdota, un pintoresquismo más de este país, un producto más en la estantería de lo grotesco americano. Después se convirtió en una máquina formidable de audiencias, un reality show que las cadenas de televisión emitían sin desembolsar un dólar. La televisión elevó al magnate inmobiliario y estrella de la telerrealidad a la nominación del Partido Republicano.

La prensa, mientras tanto, asistía atónita al espectáculo. Y en las discusiones empezó a aparecer una expresión que definía en núcleo del conflicto: la falsa equivalencia.

La falsa equivalencia es una degeneración del sano principio que consiste en dar voz a todas las partes implicadas en una noticia. El problema llega cuando la voluntad de reflejar la pluralidad no acerca al lector a la verdad sino que le aleja. Cuando un periodista cita a un político que advierte de los peligros del cambio climático y a continuación cita a otro que niega la existencia del cambio climático, sitúa en un mismo plano una verdad y una mentira. Convierte la política en una pugna de opiniones. Los hechos se ocultan tras una nebulosa de puntos de vista. La verdad y la mentira valen lo mismo.

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La falsa equivalencia es una degeneración del sano principio que consiste en dar voz a todas las partes

Con Trump, un candidato que miente con una frecuencia insólita en la campaña presidencial de Estados Unidos, el problema se agudiza. Los periodistas se ven tentados de ser imparciales y dar voz por igual a ambos aspirantes a la Casa Blanca, el republicano Trump y la demócrata Hillary Clinton. De criticarlos por igual. La cuestión es si existe una equivalencia. Si pueden ponerse al mismo nivel las documentadas mentiras de Trump y los equívocos de Clinton. O los comentarios islamófobos del republicano y sus insultos reiterados, y la retórica bastante insulsa y monótona de la demócrata. O las denuncias por acoso sexual, las bancarrotas de sus empresas, el impago de impuestos, o la defensa de crímenes de guerra por parte de Trump, y el uso irregular de correos electrónicos cuando era secretaria de Estado por parte de Clinton. O, como ocurrió este verano, las amenazas a los periodistas críticos y la denegación de credenciales para cubrir sus actos de campaña, en el caso de Trump, y la poca frecuencia de las ruedas de prensa de Clinton, fenómenos que algunos trataban como violaciones equivalentes de la libertad de prensa.

¿Todo es igual? ¿A partir de qué momento llamar racista a Trump?

Trump ha acelerado un cambio en la prensa estadounidense que llevaba tiempo fraguándose. Quizá empezó cuando hace unos años algunos diarios empezaron a comprobar sistemáticamente las afirmaciones de los políticos y a afirmar categóricamente si era verdad o mentira. En estas elecciones, el miedo a llamar las cosas por su nombre —a llamar a Trump demagogo o a recordar, en artículos informativos, y no de opinión, que es un mentiroso en serie— poco a poco desaparece.

El 16 de septiembre pasado, The New York Times publicó en portada una crónica con el siguiente titular: “Donald Trump sostuvo la mentira del certificado de nacimiento durante años, y todavía no pide perdón”. Se refería a las teorías conspirativas, de evidente tufo racista propagadas por el candidato republicano, que cuestionaban que Barack Obama, el primer presidente negro, hubiese nacido en EE UU y, por tanto, que fuese un presidente legítimo. La crónica se refería a las declaraciones de Trump diciendo que creía que Obama había nacido en EE UU y que esto zanjaba el tema, aunque no pudo evitar culpar a Clinton de haber sido ella quien propagó las teorías conspirativas. Otra mentira.

La novedad del titular era que calificaba de mentira las palabras de Trump. Ese día, algo empezó a cambiar. Donald Trump, que ha puesto patas arriba la política de EE UU, también está transformando el periodismo.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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