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Obama, capítulo abierto

Solo el tiempo dirá si su presidencia fue un éxito o un mero paréntesis

Barack Obama.Foto: reuters_live | Vídeo: Pete Souza
Marc Bassets

Barack Obama lee la frase cada mañana cuando pisa el Despacho Oval. Está inscrita en la alfombra que cubre el suelo del espacio más simbólico del poder presidencial. “El arco del universo moral es largo, pero se inclina hacia la justicia”.

La frase la pronunció Martin Luther King, héroe y mártir de la lucha por los derechos civiles. Tiene la doble virtud de explicar la visión del mundo del presidente Obama —un optimista pragmático, que cree que la humanidad mejora paso a paso— y de resumir los éxitos y frustraciones de los ocho años de su presidencial.

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Obama abandonará la Casa Blanca el 20 de enero y entregará las llaves a Hillary Clinton o a Donald Trump, candidatos a las elecciones del 8 de noviembre. Se marchará sin ningún éxito rotundo. Deja un trabajo inacabado. No ha ganado una guerra como Franklin D. Roosevelt. No ha terminado con la segregación racial y creado un sistema de salud pública para los más desprotegidos como Lyndon B. Johnson. Ni, como Ronald Reagan, ha transformado la economía y la mentalidad del país.

La suerte y la maldición de Obama es que, desde el 4 de noviembre de 2008, el día que ganó sus primeras elecciones, ya sabía que, al contrario que la mayoría de presidentes, él sería recordado por algo que no tenía que ver con su gestión: ser el primer negro en ocupar el cargo. Cuando ganó, se escucharon comentarios sobre el amanecer de una nueva era posracial. Si el presidente era afroamericano, ¿qué quedaba por reclamar? ¿No era esto el final de la lucha, y un final triunfante? No. Porque el arco de la justicia es largo, y está hecho de avances y retrocesos. Estos años habrán sido los de la explosión de las tensiones raciales, los años en que los estadounidenses, y el mundo, han tomado conciencia de la persistencia del racismo sistémico, que se manifiesta en la represión policial contra los negros o en su encarcelamiento desproporcionado.

Obsesionado, como la mayoría de antecesores, por su lugar en la historia, Obama ve el mundo con ojos de escritor.

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Barack Obama fotografíado en 2016.
Barack Obama fotografíado en 2016.Katy Grannan

Como escritor, piensa en relatos: arcos narrativos que se inclinan hacia la justicia, por parafrasear a King. Interpreta la realidad en forma de párrafos. Y cree que la tarea de todo presidente es moldear su párrafo en la historia. En los últimos meses ha escrito textos y ha dado entrevistas a periodistas o historiadores con el fin de influir en la percepción de su legado, de participar en la redacción del párrafo. “La verdad”, escribió en Wired, “es que si tuvieseis que elegir un momento en la historia humana para estar vivos, escogeríais este”.

Además de ser el primer descendiente de africanos en gobernar el país de la esclavitud y la segregación, Obama puede exhibir como mínimo dos éxitos en la política nacional y tres en la política internacional. Como sucede siempre con Obama, son éxitos a medias, o discutidos o, en el mejor de los casos, avances que ponen la semilla de lo que pueden ser transformaciones profundas.

Un éxito rotundo podría ser el llamado plan de estímulo fiscal, el conjunto de inversiones y rebajas de impuestos que el Congreso, todavía controlado por el Partido Demócrata, adoptó en los primeros meses de la presidencia de Obama, en 2009. El otro éxito es la reforma sanitaria, conocida como Obamacare, que pretendía acabar con la anomalía de que, en el país más rico del mundo, 50 millones de personas viviesen sin cobertura médica. Y ha dado cobertura a 20 millones de personas que carecían de ella. Pero los fallos en la aplicación de la reforma y el rechazo de algunas aseguradoras a participar en ella evidencian que es una reforma a medio hacer.

La politización de ambas medidas en el Congreso refleja una polarización que ha torpedeado otras iniciativas esenciales como la reforma migratoria. Obama ganó las elecciones prometiendo unidad y las divisiones son más agudas que nunca. No es culpa de Obama, sino de un Partido Republicano que se ha escorado a la derecha, pero la polarización, que ha derivado en la nominación de un candidato extremo como Trump, formará parte de su legado.

La herencia de un presidente escapa a su control: el país que dejará está más dividido, pero también es más diverso y mestizo

También en la política internacional los éxitos son matizados. El más resonante es la muerte de Osama Bin Laden, líder de Al Qaeda y responsable de los atentados del 11-S. Pero la amenaza del terrorismo no ha desaparecido, como prueba la irrupción del Estado Islámico (ISIS, en inglés). Otro logro es el regreso de las decenas de miles de militares estadounidenses que, cuando Obama llegó a la Casa Blanca, combatían en Irak y en Afganistán.

Los estadounidenses han dejado de ser un pueblo en guerra. Y, sin embargo, Estados Unidos no se ha podido retirar del todo de los conflictos de la década pasada. Continúa con una presencia mínima en Afganistán y el ISIS le ha forzado a regresar a Irak y a la vecina Siria. La guerra de Obama adopta una nueva modalidad: fuerzas especiales, como las que mataron a Bin Laden, y aviones pilotados a distancia o drones.

Obama llegó al poder prometiendo redirigir la política exterior hacia Asia y ejercer allí de contrapeso a las ambiciones regionales chinas, pero ha quedado atrapado en Oriente Próximo. No ha sido capaz de frenar las ansias expansionistas de China en Asia, ni las Rusia en Europea y Oriente Próximo.

Siria puede ser su mayor borrón. El presidente entendió que después del trauma de Irak los estadounidenses no querían más guerras y concluyó que, en país donde los enemigos de Estados Unidos estaban en los dos bandos, una intervención podría complicar las cosas.

El otro éxito de Obama en el exterior es el acercamiento a dos países que llevaban décadas enemistados con Estados Unidos: Cuba e Irán. La reapertura de las relaciones diplomáticas con La Habana cerró con 25 años de retraso la Guerra Fría en América Latina. El acuerdo para frenar el programa nuclear con Irán sirvió para recuperar la comunicación entre Washington y Teherán y reequilibró el tablero en Oriente Próximo.

La frase que define su política exterior la pronunció off the record, en 2014 en el Air Force One ante un grupo de periodistas, durante un viaje a Asia. “Don’t do stupid shit”, dijo. “No hagas tonterías”, sería una traducción suave.

El periodista Mark Landler, que estaba en aquel avión, describe el episodio en su libro Alter egos. Landler escribe que Obama cree que “Estados Unidos está demasiado dispuesto a recurrir a la fuerza militar para defender sus intereses” y que “la intervención americana en otros países usualmente acaba de forma desgraciada”.

Obama es un realista pero también un idealista. Un pragmático pero con una visión universal. Alguien que, como explica en una conversación con la biógrafa de Lincoln Doris Kearns Goodwin, su historiadora de cabecera, al hacerse adulto decidió dedicar sus esfuerzos a la ambición de “crear un mundo en el que personas de distintas razas u orígenes o confesiones puedan reconocerse en la humanidad de unos y otros, o en crear un mundo en el que cada niño, sin importar su procedencia, pueda aspirar y alcanzar y realizar su potencia”.

La herencia de un presidente escapa a su control, a su simple labor ejecutiva: el país que dejará a su sucesor está más dividido, sí, pero también es el país que ha legalizado el matrimonio homosexual, y es un país más diverso y mestizo. Con su identidad —hijo de una blanca de Kansas y un negro de Kenia— Obama refleja más que modela los cambios de fondo de este país.

La presidencia de Obama será un capítulo breve en la historia joven de Estados Unidos y su éxito verdadero se medirá en dos tiempos. Primero, el 8 de noviembre, en función de si gana Clinton, que promete desarrollar sus políticas, o Trump, cuya victoria sería una enmienda a la totalidad del legado de Obama.

Será en la segunda etapa cuando sabremos si esta presidencia ha sido un éxito o un paréntesis, si Obama será más que el primer presidente negro. Dependerá de si la reforma sanitaria amplía la cobertura, de si la recuperación económica de consolida y da paso a desigualdades menos sangrantes, de si el acuerdo con Irán se mantiene y Cuba se democratiza, de si Estados Unidos aprueba una reforma migratoria que acabe permitiendo la nacionalización de los sin papeles, de si la guerra termina en Siria y de si Estados Unidos mantiene la hegemonía mundial y de si esta es benévola.

Dependerá, al fin, de si, efectivamente, “el arco del universo moral es largo, pero se inclina hacia la justicia”. El párrafo no está escrito.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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